tag:blogger.com,1999:blog-5416472785755228610.post6283197930868064289..comments2024-03-11T12:03:04.777+01:00Comments on Batalla de Papel: Alejandra Pizarnik, poesíabatalla de papelhttp://www.blogger.com/profile/01031382845348942955noreply@blogger.comBlogger2125tag:blogger.com,1999:blog-5416472785755228610.post-87152182060589382352008-05-20T21:49:00.000+02:002008-05-20T21:49:00.000+02:00Precioso!!! Aquí te envío un texto que escribí sob...Precioso!!! Aquí te envío un texto que escribí sobre la Pizarnik<BR/><BR/><BR/>LA DAMA DESOLADA<BR/><BR/>De ser una adolescente acomplejada por su gordura, su baja estatura, su tartamudez, Alejandra Pizarnik pasó a convertirse en la mujer iluminada que se aferró a las palabras para crear su propio personaje mítico en las tinieblas. Nacida en 1936 en un hogar donde se hablaba yiddish, nada hacía presagiar que aquella gordita asmática llena de acné, que se atiborraba de anfetaminas para bajar de peso y que sin embargo no podía evitar comer sándwiches de mortadela escondidos en el delantal, con el tiempo sería tocada por la mano seductora de la poesía, la cual le daría una vía de escape y, al mismo tiempo, una llave hacia la tortura. Desde que se supo virtuosa para este oficio, nadie la detuvo en su afán por llegar a ser bendecida, y para ello se fue amamantando de Rimbaud, de Lautréamont, de Artaud, e inició el recorrido escabroso para encontrar su auténtica voz que la llevaría inexorablemente hasta la muerte. <BR/> Con inestabilidades emocionales en el diario vivir, a los diecinueve años, con la plata del padre, publicó su primer poemario, La tierra más ajena, del cual abjuró, y luego dos poemarios de los que no estaba tan conforme, antes de viajar a París donde trabajaría en sus obras más viscerales. «Sé que soy poeta y que haré poemas verdaderos, importantes, insustituibles», escribió en una carta dirigida a su amigo León Ostroy, y agregaba: «Me preparo, me dirijo, me consumo y me destruyo. Tal vez si me encerraran y me torturaran y me obligaran mediante horribles suplicios a escribir dos poemas maravillosos por día, los haría». La suerte ya estaba echada para esta poeta intranquila y era imposible volver la vista atrás. En medio de esporádicos trabajos («sitios infames para ganarme el duro pan de cada noche») y estudios de literatura francesa, Alejandra fue incubando sus textos en los que «mis palabras suenan extrañas y vienen de lejos, de donde no es, de los encuentros con nadie». La tarea era ardua, pero ella no daba su brazo a torcer, no cejaba en su empeño, a la vez que sus desequilibrios empezaban a manifestarse y la «pequeña sonámbula» los consignaba en su diario: «Anoche tomé agua hasta las tres de la madrugada. Estaba un poco ebria y lloraba. Me pedía agua a mí como si yo fuera mi madre. Yo me daba de beber con asco», y días después escribía: «Desperté viéndome como un cuerpo sin piel, una llagada», sola en su domicilio parisiense.<BR/><BR/>Ya para entonces, tras varios años de ingerir pastillas para adelgazar, su cuerpo al fin había adquirido el volumen que esperaba, y solía andar en el departamento con ligeras ropas para contemplarse, sin dejar de anotar sus impresiones: «Me saqué los pantalones y subí a la silla para mirar cómo soy con el suéter y el slip; vi mi cuerpo adolescente; después bajé y me acerqué nuevamente al espejo: Tengo miedo, dije. Revisé mis rasgos y me aburrí. Tenía hambre y ganas de romper algo. Me dirigí a la mesa y quise escribir un poema pero temí aumentar el desorden de los libros y papeles. Me mordía los labios y no sabía qué hacer con las manos. Me asustaba saberme andando por la piecita desordenada, con la boca devorándose y la memoria petrificada». <BR/><BR/>Rigurosa en su labor literaria, no se daba un respiro para salir del abismo creador que se había impuesto, por eso cada vez era más dura consigo misma. Ni la amistad de Cortázar (con quien solía encontrarse a menudo), ni sus lecturas continuas y las traducciones que hacía lograban apaciguarla. Las exigencias por llegar a la exactitud sobrepasaban sus fuerzas. «Hablas literalmente», se reprochaba en su diario. «No obstante, se te comprende mal. Es como si la perfecta precisión de tu lenguaje revelara en cada palabra un caos que se vuelve más evidente en la medida en que te esfuerzas por ser comprendida». Las noches para esta dama solitaria indudablemente no tenían paz.<BR/><BR/>De regreso a Buenos Aires, Alejandra publicó lo que serían sus obras más celebradas, Los trabajos y las noches, Extracción de la piedra de locura y El infierno musical, pero su espíritu permanecía alterado, algo en ella iba cediendo a los desalientos, a las inquietudes, a pesar del reconocimiento que empezaba a cosechar, del halago y las palmas de que era objeto. «Tengo miedo», continuó anotando en su diario. «Todo en mí se desmorona. No quiero luchar, no tengo contra quién luchar». Su vida se partía en dos: por un lado estaba la poeta talentosa, leída, tertuliana; por otro, la mujer perturbada e inestable, sin dominio de sus propias sensaciones. El oficio de escribir ya era un arte familiar para ella; sin embargo, dejaba vestigios dentro de sí. En una de sus últimas cartas le confidenció a su «cercanita» Ivonne Burdelois: «Ahora sé un poquito más (por eso ya no me siento a la mesa y rumio horas y horas un adjetivo de algún poema). Sé un poquito más, comprendo algo más; y sí, es tan terrible y viviente y vibrante esto que alienta en esto que ahora soy. No sé en qué me he convertido». Y a esta dubitación se agregaba la dificultad de convivir con los demás, que ya la había hecho notar en su diario cuando confesaba «este no saber dialogar, esta imposibilidad de acceder a los otros, sean personas vivas, sean autores. Esta imposibilidad de ver a los demás como seres humanos (nunca miro a los ojos de nadie o si lo hago es para buscar aprobación)».<BR/><BR/>Luz y sombra se intercalaban en Alejandra para llevarla de la quietud a la tormenta, del silencio al miedo, mientras la vida se le iba escapando de las manos y la realidad convencional jugaba con ella a las escondidas. Recibió becas, ganó concursos, era entrevistada en diarios y revistas, pero la que respondía y vivía todo aquello era el personaje, no la mujer que asistía a terapia y redactaba misivas a sus amigos para sentirse mejor. Hasta que un día no pudo más y preparó el ritual mortuorio de su despedida: una madrugada de septiembre de 1972 maquilló a sus muñecas, escribió su último texto que al final decía «no quiero ir nada más que hasta el fondo» e ingirió cincuenta pastillas de seconal que la condujeron en sueños a la eternidad. Alejandra había cruzado el umbral de la noche sin retorno de la que tanto había escrito. Su evocación continua le abría finalmente los brazos para cobijarla en su lecho. Aquel último acto fue también su más caro poema. Ella, por fin, al igual que sus admirados Lautréamont y Rimbaud, se había convertido en una artista maldita.<BR/><BR/>CARLOS RENGIFOAnonymousnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-5416472785755228610.post-33219218274093229122008-05-11T08:10:00.000+02:002008-05-11T08:10:00.000+02:00Excelente video! Gracias por compartirlo, nunca l...Excelente video! Gracias por compartirlo, nunca lo había visto.<BR/><BR/>Un abrazo.Solhttps://www.blogger.com/profile/15859213818776760693noreply@blogger.com