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viernes, 30 de mayo de 2008

Mis Cuentos: Calabazas



Este es otro de mis cuentos de la serie migración, pero también encaja en los cuentos relacionados con encuentros y desencuentros.
Espero les guste.

Calabazas


Era un hombre atractivo de cuarenta y dos años, cuando se aproximaba a una chica de su agrado, su mirada y sus gestos ansiosos lo delataban. Poseía una amplia sonrisa, carente de maldad y un sentido fino del humor, siempre listo para cualquier batalla de conquista. Lo conocí en una de esas reuniones que se organizan para ligar, aunque se suponía que era para practicar inglés. Fue Nancy la que me llevó. Ella estaba divorciada, y una vez más había entreabierto sus puertas al amor. Yo tan sólo fui de alcahueta.
Era como un juego más de adolescentes, uno se va dejando seducir por esos ambientes propicios al deseo. Algunos chicos se nos acercaban y nos hacían conversación, nosotras también merodeábamos y sonriamos, buscábamos miradas para provocar un encuentro cualquiera. Unos eran graciosos, otros disimulaban su nerviosismo a fuerza de sonrisas, otros más sueltos de huesos nos hacían reír mientras que otros estaban ahí en un rincón esperando que alguien les tocara con una mirada angelical para alejarse de ese precario rincón que es la soledad.
François se me acerca con uno de esos chistes torpes que lo hacen parecer un niño grande y frágil. Simpatizamos inmediatamente. Con unos cuantos gestos me da a conocer la parte más visible de su carácter, ríe y habla mientras cuenta anécdotas de su alborotada vida. La hora avanza, pronto tendré que volver a casa, ya que al día siguiente volveré a trabajar, aun así, me dan ganas de seguir atada a las perfumadas palabras de François.
Nancy no dejaba de revolotear a mi alrededor, con cara de “no he tenido suerte”, en fin, nunca he sabido si existe la suerte pero hay momentos en la vida que una serie de circunstancias coinciden, ésta da un giro y todo tu tranquilo mundo se mueve y lo único que tienes que hacer es acercarte esconder tus miedos, coger fuerza, respirar profundamente y enfrentar ese nuevo rumbo. Por eso cuando me despedí de François le dejé mi número de teléfono.
Llamó para invitarme a cenar, acepté inmediatamente, luego sentí un leve remordimiento por mi novio, pero era la primera vez que otro hombre me gustaba tanto, además la atracción hacia lo desconocido es uno de los principios elementales de la seducción. La noche fue memorable, no dejo de hablar, con la soltura propia de un dulce embaucador, su poder de seducción iba acelerándose con cada alegre frase. Sin darme cuenta me iba embarcando en su vida. Me habló de ex-mujer judía cuando vivía en Nueva York, su mirada estaba cargada de admiración por su amplia cultura y sensibilidad, luego sus ojos se ensombrecieron cuando añadió que su desinterés por el sexo había abierto distancias, por eso se separó y dejó Nueva York, luego decidió volver a su París natal.
Se ganaba la vida como traductor, nunca tenía dinero, cuando terminaba de traducir una novela, le daban un cheque y no dudaba en gastarlo con la primera chica que conociese. Le gustaban todas y si eran jóvenes y extranjeras mucho más. Antes que yo, existió una negra brasileña, también una china, otra sudamericana, y ahora yo, la peruana. François era un hombre interesante y sensible, aunque era incapaz de saber lo que buscaba en una mujer. Para él, las mujeres eran esos paisajes exóticos que subían su temperatura sin previo aviso, sólo que a veces las diferencias abrían brechas infranqueables. Y, una vez rota la ilusión y cicatrizada la pena, volvía con más fuerza en busca de una nueva, con las mismas ganas y dispuesto a encontrar nuevamente a la mujer de su vida.
Estaba tan emocionado que no cesaba de llenar mi copa, hablaba a borbotones y bebía con la misma emoción de un niño con juguete nuevo, agotando todas las posibilidades que éste le brindaba, eso lo animaba para construir planes para las próximas semanas, y, soltaba su risa atolondrada cada vez que reanudaba la historia de su vida. Fue así como me enteré de que había estudiado filosofía en la Sorbona, y de cómo había llegado a Nueva York, y de como se inició en la labor de traductor. Traducía todo lo que le pedían, a veces traducía novelas porno, lo contaba riendo como si se tratara de una travesura. Un mundo para mi misterioso y lejano. La velada había transcurrido sin darme cuenta y pronto tendría que marcharme a casa. Cuando me despedí, prometió llamarme para volver a cenar. La próxima serán mariscos, insistió.
Había pasado una velada estupenda, en un mundo pintoresco y desconocido. En realidad no había abierto la boca, François sabía que se bastaba a si mismo para embaucar a cualquier alma ingenua.
Volvió a llamar y no pude resistir la dulce tentación de volverlo a ver. Sólo que está vez había algo en su mirada que exigía más que mis sonrisas y mi atenta complacencia. Había llegado el momento de decidirse, el deseo desbordaba por sus ojos. Yo en cambio, me sentía como al inicio de una borrachera, François me llevaba por paisajes divinos hasta hacerme olvidar el dinero que debía enviar todos los meses a mi madre, esos días interminables limpiando casas, esa nostalgia callada que habita tu alma cuando no eres del lugar y ni siquiera el idioma es el mismo para expresar tus emociones.
François hablaba con emoción, no dejaba de decir a donde me llevaría mañana y luego pasado mañana. Los restaurantes desfilaban y nombraba todos los platos de la exquisita comida francesa que yo debía conocer y cuando trataba de abrir la boca para responder, ponía su mano tibia encima de la mía y seguía recitando la guía del gourmet.
Una música interior me azotó como una cachetada y en ese instante abrí los ojos, liberé mi mano y sin pensarlo abrí la boca mientras tapé fuertemente sus labios con mis dedos:
- No podemos continuar. Tengo compromisos.
François promete ayudarme en todo y bla, bla, bla. Me levanto de la mesa de un sopetón, cojo mi bolso y con la mente ofuscada me dirijo hacía la puerta. Se acerca la media noche y pronto mi carruaje volverá a convertirse una vez más en una calabaza.

María Germana, En Madrid a 24 de enero de 2008

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domingo, 25 de mayo de 2008

Cine: Honeydripper de John Sayles

Hablar de Honeydripper es hablar del nacimiento del rock n’ roll. Nos encontramos en Alabama, en 1950, en plena temporada de la cosecha del algodón. El pianista Tyrone, conocido como “Pinetop” Purvis dirige su propio bar el Honeydripper, está ahogado en deudas y está decidido a resucitar el bar.
En la primera imagen vemos dos niños sin zapatos jugando en la puerta de su casa abandonada por la pobreza, uno sostiene un teclado de cartón y el otro está parado y simula con dos cuerdas un instrumento, ambos fingen tocar y se dejan fluir por el ritmo de la música.
Un joven llega de polizón en un tren a la ciudad “Harmony”, con una guitarra, se cruza con un guitarrista ciego al que pregunta por un sitio donde tocar. El ciego le informa que sólo hay dos bares en las afueras de la ciudad y que al Honeydripper no les gustan los guitarristas. Va al Honeydripper a pedir trabajo y Tyrone al verlo le pide a su hija que le de comer. En su búsqueda de trabajo es apresado por el cheriff, un personaje siniestro y corrupto, acusándolo de vagabundaje lo obligan a trabajar en la colecta del algodón, el joven está convencido que algún día será un músico importante.
La vida de los personajes se mezcla y va tejiendo una trama humana donde la música forma la parte espiritual del pueblo afroamericano y como su espíritu se eleva a ritmo de blues. Nuevas generaciones aparecen y nuevas expresiones musicales se desarrollan porque cada generación tiene sus propios valores y símbolos. Y, es la música como arte, la que ha salvado al pueblo afroamericano del racismo y de la injusticia social en la que siempre ha vivido desde que fueron traídos del África como esclavos.
El guitarrista ciego es una especie de visionario que habla a la conciencia de Tyrone, el cual necesita redimir su alma por un crimen involuntario del pasado.
Cada personaje tiene sus propios conflictos, sus sueños y sus luchas cotidianas. La música como ente liberador del alma y esa fuerza creadora que va dando forma al espíritu de un pueblo.
Os dejo con el tráiler de la película que espero os guste:

domingo, 18 de mayo de 2008

Mis cuentos: La Noche del Arroz con Pato

Este cuento pertence a la serie Migración. Espero les guste.

La Noche del Arroz con Pato


Cuando vives al otro lado del océano saborear un plato de tu tierra te acerca aunque no quieras al lugar que te vio nacer. No pretendo ponerme sentimental, pero el sabor atrae los recuerdos y la nostalgia se hace latente, como un acto de redención.
Alberto, con anchas maletas de ilusión llega Madrid como otro más. Buscando trabajo a diestra y a siniestra se topa con Fernando, un arquitecto peruano que rehabilita fincas en el multicultural barrio madrileño de Lavapiés y como necesita mano de obra barata, subcontrata a su vez a otros muchachos latinoamericanos. Fue así como el camino los junto: ambos provenían de Lima, la mítica ciudad de los virreyes y a pesar de sus opuestos orígenes sintieron una extraña simpatía.
La finca era antigua, en su interior se vislumbraba el encanto de sus techos altos y sus vigas de madera. Había que rehacerlo todo: primero tirarían la mayor parte de los muros para poder ampliar el espacio del salón-comedor con cocina americana incluida; también había que rehacer el baño ofreciendo las comodidades que la vida de hoy exige y finalmente remodelarían el dormitorio, amplio y luminoso. Como por encantamiento una finca antigua se convertía en moderna y funcional, preservando con ligero maquillaje su fachada.
Las largas jornadas eran extenuantes pero a punta de bromas iban mezclando jergas e inventando su propia manera de coexistir. El trabajo compartido aproxima a las personas y más aún si tienen rasgos en común gracias a lo cual la labor avanzaba más aprisa de lo planeado.
Cada vez que Fernando daba una cabezadita su madre venía a él con su teta providencial; luego en la confusión del sueño, un delicioso aroma proveniente de su cocina, allá en su casa natal, en el residencial barrio de San Isidro, se apoderaba de su olfato y de su paladar. Cuando pestañaba la imagen del mismo sueño venía a él y el aroma del arroz con pato se tornaba intenso. Era la especialidad de su madre, un plato típico del norte del Perú, macerado en cerveza negra y pisco, y perfumado de cilantro: el pato tan tierno que de sólo pensarlo se le hacia agua la boca.
Fernando estaba orgulloso de los muchachos, los trabajos finalizarían muy pronto. Pensó que la mejor manera de darles las gracias era invitarlos a cenar a su casa y hacerlos gozar del afortunado plato peruano. Pediría a Verónica, su encantadora mujer, también peruana, que preparase la cena. El como la mayoría de hombres de esa parte de la tierra, sólo sabía comer y la cocina era todavía una tarea pendiente. Ella tampoco era una experta cocinera pero pensaba que con paciencia y empeño siempre se lograban milagros.
Verónica recopiló la receta de internet y una vez llegada la fecha le pidió a Fernando que se ocupase de la compra. El pato lo encargo con varios días de antelación. En Lavapiés era fácil conseguir cilantro; con la cerveza negra no había problema, todos los supermercados la vendían y siempre tenía a mano una botellita de pisco que su madre les enviaba cada vez que podía, ya que era la bebida de orgullo nacional.
El día llegó y pese a su falta de experiencia, el plato había quedado exquisito, la olla despedía un olor embriagante. Fernando se sentía orgulloso de su mujer y feliz de ofrecer tan merecida cena. Compró cervezas y bebidas, los muchachos fueron llegando uno a uno y pronto todos se encontraron juntos.
Al vaivén de las botellas de cerveza la conversación subía de volumen a la par que las bromas y el cálido ambiente. Verónica se sentía satisfecha: las presas de pato se veían tiernas y el arroz despedía un olor a cilantro llenando el paladar de saliva y alegría. Llegada la hora cumbre, todos se sentaron con gran expectativa alrededor de la mesa.
Alberto también se sienta, su mente divaga como en un sueño perturbador: ve su comedor, el suelo de barro, la mesa plástica con sus patas de fierro, sus ocho hermanos corriendo de arriba abajo por toda la casa, su madre con sonrisa cansada y un cucharon de palo entre las manos sirviendo el arroz con pollo, el sabroso plato dominguero. Alberto pestañea con fuerza y agradece a Fernando por tan exquisita cena, luego felicita a Verónica, coge el tenedor y se lo lleva a la boca, saborea lentamente el perfumado arroz y la sabrosa carne de pato, cierra los ojos una vez más. Un gemido imperceptible sale de su boca mientras evoca las escasas alitas de pollo que adornan la olla de barro de su madre.

María Germaná Matta - En Madrid, a 6 de septiembre de 2007


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Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Cine: Mil años de oración de Wayne Wang

Me pareció fantástica, tiene ritmos lentos, una característica del cine oriental.
Hablan dos generaciones y dos visiones de la vida, experiencias diferentes en mundos y épocas difentes. Toca el tema de la soledad, la incomunicación.
Se trata de un padre chino y viudo que viene a visitar a su hija divorciada que vive en los Estados Unidos y trabaja como bibliotecaria. La hija es una mujer infeliz y el padre decide averiguar el porqué.
Hay escenas llenas de magia que conmueven. Una de ella, se situa en un parque donde el padre se encuentra con una señora iraquí, poco a poco se hacen amigos. Lo curioso es que cada uno habla con el poco inglés que tiene, además cada uno habla en su propia lengua, diálogos aparentemente disparatados y casi cómicos. Sin embargo, la comunicación se da con con el tono de la voz, con los gestos, y sus silencios. Rituales de expresión que van más allá de la palabra y del idioma. Y, te das cuenta que para que dos seres humanos se entiendan no es necesario discursos complejos, para comunicar hay que transmitir sentimientos y compartirlos, el ser humano comunica cuando es capáz de transmitir emociones.
El idioma también es un ente liberador. Hablar lenguas diferentes también puede servir para expresar sentimientos, esos que no aprendimos a expresar en nuestra propia lengua. Otro idioma puede servir como catarsis para expresar sentimientos.
Una película llena de pequeños detalles y gracias al empeño del padre en averiguar la causa de la infelicidad de la hija, padre e hija irán descubriendo cada uno su propia verdad.


viernes, 16 de mayo de 2008

Animación: Tango en tus brazos

Esta hermosa animación está hecha con el sentimiento y la creatividad del tango argentino.
Dirigida por François-Xavier Goby http://fxgoby.free.fr/home.html Edouard Jouret y Matthieu Landour. Francia 2005.
Ha sido presentada en los Festivales de: San Diego (Siggraph 2007, Award of Excellence), Annecy (Francia), Argentina (Mar del Plata), Polonia (ReAnimacja), Auch (Francia), Miami (Romance), España (Animac), California (San Diego), Monaco (Imagina), Francia (Valenciennes), Bristol, Séoul y Paris.
Versión original:
http://www.entusbrazos.fr/
Música (1ªpart): "En Tus Brazos" de Alfredo de Angelis y Oscar Larroca (voz). Composición de Carlos Zárate. Lirico de Elizardo Martínez Vilas (Marvil).
"Yo me cegué en tus ojazos y fui a caer en tus brazos. Y entre tus brazos yo fui feliz, porque te amé con delirio. Yo fui a caer en tus brazos y así llegué hasta el martirio. Te juro que enloquecí,
cuando por dentro me vi, y comprendí lo que hacía. Quiero mirar hacia Dios, aunque me muerda el dolor, aunque me cueste morir"

Música (parte final): "El Huracán" de Edgardo Donato. Composición de Osvaldo Donato
Categoría: Film & Animation


sábado, 10 de mayo de 2008

La Voz de las Piedras - Javier Corcuera

La Voz de las Piedras – De: Javier Corcuera.

Este es uno de los cinco documentales de Invisibles producido por Javier Bardem. Se trata del drama de los desplazados de Colombia. Son los campesinos que salieron de sus tierras huyendo de la violencia. Ellos han decidido volver, creando espacios humanitarios dejando claro que quieren vivir en paz al margen de la guerrilla y de los paramilitares, buscando un futuro mejor para sus hijos.
Existen 3000.000 de desplazados por la guerra, un drama humano del cual no se habla, o se habla poco. Quería compartir este documental.





miércoles, 7 de mayo de 2008

Alejandra Pizarnik, poesía


Alejandra Pizarnik de Luz María Aramburú

FRAGMENTOS PARA DOMINAR EL SILENCIO
I
Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias, desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos. Y lejos, en la negra arena, yace una niña densa de música ancestral. ¿Dónde la verdadera muerte? He querido iluminarme a la luz de mi falta de luz. Los ramos se mueren en la memoria. La yacente anida en mí con su máscara de loba. La que no pudo más e imploró llamas y ardimos.
II
Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo.
Las damas de rojo se extraviaron dentro de sus máscaras aunque regresarán para sollozar entre flores.
No es muda la muerte. Escucho el canto de los enlutados sellar las hendiduras del silencio. Escucho tu dulcísimo llanto florecer mi silencio gris.
III
La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante. Y yo no diré mi poema y yo he de decirlo. Aun si el poema (aquí, ahora) no tiene sentido, no tiene destino.

SORTILEGIOS
Y las damas vestidas de rojo para mi dolor y con mi dolor insumidas en mi soplo, agazapadas como fetos de escorpiones en el lado más interno de mi nuca, las madres de rojo que me aspiran el único calor que me doy con mi corazón que apenas pudo nunca latir, a mí que siempre tuve que aprender sola cómo se hace para beber y comer y respirar y a mí que nadie me enseñó a llorar y nadie me enseñará ni siquiera las grandes damas adheridas a la entretela de mi respiración con babas rojizas y velos flotantes de sangre, mi sangre, la mía sola, la que yo me procuré y ahora vienen a beber de mí luego de haber matado al rey que flota en el río y mueve los ojos y sonríe pero está muerto y cuando alguien está muerto, muerto está por más que sonría y las grandes, las trágicas damas de rojo han matado al que se va río abajo y yo me quedo como rehén en perpetua posesión.

III
(1962)

CAMINOS DEL ESPEJO
I
Y sobre todo mirar con inocencia. Como si no pasara nada, lo cual es cierto.
II
Pero a ti quiero mirarte hasta que tu rostro se aleje de mi miedo como un pájaro del borde filoso de la noche.
III
Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia.
IV
Como cuando se abre una flor y revela el corazón que no tiene.
V
Todos los gestos de mi cuerpo y de mi voz para hacer de mí la ofrenda, el ramo que abandona el viento en el umbral.
VI
Cubre la memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste.
VII
La noche de los dos se dispersó con la niebla. Es la estación de los alimentos fríos.
VIII
Y la sed, mi memoria es de la sed, yo abajo, en el fondo, en el pozo, yo bebía, recuerdo.
IX
Caer como un animal herido en el lugar que iba a ser de revelaciones.
X
Como quien no quiere la cosa. Ninguna cosa. Boca cosida. Párpados cosidos. Me olvidé. Adentro el viento. Todo cerrado y el viento adentro.
XI
Al negro sol del silencio las palabras se doraban.
XII
Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla.
XIII
Aun si digo sol y luna y estrella me refiero a cosas que me suceden. ¿Y qué deseaba yo?
Deseaba un silencio perfecto.
Por eso hablo.
XIV
La noche tiene la forma de un grito de lobo.
XV
Delicia de perderse en la imagen presentida. Yo me levanté de mi cadáver, yo fui en busca de quien soy. Peregrina de mí, he ido hacia la que duerme en un país al viento.
XVI
Mi caída sin fin a mi caída sin fin en donde nadie me aguardó pues al mirar quién me aguardaba no vi otra cosa que a mí misma.
XVII
Algo caía en el silencio. Mi última palabra fue yo pero me refería al alba luminosa.
XVIII
Flores amarillas constelan un círculo de tierra azul. El agua tiembla llena de viento.
XIX
Deslumbramiento del día, pájaros amarillos en la mañana. Una mano desata tinieblas, una mano arrastra la cabellera de una ahogada que no cesa de pasar por el espejo. Volver a la memoria del cuerpo, he de volver a mis huesos en duelo, he de comprender lo que dice mi voz.

IV
(1964)

EXTRACCIÓN DE LA PIEDRA DE LOCURA

Elles, les âmes (...), sont malades et elles souffrent
et nul ne leur porte remède;
elles sont blessées et brisés et nul ne les panse.
Ruysbroeck

La luz mala se ha avecinado y nada es cierto. Y si pienso en todo lo que leí acerca del espíritu... Cerré los ojos, vi cuerpos luminosos que giraban en la niebla, en el lugar de las ambiguas vecindades. No temas, nada te sobrevendrá, ya no hay violadores de tumbas. El silencio, el silencio siempre, las monedas de oro del sueño.

Hablo como en mí se habla. No mi voz obstinada en parecer una voz humana sino la otra que atestigua que no he cesado de morar en el bosque.

Si vieras a la que sin ti duerme en un jardín en ruinas en la memoria. Allí yo, ebria de mil muertes, hablo de mí conmigo sólo por saber si es verdad que estoy debajo de la hierba. No sé los nombres. ¿A quién le dirás que no sabes? Te deseas otra. La otra que eres se desea otra. ¿Qué pasa en la verde alameda? Pasa que no es verde y ni siquiera hay una alameda. Y ahora juegas a ser esclava para ocultar tu corona ¿otorgada por quién?, ¿quién te ha ungido?, ¿quién te ha consagrado? El invisible pueblo de la memoria más vieja. Perdida por propio designio, has renunciado a tu reino por las cenizas. Quien te hace doler te recuerda antiguos homenajes. No obstante, lloras funestamente y evocas tu locura y hasta quisieras extraerla de ti como si fuese una piedra, a ella, tu solo privilegio. En un muro blanco dibujas las alegorías del reposo, y es siempre una reina loca que yace bajo la luna sobre la triste hierba del viejo jardín. Pero no hables de los jardines, no hables de la luna, no hables de la rosa, no hables del mar. Habla de lo que sabes. Habla de lo que vibra en tu médula y hace luces y sombras en tu mirada, habla del dolor incesante de tus huesos, habla del vértigo, habla de tu respiración, de tu desolación, de tu traición. Es tan oscuro, tan en silencio el proceso a que me obligo. Oh habla del silencio.

De repente poseída por un funesto presentimiento de un viento negro que impide respirar, busqué el recuerdo de alguna alegría que me sirviera de escudo, o de arma de defensa, o aun de ataque. Parecía el Eclesiastés: busqué en todas mis memorias y nada, nada debajo de la aurora de dedos negros. Mi oficio (también en el sueño lo ejerzo) es conjurar y exorcizar. ¿A qué hora empezó la desgracia? No quiero saber. No quiero más que un silencio para mí y las que fui, un silencio como la pequeña choza que encuentran en el bosque los niños perdidos. Y qué sé yo qué ha de ser de mí si nada rima con nada.

Te despeñas. Es el sinfín desesperante, igual y no obstante contrario a la noche de los cuerpos donde apenas un manantial cesa aparece otro que reanuda el fin de las aguas.

Sin el perdón de las aguas no puedo vivir. Sin el mármol final del cielo no puedo morir.

En ti es de noche. Pronto asistirás al animoso encabritarse del animal que eres. Corazón de la noche, habla.

Haberse muerto en quien se era y en quien se amaba, haberse y no haberse dado vuelta como un cielo tormentoso y celeste al mismo tiempo.

Hubiese querido más que esto y a la vez nada.

Va y viene diciéndose solo en solitario vaivén. Un perderse gota a gota el sentido de los días. Señuelos de conceptos. Trampas de vocales. La razón me muestra la salida del escenario donde levantaron una iglesia bajo la lluvia: la mujer—loba deposita a su vástago en el umbral y huye. Hay una luz tristísima de cirios acechados por un soplo maligno. Llora la niña loba. Ningún dormido la oye. Todas las pestes y las plagas para los que duermen en paz.

Esta voz ávida venida de antiguos plañidos. Ingenuamente existes, te disfrazas de pequeña asesina, te das miedo frente al espejo. Hundirme en la tierra y que la tierra se cierre sobre mí. Éxtasis innoble. Tú sabes que te han humillado hasta cuando te mostraban el sol. Tú sabes que nunca sabrás defenderte, que sólo deseas presentarles el trofeo, quiero decir tu cadáver, y que se lo coman y se lo beban.

Las moradas del consuelo, la consagración de la inocencia, la alegría inadjetivable del cuerpo.

Si de pronto una pintura se anima y el niño florentino que miras ardientemente extiende una mano y te invita a permanecer a su lado en la terrible dicha de ser un objeto a mirar y admirar. No (dije), para ser dos hay que ser distintos. Yo estoy fuera del marco pero el modo de ofenderse es el mismo.

Briznas, muñecos sin cabeza, yo me llamo, yo me llamo toda la noche. Y en mi sueño un carromato de circo lleno de corsarios muertos en sus ataúdes. Un momento antes, con bellísimos atavíos y parches negros en el ojo, los capitanes saltaban de un bergantín a otro como olas, hermosos como soles.

De manera que soñé capitanes y ataúdes de colores deliciosos y ahora que tengo miedo a causa de todas las cosas que guardo, no un cofre de piratas, no un tesoro bien enterrado, sino cuantas cosas en movimiento, cuantas pequeñas figuras azules y doradas gesticulan y danzan (pero decir no dicen), y luego está el espacio negro —déjate caer, déjate caer—, umbral de la más alta inocencia o tal vez tan sólo de la locura. Comprendo mi miedo a una rebelión de las pequeñas figuras azules y doradas. Alma partida, alma compartida, he vagado y errado tanto para fundar uniones con el niño pintado en tanto que objeto a contemplar, y no obstante, luego de analizar los colores y las formas, me encontré haciendo el amor con un muchacho viviente en el mismo momento que el del cuadro se desnudaba y me poseía detrás de mis párpados cerrados.

Sonríe y yo soy una minúscula marioneta rosa con un paraguas celeste yo entro por su sonrisa yo hago mi casita en su lengua yo habito en la palma de su mano cierra sus dedos un polvo dorado un poco de sangre adiós oh adiós.

Como una voz no lejos de la noche arde el fuego más exacto. Sin piel ni huesos andan los animales por el bosque hecho cenizas. Una vez el canto de un solo pájaro te había aproximado al calor más agudo. Mares y diademas, mares y serpientes. Por favor, mira cómo la pequeña calavera de perro suspendida del cielo raso pintado de azul se balancea con hojas secas que tiemblan en torno a ella. Grietas y agujeros en mi persona escapada de un incendio. Escribir es buscar en el tumulto de los quemados el hueso del brazo que corresponda al hueso de la pierna. Miserable mixtura. Yo restauro, yo reconstruyo, yo ando así de rodeada de muerte. Y es sin gracia, sin aureola, sin tregua. Y esa voz, esa elegía a una causa primera: un grito, un soplo, un respirar entre dioses. Yo relato mi víspera. ¿Y qué puedes tú? sales de tu guarida y no entiendes. Vuelves a ella y ya no importa entender o no. Vuelves a salir y no entiendes. No hay por donde respirar y tú hablas del soplo de los dioses.

No me hables del sol porque me moriría. Llévame como a una princesita ciega, como cuando lenta y cuidadosamente se hace el otoño en un jardín.

Vendrás a mí con tu voz apenas coloreada por un acento que me hará evocar una puerta abierta, con la sombra de un pájaro de bello nombre, con lo que esa sombra deja en la memoria, con lo que permanece cuando avientan las cenizas de una joven muerta, con los trazos que duran en la hoja después de haber borrado un dibujo que representaba una casa, un árbol, el sol y un animal.

Si no vino es porque no vino. Es como hacer el otoño. Nada esperabas de su venida. Todo lo esperabas. Vida de tu sombra ¿qué quieres? Un transcurrir de fiesta delirante, un lenguaje sin límites, un naufragio en tus propias aguas, oh avara.

Cada hora, cada día, yo quisiera no tener que hablar. Figuras de cera los otros y sobre todo yo, que soy más otra que ellos. Nada pretendo en este poema si no es desanudar mi garganta.

Rápido, tu voz más oculta. Se transmuta, te transmite. Tanto que hacer y yo me deshago. Te excomulgan de ti. Sufro, luego no sé. En el sueño el rey moría de amor por mí. Aquí, pequeña mendiga, te inmunizan. (Y aún tienes cara de niña; varios años más y no le caerás en gracia ni a los perros.)

mi cuerpo se abría al conocimiento de mi estar
y de mi ser confusos y difusos
mi cuerpo vibraba y respiraba
según un canto ahora olvidado
yo no era aún la fugitiva de la música
yo no sabía el lugar del tiempo
y el tiempo del lugar
en el amor yo me abría
y ritmaba los viejos gestos de la amante
heredera de la visión
de un jardín prohibido

La que soñó, la que fue soñada. Paisajes prodigiosos para la infancia más fiel. A falta de eso —que no es mucho—, la voz que injuria tiene razón.

La tenebrosa luminosidad de los sueños ahogados. Agua dolorosa.

El sueño demasiado tarde, los caballos blancos demasiado tarde, el haberme ido con una melodía demasiado tarde. La melodía pulsaba mi corazón y yo lloré la pérdida de mi único bien, alguien me vio llorando en el sueño y yo expliqué (dentro de lo posible), palabras buenas y seguras (dentro de lo posible). Me adueñé de mi persona, la arranqué del hermoso delirio, la anonadé a fin de serenar el terror que alguien tenía a que me muriera en su casa.

¿Y yo? ¿A cuántos he salvado yo?

El haberme prosternado ante el sufrimiento de los demás, el haberme acallado en honor de los demás.

Retrocedía mi roja violencia elemental. El sexo a flor de corazón, la vía del éxtasis entre las piernas. Mi violencia de vientos rojos y de vientos negros. Las verdaderas fiestas tienen lugar en el cuerpo y en los sueños.

Puertas del corazón, pero apaleado, veo un templo, tiemblo, ¿que pasa? No pasa. Yo presentía una escritura total. El animal palpitaba en mis brazos con rumores de órganos vivos, calor, corazón, respiración, todo musical y silencioso al mismo tiempo. ¿Qué significa traducirse en palabras? Y los proyectos de perfección a largo plazo; medir cada día la probable elevación de mi espíritu, la desaparición de mis faltas gramaticales. Mi sueño es un sueño sin alternativas y quiero morir al pie de la letra del lugar común que asegura que morir es soñar. La luz, el vino prohibido, los vértigos, ¿para quién escribes? Ruinas de un templo olvidado. Si celebrar fuera posible.

Visión enlutada, desgarrada, de un jardín con estatuas rotas. Al filo de la madrugada los huesos te dolían. Tú te desgarras. Te lo prevengo y te lo previne. Tú te desarmas. Te lo digo, te lo dije. Tú te desnudas. Te desposees. Te desunes. Te lo predije. De pronto se deshizo: ningún nacimiento. Te llevas, te sobrellevas. Solamente tú sabes de este ritmo quebrantado. Ahora tus despojos, recogerlos uno a uno, gran hastío, en dónde dejarlos. De haberla tenido cerca, hubiese vendido mi alma a cambio de invisibilizarme. Ebria de mí, de la música, de los poemas, por qué no dije del agujero de ausencia. En un himno harapiento rodaba el llanto por mi cara. ¿Y por qué no dicen algo? ¿Y para qué este gran silencio?

Fragmentos de: Extracción de la piedra de la locura






En este vídeo  la actriz Ingrid Pelicori interpreta un fragmento de su texto poético "Extracción de la piedra de locura" que integra el libro homónimo, publicado en 1968. 

jueves, 1 de mayo de 2008

Cuento: El Hombre de los Ojos Bonitos

"El Hombre de los Ojos bonitos" es un hermoso cuento de Charles Bukowski.
Escritor sensible y prolífico, escribió más de 50 libros. Sus relatos y poemas son exquisitos. Su lenguaje es duro pero tiene la cualidad de acercarse al matiz de lo humano.
El cuento es maravilloso, además las imagenes del video están cargadas de poesía.
Espero os guste: