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lunes, 8 de marzo de 2010

Mis Cuentos: Ocaso



Cuadro de Leonora Carrington - Sin título

Quiero compartir otro de mis cuentos dedicado en este día tan especial a todas las mujeres:

Ocaso


Lo conocí en el Retiro mientras caminaba junto a Capitán, mi perro, fue entonces cuando escuché el sonido precipitado de unas patas que de pronto se plantaron en seco y unos furiosos ladridos humedecieron mis manos. Me quedé inmóvil algunos segundos, luego acaricié la cabeza confiada de mi perro, respirando profundo para recobrar la calma, haciendo un esfuerzo para que la sombra no me invada. Minutos después vino a mí un segundo ruido de pasos jadeantes, una voz de mando agitada reprendiendo a su perro, luego el ruido metálico de una correa. Escuché una voz medio alterada, nerviosa:
- . Lo siento, lo siento, lo siento...
Una vez recuperado el aliento, me aseguró que no volvería a ocurrir. Ahora se dirige a su perro, su voz es más pausada y le habla como a un niño malo que aún no sabe comportarse. Capitán se mueve con cada uno de mis gestos y me conduce con paso firme y seguro.
-No se preocupe, esta entrenado para ayudarme.
Respondo con una sonrisa tratando de aliviarlo. Sé que me mira extrañado, lo intuyo por su silencio y el temblor de su voz al hablarme, luego siento su mirada sobre mi cuerpo, creo que es joven por su voz. Se llama Albert, es catalán y también vive en Madrid. Se dirige a mí con delicadeza, roza levemente mi brazo, quería cogerlo, pero la timidez lo asalta y lo retira. Suelto una carcajada explosiva, a manera de respuesta, escucho su voz, sé que es el inicio de una conversación, no quiero que mi aspecto lo espante. Cuando se trata de una voz masculina y cálida, mi pulso se acelera y mi cuerpo se curva siguiendo la dirección de sus formas, aflora cierta turbación y permanezco alerta, de mi rostro brota una sonrisa, no lo puedo evitar porque me encantan, me seducen, ellos, los hombres.
Fue así como nos conocimos, me pidió el teléfono y comenzamos a encontrarnos, era dulce, divertido y a menudo me hacia reír. Me contó que trabajaba en un periódico como reportero gráfico, la fotografía era algo más que un oficio, una manera expresarse, andaba obsesionado con captar la imagen interior de las personas. Le gustaba que le hablara del Perú, mi país, de su gente, de la música, la comida, sus sabores, nuestro mestizaje; me escuchaba en silencio, sentía como tomaba mis manos, pero era la intensidad con la que me apretaba la que me revelaba su emoción. Juntos recorríamos los distintos restaurantes de comida peruana de Madrid. Le gustaban los sabores intensos, había aprendido a cocinar mirando a su madre y a menudo me sorprendía con sus platos y su alegre entusiasmo.
Pero a veces, una sombra me ronda, es como un viento suave y frio que me eriza la piel, va bajando lentamente y mis manos sudorosas tiemblan levemente, mi mente se va nublando de a poco hasta que me extravío por caminos silenciosos e infinitos; una voz burlona me atrae y me invade, pero algo en mí sabe que tengo que resistir. La primera vez que vino a mí, estaba junto a mis hermanos en la habitación de mis padres, peinaba a una de mis muñecas y mis hermanos permanecían absortos en sus juegos, permanecí ausente unos minutos y luego volví a mí. Algunas veces me hablan y siento voces a lo lejos, después me zarandean y vuelvo con el cuerpo tembloroso, cuando recupero el aliento esbozo una sonrisa para aliviar a los míos. En casa nunca hablamos de eso, pero sino respondo me tocan la frente o las mejillas, esperan algún gesto o una palabra y sino, me zarandean. Con el tiempo he aprendido a domarla, si quiere venir busco un lugar solitario, respiro profundamente hasta conseguir que el ritmo alterado de mi respiración vuelva a la normalidad, me concentro y recorro con el pensamiento cada parte de mi cuerpo, respirando profundamente para que mi pulso vuelva a la normalidad, cuando me recupero salgo a caminar. Desde que tengo a Capitán, me siento acompañada, gracias a él puedo estar lejos de los míos. Suelo caminar porque me reconforta y me aleja de la sombra, además las pisadas de Capitán me acompañan, me deleita la noche, el viento me refresca y el silencio me ampara; luego vuelvo a casa, escucho música y me duermo, sé que la sombra permanecerá atada, al menos, otro tiempo más.
Mi sentimiento por Albert es nuevo, él no lo sabe pero es mi primer novio, hasta ahora nos hemos dejado llevar por aquellas emociones donde no hacen falta las palabras y sé que los sentimientos están ahí, explorando nuevas rutas. Por las noches, termino en su habitación y mi piel se abre a sus caricias, me gusta sentirlo y que me sienta, nuestras pieles se humedecen y vamos explorando nuevos rumbos donde cada uno va buscando desesperadamente encender ese crepitar de cuerpos inflamados donde intercambiar placeres, luego permanecemos enredados luchando con la respiración entre cortada hasta que cada cual llega a su cúspide y mi felicidad se colma gracias al intenso palpitar de mi vagina. Minutos después, nuestros sudorosos cuerpos van recuperando gozosos su cadencia habitual. Mientras nuestros perros dormitan ajenos en el salón.
Este domingo cenaremos juntos, previo paseo por el Retiro, por supuesto. Vamos a comer un cebiche, él ha descubierto el sabor agrio del pescado, pruebo un bocado y dejo que el paladar deslice sus sabores más profundos, intento hallar el sabor de la primera vez, mientras mastico lentamente, mi rostro se relaja con dulzura, luego trago y mis labios se quedan entreabiertos reclamando un nuevo bocado, él ríe, con risa feliz y me ofrece otro bocado. Luego nos vamos a su casa, juntamos nuestras bocas hambrientas de nuevos apetitos y una vez más nuestras pieles se estremecen, lanzamos nuestras ropas con algarabía desordenado la habitación hasta que nuestros cuerpos al fin desnudos se estrechan, su saliva va humedeciendo mis senos y mi espalda se arquea levemente, lista para indagar un juego más, ya son varios meses donde esta magia se repite y desde que estamos juntos la sombra no me ronda.
Sólo que la otra noche, él habló y se dejó arrastrar por las palabras. Dijo que era lo más hermoso que le había sucedido, habló de mi coraje, de mi bondad, de mi dulzura y de su amor… Ah, su amor, capaz de vencer el mundo… Lo besé con ternura para apagar su voz, lo abrace y sin decir palabra hicimos el amor. Cuando se quedó dormido, me despegué de sus brazos, con la yema de mis dedos toqué su boca y se delineo una sonrisa siniestra, luego me vestí; tratando de no hacer ruido, cogí a Capitán y me marché. Desde esa noche me he negado a hablar con él, la sombra ha vuelto, sé que me esta esperando al otro lado de su boca.

María Germaná Matta - En Madrid, a 9 de septiembre de 2009

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