Fotografía: T. Rucker
El origen de mi amor
Ahora que
nunca,
sólo a mí me
toca
darles
vuelta a los niños
la cara.
Diana
Bellessi
¿Cuál
es el origen de mi amor? ¿ la fría mano de la madrugada y los pies descalzos?
No, no deambulé calles, ni pedí comida. No, no dormí bajo el cielo de la luna
ni a su amparo. No me atacaron ráfagas falazmente iluminadas. No hubo espejitos
de colores que nublaran mi memoria. Es sólo que me pregunto ¿cuál es el origen
de mi amor? Entonces sé que debo retroceder. Para poder mirar de frente a la
niña que no fui. Tomar su cara entre mis manos. Y encontrar su mirada.
Internarme por los agujeros de su alma. Dar vuelta la cara a la niña que fui. A
las niñas que quise ser. A las otras niñas que me habitaron y a las que han amado.
Pero sobre todo a mí, a esta que fui y que soy. Fui la niña a la que, brazos en
pleno juego, arrojaron al aire. Sin embargo, nadie estuvo para la caída libre
desde el cielo. Desde entonces, todo afecto es un abismo.
Todo
afecto es un abismo
El
origen de mi amor es el silencio. El camino del dolor, por eso brota en capas
sucesivas cuando hablo. ¿ El amor se aprende ante la ausencia de amor? El alma
es un músculo, decía el padre de Kafka y lo decía mi padre. Aprendí a
silenciar. Ninguna emoción. Mi alma aplastada contra las paredes de la caja
muscular. Sólo cobijada por el calor rojo, lánguido y pegajoso. No supe que se
podía llorar. Aguas contenidas y desbordadas pero siempre dentro de mí. Filosa
hoja de la lanza. Yo estaba seca por fuera, inundada por dentro. Era un cactus
que asilaba a una selva. Un pequeño embrión al que nadie quiso y sin embargo,
sobrevivió. A las guerras cruentas de las pinzas. Le doy vuelta la cara a ella.
La sobreviviente. Esta niña que me dice que desde entonces, todo afecto es
desolación
Todo
afecto es desolación.
El
origen de mi amor son las madrugadas heladas. La casa enorme con tantas puertas
y ventanas y sin ninguna salida. Mi mirada en dirección a la luz de la noche.
Los dibujos de las sombras en la pared. Mis manos arañando la piel. El dolor
externo que exorciza al interno. Y siempre lo justifica. Dibujaba monigotes en
el vidrio. Sus largos dedos no alcanzaban para la caricia. Con una tijera los
recortaba en miles de fragmentos invisibles. Las mismas cuchillas que me
partieron en dos. Perdí la mitad de mí. La otra mitad es la que habita en la
mente de los demás. Lo que se espera. Lo que se imagina de mí. La niña-mitad
que me dice que todo afecto es desilusión
Todo
afecto es desilusión
El
origen de mi amor...Sólo a mí me toca, dar vuelta la cara a la niña que fui.
Entonces nacerá la niña que no fui Su otra mitad.
DESTINOS
A veces el
mundo me devuelve
la visita
del tiempo -afable pero firme-
que reclama
su parte del león.
P. Vinderman
A
veces suelo pensar en el valor de las palabras, en sus diferentes matices, sus
distintos niveles de llegada. Siempre dije que son cajas vacías que uno rellena
de acuerdo a cada circunstancia y contexto. Tienen también distintas categorías
y pueden enmascararse tan sutilmente que, es posible, que uno mismo ni siquiera
las pueda reconocer en el momento de escribir.
Pensaba
en mis palabras, en la forma en que las escribo y las ordeno. En mi imperiosa
necesidad de ellas, en esa búsqueda incesante de hallar la más justa, la que
resuma todo o casi todo. Busco la brevedad pero no sólo eso, busco la brevedad
más intensa. Porque demasiadas palabras me abruman, me angustian. Y porque sé
que lo mejor, lo más bello, lo más intenso
se dice con muy poco.
Y
regreso ahora, a esas palabras manuscritas. Esas hojas de papel que enfrentaba
aun, con algo de valentía. No podía entonces, escribirlas en procesador.
Necesitaba tener cerca mis propias manos, el roce de los dedos sobre el papel.
Dejar en las tramas de celulosa pequeñas marcas, códigos escondidos detrás de
las letras. Tenía todo eso una impronta especial. Escribía automáticamente,
como un pájaro debe salir de su jaula. Sin saber, sin conocer su destino.
Sin
embargo, cada línea, cada trazo, cada espacio y cada dibujo tenían marcada una
dirección. Era su mirada. El destino siempre fueron sus ojos. Entonces, evitaba
todo riesgo poético. No permitía otro lector ni otra lectura. Y cuando las
palabras no me alcanzaban retornaba a un viejo atajo que solía usar cuando era
niña: el dibujo. Asomaban por lo tanto, figuras simbólicas, algunas geométricas
y otras sin nombre que se deslizaban desde mis dedos rápidamente antes de que
mi, siempre hábil conciencia, las pudiera convertir en otra cosa.
Cada
texto lo guardaba porque no lo leía más. Sentía mucho temor de enfrentar su
lectura. Sabía sobradamente que leerlos me llevaría a mirar cara a cara el
deseo. Eran mis propias palabras y sin embargo, las temía. Me temía yo.
Encontrarme con lo que hoy sé y que evité reconocer durante tanto tiempo.
Supongo que en algún momento esta certeza debe haber cruzado mi vida. Alguno de
esos textos en apariencia tan simples y desordenados, contenía la llave secreta
y estuvo en mis manos. Y la pude ver. Entonces huí.
El
lenguaje poético fue mi salvación. Encontré la forma de decir aquello que de
otra manera no hubiese podido decir. La poesía completa vacíos. Uno escribe
desde esos lugares que no pudo cerrar. Y de alguna forma transmuta todo el
dolor en una rara clase de belleza. Cuando mi alma se pliega por el temor, el poema
la libera. Y me permite que ella se exprese. Pero a la vez, sé que a medida que
el poema avanza yo me alejo. Huyo a través de canales invisibles y desaparezco.
Ahora,
sentada frente a frente con la palabra desnuda y sin recursos poéticos, no
puedo evitar regresar a su mirada.
Quizás el lugar desde el cual nunca he partido. O sí y logré perderme en cielos
equivocados y oscuros. Debí entregarme y flotar en sus brazos. No resistirme,
debí saber lo que sé en este momento de revelación. A lo genuino se regresa
siempre. Es imposible evitar su presencia. Se va acomodando en cada pliegue de
la piel. En cada aroma y sensación. Son dedos suaves y cálidos que rozan el
cuello y los ojos se van cerrando, dulce y pausadamente. Son esas manos amplias
a cada lado de mis mejillas. Y mis alas en busca del deseo.
“Debí decir te amo/ pero
estaba el otoño haciendo señas/ clavándome sus puertas en el alma” Juan Gelman
Debo
decir algo yo frente a sus ojos, algo sin nombre para no asustarme y dar vuelta
la cara. Algo para que las palabras que le están destinadas no necesiten de
máscaras. ¿Serán éstas las que impidan mi huida? ¿Aun cuando sienta que puede
haber algo clavándome sus puertas en mi alma? ¿Quizás una verdad que cierre las
horas del verano?
Debo
decir algo frente a sus ojos. Y será la palabra que contenga al más infinito de
los silencios.
Razones
“Vivir a
esperar nada
a interrogar
besos
a noches
bañadas en la sangre de las colinas y los errores"
E. Molina
Una
vez, hace ya bastante tiempo, fui a ver un espectáculo de marionetas. Era para
adultos. Pero quería mirar con mis ojos cansados lo que quizás vi y sentí
cuando nada tenía el sabor del pecado. Cuando el mundo se repetía siempre de la
misma forma. Y la soledad y la muerte eran sólo una palabra.
Era
un ambiente, despojado y oscuro. De pronto, en el más absoluto silencio,
descendió una enorme jaula de madera. Quedó suspendida de la nada, justo en el
corazón del escenario. Parecía que nadie la habitaba. Sin embargo, al poco
tiempo comenzaron a caer motitas rojas. Intensas. Caían con una lentitud
desesperante. De pronto, pude dejar de mirar el trayecto que describían en el
aire, para darme cuenta de que no caían por cualquier parte. Todas coincidían
en una misma zona. Al mirar el piso del escenario pude reconocer una enorme
mancha, que para mi horror, no estaba
formada por cientos de partículas rojas. Era una inmensa superficie pareja y
brillosa. Todo en mí comenzó a temblar. Nunca supe cómo terminó la obra. Me
paré y salí a toda velocidad, buscando el aire necesario para poder volver a
respirar. Evitando escuchar la voz de la perturbación. Sonora y ausente.
…”nosotros
envidiamos a las mujeres en el proceso de generar la vida, de sentir cada
momento de un ser dentro de ellas…” Dijo un amigo, al pasar. Pensé que ese
hombre debía tener quien lo ame y a quien amar. Debía haber conocido las fases
completas y haberlas vivido con intensidad. Pero no conoció, sin dudas, el otro
lado de la luna. Su lado oscuro. Este que apareció sin previo aviso, este
recuerdo tan cercano. Esta historia...
Se
despertó cuando recién salía del quirófano. Sus lunas comenzaron ahí y la vida
dentro de ella, bajo la atenta mirada de los ojos de un microscopio. Dos
embriones. Uno casi muerto. ¿Qué se
hacía con un embrión que no estaba ni del todo vivo ni del todo muerto? Sólo
implantarlo. Por ética no más. El otro embrión parecía querer vivir. Pero sin
muchas posibilidades. Ella sintió a ese pequeño disco celular que la habitaba,
como una mina terrestre. Unos días más tarde regresó a su casa y a la cama en
la que permanecerían las restantes
lunas. El milagro aun dentro, casi cobijado. Pero no por mucho tiempo. Se
aproximaba el fin de sus fases lunares. Una noche se despertó empapada. Un poco
por desesperación, otro poco por cobardía, por una inmensa soledad, por dolor,
no miró. Luego, una ambulancia. Y todo el olor de la ausencia.
Cuando
regresó a su casa, miró alrededor. Estaban ambas, tan vacías. Atravesadas por
el frio mortal del abandono. Dentro de sí misma, un gran agujero rojo. Afuera, el
nido deshabitado y vacío de hombre. El había donado su esperma. Sólo eso. Pero
el amor y las caricias no nadan en un líquido espeso. Y todo el desamor en cada
ángulo de la casa. Se dirigió a su cuarto. Aun permanecían las sábanas, las
mismas. Las sacó de la cama, las anudó prolijamente y las metió hacia el fondo
de una bolsa de nylon negra. Y la tiró a la basura. Luego, se sentó sobre el
colchón desnudo. Y lloró. No por él, el pequeño embrión. No por el hombre y su
cobardía. Lloró por ella. Por toda la soledad. Por todo el desamor. Por toda la
estupidez. ¿Qué le quedaba a una mujer
cuando ya casi no le quedaba nada? Ningún embalsamador podría rellenar tanto
vacío. Imborrable agujero rojo. Y a falta de un dueño, un ángel de la guarda se
convirtió en piedra junto a su puerta.
Biografía
Hilda Díaz nació en Buenos Aires, Argentina en
1956. Poeta.
Es botánica y ha trabajado en ciencia (CONICET).
Tiene publicados numerosos trabajos en su especialidad, en diversos medios
científicos tanto nacionales como internacionales.
Durante algunos años se dedicó al trabajo
científico y al literario. Tiempo más tarde abandonó el quehacer científico para
dedicarse en exclusivo a su verdadera pasión: la literatura y en especial la
poesía.
Participó de numerosos talleres literarios y
publicó algunos de sus poemas en revistas literarias gráficas y digitales.
Obtuvo el segundo premio en poesía en el concurso
de la SADE (Zárate) en 2009, el primer premio en cuento organizado por la
Sociedad Italiana de Morón, entre otras menciones.
Ha publicado un libro de poemas Transparencias
(Ed. Tersites, 2010). Tiene inédito: Punto de fuga.
Actualmente coordina talleres literarios en
Caballito, Constitución y Flores.
Fue jurado en el certamen de Poesía: Certamen
Nacional y Local " Pedro Ballester", organizado por Los Poetas del
Encuentro"
Miembro de APOA (Asociación de poetas argentinos).
Fuente: su blog
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