Fotografía de Esteban Leyton
Canción de amor
de María
(de Oraciones, canciones y maldiciones
de mujeres impuras)
Los hombres que me amaron saben de la
facilidad que tengo
para destruir una mañana.
Saben que duermo con la boca abierta
Despidiendo hasta la última luz que
intenté robar de sus cuerpos
Y que poco obtuve.
Los hombres que me amaron saben como es
el hilo mi llanto
y el terco caer de mi baba
lo escucharon al dejarme
y algunas veces y como una maldición
quizá los descubre intentando la
nostalgia vana
y pueden volver a oírlo como una canción
errante
y volver a amarme y dejarme
con la misma facilidad con la que abren
los ojos
para convertirme en una pieza frágil en
su memoria.
ellos saben que regreso a las viejas
ciudades que destruimos juntos
buscando el dolor que dejaron como cosas
viejas
para que alguna vez se hallen con
sorpresa
en nuestra vieja fabula
mudada a un poema tan absurdo como este.
Y saben tanto y tan poco de mi risa
también de las promesas de mi boca
de mi danza obscena y desesperada
de las construcciones edificadas sobre
sus frágiles espaldas
y de los proyectos imposibles
convertidos en hermosos laberintos
entre los que fui perdiendo la razón
y perdiéndome yo
sin atarme al hilo que desprendía de sus
ropas
y que podía conducirme a la salida.
Ellos saben que mis ojos no ocultan mi
destino
y que he buscado inútilmente el amor en
cada uno de sus cuerpos
como si fueran cajas cerradas
conteniendo la molicie
de mis construcciones
o el absoluto amor ofrecido a alguien
cuyos ojos eran calmos
(distintos a los míos)
alguien que guardaba en su pecho un
corazón verdadero
y que no latía terco, amargo y
desesperado.
Tuvieron la seguridad desde la primera
vez que me desearon,
que me tendrían
que los amaría sin detenerme a pesar del
rechazo
y que serían una intensa fábula
condenada desde su inicio a convertirse
en tristeza solamente.
yo supe que jamás me elegirían,
siempre tuve la absoluta certeza de que
los recordaría
y escribiría sobre ellos sintiéndome
sabia, sola y loca
sentada sobre una silla de patas
vacilantes
y arrojándolos
junto a sus nombres
al abismo escrito que toma ya de sus
formas.
Y es que nunca mintieron
porque cada vez que los tuve,
cada vez que los amé deseando el cielo y
gritando,
cada vez que dormí como una presa mansa,
tan desprevenida de sus ojos,
abrazada
y exhausta por ellos,
cada vez que los vi tan desnudos
con la vaga luz jugando a hacer sombras
sobre sus cuerpos,
cada vez...
cada vez supe que me dejarían porque
siempre pudieron oler mi cabeza.
mi cabello nunca cubrió por completo la
locura que presintieron
y que nos envolvía como una neblina
nauseabunda
que salía de la carne fermentada de mi
cabeza
e invadía y detenía el amor como si
imantara las agujas de un reloj.
Mi cuerpo nunca escondió o apresó por completo
el animal insano
Y cruelmente sincero
que habita dentro y lo invade
y que habla conmigo como si estuviera
vivo.
mis ojos jamás tuvieron el pudor de
ocultar mi sentencia.
Y a pesar de eso,
ellos, los hombres que me amaron
dirían que soy una mujer intensa
pero la verdad es que hoy he tenido la
certeza de mi locura
en el deseo de cortar mi cabeza
adormecida,
o dormir al animal insano de mi cuerpo
para no saber de la sentencia que se lee
en mis ojos
sin pudor alguno.
Y es que ya no soy una mujer intensa
Y esos, los hombres que nombro son sólo
otra fábula
de los que tocaron mi luz como a una
flama
y quemaron sus dedos
desterrándome fugazmente de sus extraños
reinos
y haciendo de mí
la carne vencida que se incendia
o el humo que se escribe alrededor de la
ceniza
y que es la ceniza sino el presagio de
mis ojos en el espejo:
y que son mis ojos sino mi destino
escrito y la sentencia:
y cual es la sentencia de esta mujer que
escribe sobre el amor
como un cansado error que se reitera sino
la inevitable soledad .
y donde están ahora los que me
desterraron
porque tuvieron miedo de mi locura y de
mi amor
sino escondidos en estas líneas vanas
conservados como viejas canciones
y es que este no es otra cosa que un
poema que destruye con facilidad otra mañana
y recibe conmigo el rechazo del que va
en busca de un corazón puro.
(Oraciones, canciones y maldiciones de mujeres impuras probablemente no será publicado jamás al igual que muchas de las cosas que escribo. Es un texto en el que pretendí recoger voces de mujeres locas y pecaminosas. Esta: María, no cometió homicidio como las otras, incesto o adulterio sino que terminó haciendo una simple canción sin tonada alguna)
© Cecilia Podestá
Biografía
Cecilia Podestá (Perú - Ayacucho
1981). Escritora. Estudió literatura en la Universidad Nacional Mayor de
San Marcos. Ha publicado los poemarios Fotografías escritas (Premio
Dedo crítico 2002) reeditado en el 2007 en Lima, Perú; La primera anunciación
(2006) reeditado en Paraguay por la editorial Felicita cartonera 2010, Muro de
carne (Lima, 2007), Desaparecida (2008) y Vía Crusis en Chepén (2010); las
obras dramáticas Las mujeres de la caja (2003), La repisa de los
juguetes vacíos y el libro de cuentos De cabeza sobre el pasto
amarillo (2011).
Ha llevado talleres de escritura creativa
(dramaturgia, poesía, narrativa), de actuación, dirección escénica entre otros.
Ha dictado talleres de creación literaria (Anexo Cárcel de Chorillos).
Ha
obtenido el premio de dramaturgia de la revista Muestra por la obra Cenizo y
la mención honrosa en el concurso de libro objeto Carlos Oquendo de
Amat, por El libro de cera. Presentó la performance Yo no soy
un costo de guerra en el Centro cultural de España, 2011.
Ha
participado en encuentros nacionales e internacionales de escritores, ferias de
libro y seminarios, también como ponente. Dirige el sello editorial Tranvías
editores. Artículos suyos en prensa cultural pueden leerse en www.dinosauriosdelaton.lamula.pe
Fuente: Cecilia Podesta
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