Imagen de Antonio Mora
En la
trampa de las narices
El alba es una mujer
que rompe
tus ventanas con sus senos
– rojos son
sus pezones
que amamantan a los vagabundos…
Ah, se escucha sonar la hora de la caza…
(Malditos sean Vlachka y su Teleorman!)
Prepara el descenso, la incursión!
La trampa
para los invitados!
Tiendo los
lazos!
Salpica tu
rostro de sangre,
como si tus
arterias corrieran
las máscaras
africanas de las noches sin sueño!
Atrapa sus zorros rojos en la trampa de las narices!
Y, primero que todo,
prepara el descenso, la incursión.
Incluso si
nadie viene.
El alba – cuando la soledad
te parece
ser un cerebro cuajado sobre los muros.
Linda Maria Baros - traducción de Miriam Montoya
Imagen de Brooke Shaden
La camisa
de kevlar
Ensartas largo tiempo la camisa de las paredes,
así como otros lo hacen con la camisa de la muerte.
Sí. Ensartas cada día la camisa estrecha de las paredes,
los sabuesos volantes de las persianas.
Los muros, los muros – los amigos, los enemigos,
el dulce retardo, sus bolsillos rotos,
sus delgados tobillos de yeguas, los frambuesos,
la bomba que
los irriga vigorosamente
de lo
recóndito de tu corazón,
como de un
filón de zurullo,
las fugas que enviscaban hace poco sus cabellos,
las plantas de los pies donde dejaban sus pesadas huellas,
las manitos de los homúnculos
con las
cuales ellos te aprietan contra su pecho
y untan de jabón, dulcemente, el nudo de tu cuerda,
siempre los
mismos, siempre próximos,
como si ya durmieras
en alguna
parte, bajo tierra;
hacen tintinear la campanillas de la ilusión;
su ruido –
temblando –
como el del
cañón de un revolver
chocado
contra los dientes.
Te despiertas la mañana y ensartas la camisa de las paredes.
Te acuestas la noche y ensartas la dulce camisa de las
paredes.
Linda Maria Baros - Traducción de Myriam Montoya
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