Imagen de Katia Chausheva
No basta
con nombrar al llanto llanto
a
Montserrat
*
En su jardín es de noche. Ahí la oscuridad llega luchando
contra la luz salvaje que nunca se rinde. Nadie gana esa batalla sino estrellas
tenaces que pueblan el cielo en enjambres estridentes, y las brujas verdes que
explotan como fuegos de artificio.
Es un paraíso macabro, donde el pincel invade los pliegos con
secreciones de esteros policromados, memorias de siglos descompuestos.
El pasto es un mosaico de brotes glaucos, livianos,
sicalípticos. Los pies de mi hermana exceden su tacto y lo sobrepasan en su
oscuro andar de nube henchida de lluvia.
Rosadas plantas de tallo grueso crecen golpeándose unas a
otras. Al llegar a su máxima altura, cercana a mi talle, coronan su cresta con
una flor aguda y luminosa, sus tallos se llenan de manchas como ventanas y no
he querido saber quiénes habitan esas extraordinarias construcciones, pues
seguramente serán seres diminutos de grandes dentelladas.
Mi hermana se mece en el columpio que detiene el único árbol
del jardín. Ese árbol es de la misma vieja hechicería que la luna. Árbol y luna
se guardan gran devoción. Vuelven los brazos uno al otro y tararean juntos la
melodía con la que baila el viento. Pequeñas quimeras de fortunas
indescifrables crecen donde las hojas nunca han existido.
Mi hermana se guarda en el columpio. Así la recuerdo. Descalza
y sonriente, con las trenzas flotando en el vaivén del juego. Mirando cómo el
destino se escribe en unas manos menos blancas, en unos ojos menos anhelantes.
Foto de Cole Thompson
*
Acaba de
morir
y una antigua soledad
domesticada
avanza hasta instalarse en su cuarto
La había visto antes
un gato detrás de los armarios
bajo la cama
trasladando su sombra
por los espejos no observados
Pero hoy
que ella acaba de morir
la soledad se presenta
con su fría sonrisa delante de mis ojos
la cabellera agitada en el aire breve
para me ofrece sus brazos
y el escalofrío
Imagen de Katia Chausheva
*
Hay una ciudad que lleva tu nombre y no la conozco
Me he quedado aquí, junto a todo lo que abandonaste
y mis preguntas nunca habían sido tan inútiles como ahora que
no hay respuesta posible
que no hay palabras suficientes para hacerlas
ni viento que las tome y las lleve hasta donde pudieran
calmarse o cansarse de ser
Tampoco, de pronto, conozco lo que fuiste
Eres un recuerdo, un vislumbre
y me duele algo que no sé qué es
Imagen de Esteban Leyton
*
Yo no sé rezar no puedo
todavía no creo en tu muerte
apenas si puedo creer en cualquier cosa
¿Para qué es todo esto?
No te vayas, quédate a hablar conmigo
dime qué de cierto hay en esta sangradura
Hay tanto que debiste ver
Tantas cosas que no deberían suceder sin ti
Y llegaría a tomar tu cuerpo y sacudirlo
gritaría desde el dolor de mi garganta
para exigir hasta la convulsión
porque no alcanzan mis ojos para derramar
el vacío que me colma el cuerpo
cuando mi condena es no poder aniquilarlo
a cambio del tuyo y el hubiera
De: De pasto verde.
Biografía
Arlette Luévano (Aguascalientes,
1976) es Maestra en Derecho Constitucional y Amparo por la Universidad
Iberoamericana. Desde 1997 dirige el suplemento cultural Ananke del diario
Página24. Forma parte del comité editorial de la revista Parteaguas, del Instituto
Cultural de Aguascalientes. Ha publicado los libros de poesía Casi verde y
Apostillas negras. También, en ediciones colectivas, los poemarios Rituales,
Informe sobre trenes que llegan y desaparecen y Tercera persona. Recibió el
Premio Efraín Huerta 2006 por Casa en ruinas.
Fuente: Círculo de poesía
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