Imagen de Grete Stern
arde
babel
Por eso escarban durante la noche
pasan la manos sobre las piedras
ciegas;
buscan la herida inicial,
el signo que eleve
y coagule tanto abismo, tanta
altura desbordada.
Nada cuesta más que a la luz
suturar lo que el fuego ha
devorado.
Escarban como si en lo hondo
bien arriba
habitara el sosiego o su réplica.
****
Repite que todo pertenece al
mismo barro,
que afuera
a la intemperie,
todo convulsiona con la misma
intensidad
como la misma resistencia
al hambre, a la espera.
***
revelación
Éramos tres y la calle,
pronunciábamos entre el vino
aquello que nos hace humanos:
el amor, la muerte, el tiempo.
De esquina a esquina
como si ese breve espacio fuera
el mundo
y la ebriedad un útero oscuro,
nos mirábamos incrédulos
advirtiendo en el otro
la revelación de esa voluntad
voraz,
fortuita
que lo mueve todo.
Se intuye el mundo en lo hondo
que se esfuma
desde lo que tiembla vertiginoso
en la palabra
lenta e incapaz de acercarse a
esa vorágine.
Las calles del ebrio
en perpetua fuga
se caminan hacia el fondo y
calladas.
***
éxodo
Con la lluvia
llegó también el polvo.
En los párpados de los recién
aparecidos
resplandecía la tierra hecha
tempestad;
polvo que se había fijado
como la imposibilidad de lo disuelto
y los despellejó
cuando la casa no tuvo más
remedio
que sacudirse y arrojarlos.
Una tarde
sin preámbulo,
cubrió los muebles
el tocador saturado de arpones
y los objetos de cocina
que oxidados ya,
empezaron el descenso antes que
los otros.
Los pájaros fueron los primeros
en partir,
desde la cerca observaron aquella
borrasca
que se había iniciado como
pequeñas palabras
que van cayendo desde lejos
hasta inundar la página.
***
Lejos,
los árboles enmohecidos.
Esa fue una de las visiones más
terribles
antes de alejarnos,
incólumes y honestamente solos
contemplaron por última vez la
claridad.
Todo se fue hundiendo
en lo remoto de la vida.
–Todo se fue borrando–,
contaron los extranjeros,
–solo nos quedó este espanto
de hombres que envejecen
y trazan sobre lo ausente
la tenacidad de un símbolo–.
–Quizá la próxima vez
alcancemos a cubrir los árboles
para que no nos vean marchar
mientras se ahogan;
quizá la próxima vez
podamos echarnos a la espalda
algunos hierros
para desenterrar lo que se pueda,
si después hay tiempo–.
***
variable
La claridad de una palabra
surge del hambre.
No se puede escribir con el
estómago lleno,
dice Henry Miller.
Se escribe con la entraña
lacerada
en medio de la sed y a la
intemperie.
Yo escribo en mi casa
que flota entre el humo
y pensando en el hambre que no
tengo hoy.
Escribo desde la sed y a la
intemperie
aunque no parezca esta geografía
de muebles y de libros un
desierto.
Un amigo dice que la punzada
es siempre la misma en el
estómago
y que la abundancia proviene a
veces
de una extraña fiebre
que hace colapsar;
de la impotencia de presentir en
las palabras
un más allá que no se alcanza.
Camila Charry Noriega – Libro
virtual Arde Babel - Fuente
La descubría gracias a la revista Revista Arcadia
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