(Foto mía - Lago casa de campo)
ROPA
HEREDADA
En
enero,
se
celebran los cumpleaños
con
un cubo de KFC, una tarta básica y Coca-Cola.
En
enero abren los colegios, así que ni te plantees montar una fiesta;
tenías
suerte
si
te dejaban invitar a tus amigas de la casa de al lado.
Pero
incluso con el síndrome de enero,
nos
asegurábamos de no aparecer el primer día de clase
con
el uniforme de noviembre o la trenzas de diciembre,
aunque
estuvieran aún en buen estado.
Todo
tenía que ser de estreno: el cabello relajado o afeitado,
una
capa de vaselina tan gruesa que podría aguantar todo tipo de clima.
Estábamos
relucientes y llenxs de esperanza.
¿De
qué?
No
lo sabíamos.
De
las raíces del pelo a las unas de los pies, éramos neuvxs.
El
primer día de escuela siempre era un concurso,
una
competición que demolía algunas carteras en secreto.
Nos
mirábamos de reojo a los zapatos para ver si eran Toughee o Buccaneer.
Los
niños que llevaban Grasshoppers eran superguays.
Las
niñas que no cumplían la norma de cubrirse las rodillas
eran
delincuentes castigadas a quedarse después de clase.
No
valía nada el material escolar si no venía en una caja de los Waltons.
No
se empezaba a aprender hasta que tu cuaderno negro estaba forrado
de plástico y colorines.
Nuevo nos marcaba, daba forma a nuestro comportamiento y a nuestras
poses.
Nuevo creaba la ilusión de que algunxs tenían más de lo que lucían.
El
sacrificio abastecía.
El
sacrificio se multiplicaba milagrosamente frente al amor
o
la vergüenza.
Vengo
de una estirpe de mutilación:
de
maná caído del cielo,
de
dos peces y cinco panes,
de
agua convertida en vino.
También
vengo de una estirpe de prestar y pedir prestado.
El
azúcar de la vecina era un tarro abierto, sin deudas ni cobros.
(a
veces) nuevo era un lujo,
era
lo imposible enviado a Dios por
oración.
Lxs hermanxs mayores deben llevar el jersey
con cuidado y solo los domingos,
en dos años será tuyo
era
lo más nuevo que iba a ser (a veces).
El
uniforme escolar que me quedaba grande era una cuenta de
ahorros textil.
Si
se rompía, podía repararse.
Si
se moría, podía resucitarse.
Si
se rasgaba, podía remendarse.
Si
se perdía,
¡pues-lo-en-cuen-tras-que-el-di-ner-o-no-cre-ce-en-los-árbo-les!
Nuevo era sinónimo de rico, aunque no fuese verdad.
Nuevo era un adjetivo para la ansiedad.
La
tensión entre nuevo y de segunda mano
era
como vivir en una casa sin techo
y
esperar que no lloviese,
cruzar
los dedos para que tu marca Sin Logo no te delatara
ni
destacara ni te desnudara en público.
El
anhelo por lo nuevo malas costumbres,
nos
tejió deseos dentro
que
podíamos articular a través de la imaginación.
En
nuestra imaginación,
éramos
cuerpos oscuros
viviendo
como reyes en las casas de lxs blancxs.
Éramos
superhéroes y modelo huesudas
de
cara blanca.
Pedíamos
postres que no sabíamos pronunciar
en
acentos que no eran los nuestros.
Íbamos
en aviones con destino a cualquier lugar
que
no fuera de donde éramos.
Incluso
nuestra negritud era inasequible.
No
éramos tan pobres como para no permitirnos un ¿Y si…?
Éramos
cuándos y cómos y ahoras
y
chasquidos de los dedos para meterle prisa al camarero.
Nuevo
era
soga
con
la
que
aislarnos
de
la
realidad.
He
heredado una estirpe de ropa de segunda mano.
Ha
hecho una mecánica y maga de mí.
Ha
hecho de mi cuenta bancaria un cubo con un agujero.
El
impuesto negro es el agua.
He
aprendido a decir que tengo el vaso medio lleno hasta cuando está roto.
También
sé clonarme a mí misma.
Tengo
las sobras de mis abuelxs en mis hábitos.
En
el lugar de donde vengo,
las
herencias no eran siempre cosas materiales.
Una
zapatilla de seiscientos rands en la mesa del comedor
era
la manifestación de un hambre que llevábamos dentro
y
la comida no podía llegar.
Cuando
eres negra y pobre
y
apareces en un sistema
que
te mira como si fueses
mugre.
Cutre.
Desechable.
Rota.
Mano
de obra.
Que
te habla como si fueses ropa heredada.
Que
te gasta como si fueses ropa heredada.
Que
te pisa como si fueses ropa heredada.
Que
te tira como si fueses ropa heredada.
Nos
hacemos pobres para parecer ricxs.
Abrimos
la puerta a “la riqueza” con crédito y deudas.
yY
pagos a plazos y cuentas Foschini y facturas
y
un ansia constante de más.
De
mejor.
De
nuevo.
El
sistema nos tiene en chozas, lidiando con el síndrome de vivir al día.
Nos
tiene conduciendo Mercedes por asentamientos ilegales.
Nunca
deja de enseñarnos
lo
que no podemos tener,
lo
que no podemos ser,
y
lo que nos han robado.
En
el lugar de donde vengo,
heredar
ropa no fue siempre una elección.
(a
veces) era lo único que había.
(a
veces) era un amor que
decía:
Lo he cuidado como oro en paño para ti.
Decía: Ponte este recuerdo conmigo.
Decía:
No me saciaré hasta que tú comas.
(a
veces) la ropa heredada era un sacrificio que decía:
Estoy
aquí.
Sin importar el estado.
Crecer negrx y cristianx
El primer hombre
que te enseñan a venerar
es un hombre blanco.
Luego vas a la escuela y
aprendes
lo mismo.
No parpadeamos.
Pero lo cuestionamos.
Y es así
en todas partes.
Todo el tiempo.
El evangelio
es como la blanquitud se cuela en
nuestras casas
y nos pone de rodillas.
Crecer negra y mujer
te enseñará
a acumular esqueletos,
a embalar tus gritos con
grapas,
para que todo el mundo pueda
pasar la página cómodamente.
la paginación
se
mantiene
a
costa
de
tu cordura.
si nuestros cajones de la ropa
interior pudieran hablar,
sangrarían (así te lo
digo).
las almohadas se desangrarían en
nuestros nombres.
lo lamentable de sanar es
esto:
te convence de que el dolor es
mejor que una costra.
con las costras, la gente hace
preguntas
Koleka Putuma
Fuente:
AMNESIACOLECTIVA Traducción de Arrete Hidalgo y Lawrence Schimel – Editorial Flores
Raras – Noviembre 2018
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