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miércoles, 19 de agosto de 2009

Mis cuentos: Hero y Leandro


Hero, cuadro de Frederic Leighton.

Tal y como les había prometido quiero compartir este cuento: Hero y Leandro, este cuento se me ocurrió mientras estaba en el taller de literatura de Mª Ángeles Maeso, hablamos sobre mitos y actualizarlos. La primera vez que escribí la historia no me gustó, le faltaba alma, después de un tiempo leí Medea de Christa Wolf y fue como un clic, volví a mi historia y la reescribí.
El mito dice que Hero era una sacerdotisa de Afrodita y un día Leandro viene a rezar al templo y ambos quedan prendados, sólo que sus padres se oponían....
Los dejo con mi historia, también de migración. Con esta historia participe en el concurso de cuentos que organizó el consulado peruano en Madrid y quedé finalista, lo publicarán, según dicen.
Espero les guste:

Hero y Leandro

«… por tu amor, cruzaría hasta las olas salvajes.»
(Leandro a Hero. Mus.203)

Levanto mi mano con torpeza para acallar el impaciente silbido del despertador. Mientras atravieso la bruma de mi despertar y es ahí cuando la imagen de Leandro viene a mí, doy media vuelta, sonrío y aspiro desde el umbral de mis recuerdos su olor. Me desperezo lentamente y luego aterrizo como cada mañana en las cuatro paredes de mi buhardilla. Sobo mis parpados con la yema de mis dedos y de un solo brinco me levanto de la cama. De prisa, más deprisa, son las seis de la mañana, pronto tendré que comenzar a trabajar.
He llegado a tiempo, son las siete, abro la puerta con mi propia llave. Trabajo en casa de los Poulet, una simpática pareja, tienen dos pequeños: Antoine y Hugue, de seis y ocho años respectivamente. Como todas las mañanas tengo que preparar rápidamente el desayuno: lavo las naranjas y las exprimo, coloco el zumo en una jarra, luego caliento la leche, pongo el baguete en la panera y preparo el café. El aroma me transporta nuevamente a Lima y la imagen de Leandro vuelve a iluminarme, un suspiro arremete, trato de disimular mi turbación, no vaya a ser que alguien abra la puerta, me ruboriza la ternura que asoma por mi rostro y con esa emoción revoloteándome vuelvo a la cocina de los Poulet. Extiendo el coqueto mantel sobre la mesa, coloco la panera, el bote de chocolate para los niños, la mantequilla y la mermelada. Pronto todos partirán, los niños al colegio y ellos dos a sus trabajos. Me quedo sola hasta las cinco, a esa hora recojo a los críos del colegio. Algunas veces voy al supermercado, me dejan una lista escrita. Es mucho más fácil, aún me cuesta hablar en francés, los franceses siempre andan de mal humor y alzan la voz por cualquier cosa, por eso temo dirigirles la palabra. Mi día transcurre entre la interminable rutina de la casa y los niños. Por la tarde; ellos son el bullicio alegre que me arropa. Y cuando el reloj anuncia las ocho y los Poulet ya están en casa, me marcho.
Una vez a solas en mi buhardilla, pienso en Leandro y sin darme cuenta siento su presencia, mi piel se escarapela, percibo la mueca de sus labios dibujando una sonrisa. A veces también creo escuchar su voz, mantengo su recuerdo pegado a mí como a un segundo aliento. Sé que pronto se reunirá conmigo.
Conseguí mi buhardilla gracias a la amiga de mi amiga, ésta me la cedió a cambio de una pequeña comisión. El edifico es del siglo XIX, impresionante, lujoso, contrasta con las cuatro paredes descoloridas de mi habitación, tan sólo nueve metros y sus muebles son una radiografía del paso del tiempo, el baño se encuentra al exterior, pero felizmente tengo un lavabo dentro que me permite asearme y cocinar, una mesita de madera, una cama individual y un armario de plástico reluciente, mi última adquisición.
A finales de mes habré terminado de reunir el dinero para comprar su billete de avión, el calvario llega a su fin, llevo meses ahorrando para traer a Leandro y también enviando dinero a mi madre para ayudar a mis hermanos. Había días en que pensaba que nunca lo conseguiría, afortunadamente eso ya no importa. Mi sueño de traerlo se está convirtiendo en realidad.
Leandro y yo nos escribimos a diario, todos los domingos lo llamo por teléfono para escuchar su voz susurrando: Hero; mi nombre y mi corazón se acelera, puedo sentir sus latidos sacudiendo mi pecho y agitando mis senos. Y, mi piel un rocío unísono de deseo.
Es fin de mes, esta noche me remuneran. Mañana iré a pagar la última cuota de su billete, si todo sale bien pronto estaremos juntos. Con ese billete podrá tramitar una visa de turista y como casi todos a nosotros, quedarse a trabajar.
No he podido dormir, ayer hablé con Leandro, él también estaba ansioso y al mismo tiempo feliz. Llegará a mediodía. Es inútil permanecer más tiempo en la cama. Me levanto, arreglo mi habitación y preparo algo de comer para recibir a mi chico. Aún queda suficiente tiempo para arreglarme. El espejo refleja mi imagen y repaso lentamente mi rostro, doy color a mis mejillas, aliso mi pelo, me colocó un gancho vistoso para liberar el pelo de mi rostro, luego cojo el pintalabios para acentuar el carmesí de mi boca, arqueo mis lacias pestañas y con un poco de rímel lucen más espesas. He elegido el vestido rojo, ese que tanto le gusta, me pongo los botines de tacón alto y me miro por última vez al espejo, ahora sí, vuelvo a ser la coqueta Hero de siempre.
Me dirijo al aeropuerto, tengo que tomar el metro y luego un tren, el aeropuerto queda fuera de la ciudad. Es inmenso, no sé donde se encuentra el terminal, los pasillos son muy largos, no dejo de caminar de un lado a otro, sigo la señalización y leo los tablones, tengo miedo de perderme. Por fin, he encontrado el terminal. Me acerco a la pantalla electrónica y todavía no figura el aterrizaje de su vuelo. El reloj parece detenerse, he comprado una bolsa de papas fritas para calmar mis nervios. Una vez más me acerco a la pantalla electrónica. Al fin, ha aterrizado.
Los primeros pasajeros comienzan a salir, se encuentran con sus familiares y la emoción intercambiada se refleja en sus tersos rostros. Continúan desfilando personas, parece que todos los latinos han salido, menos Leandro. Ahora todos son franceses, puede que se haya despistado y siga por ahí adentro. Ha pasado más de una hora, han salido todos los pasajeros, no entiendo que ha pasado, me acerco a preguntar, pero no me dan respuesta.
Al cabo de una hora, un hombre con pinta de latino se me acerca, supongo que me vio preguntando.
-¿Espera a alguien, señorita?
-Sí, a mi novio.
- y yo, a mi mujer.
Nos acercamos nuevamente a informes y esta vez nos dicen:
-En el vuelo había pasajeros ilegales, los han detenidos.
El hombre y yo nos miramos. Y, en la repentina palidez de nuestros rostros se dibuja la ansiedad.
Los días van pasado y Leandro sigue incomunicado. Lo van a regresar, estará detenido algunos meses, eso hacen con los ilegales. Me lo ha dicho la abogada de una asociación, ella es amable, pero según dice, su caso no tiene solución.
Se ha cumplido el plazo, hoy lo regresan.
Estoy agotada, mejor me acuesto. Me acurruco en la cama con esta manta calientita, miro al techo, una cumbre y sus cuatro muros me oprimen el alma. Desde la penumbra de mi conciencia un llanto entrecortado aflora con fuerza, viene desde adentro como un manantial agitado. Cierro mis ojos y trato de dormir, mañana será otro día.

Por María Germaná - En Madrid, a 24 de junio de 2007

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1 comentario:

  1. Maria amiga, me gusto mucho este cuento y deja una huella de dolor...

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