Vídeo poema - Quienes rondan la niebla - Olga Orozco
Siempre estarán aquí, junto a la
niebla,
amargamente intactos en su
paciente polvo que la sombra ha invadido,
recorriendo impasibles esa región
de pena que se vuelve al poniente,
allá, donde el pájaro de la
piedad canta sin cesar sobre la indiferencia del que duerme,
donde el amor reposa su gastado
ademán sobre las hierbas cenicientas,
y el olvido es apenas un destello
invernal desde otro reino.
Son los seres que fui los que me
aguardan,
los que llegan a mí como a la
débil hiedra doliente y amarilla que sostiene el verano.
Triste será el sendero para la
última hoja demorada,
triste y conocido como la
tiniebla.
¡Oh dulce y callada soledad
temible!
¡Qué dispersos y fieles hijos de
nuestra imagen
nos están conduciendo hacia el
amanecer de las colinas!
Están aquí reunidas, alrededor
del viento,
la niña clara y cruel de la
alegría, coronada de flores polvorientas;
la niña de los sueños, con su
tierno cansancio de otro cielo recién abandonado;
la niña de la soledad, buscando
entre la lluvia de las alamedas el secreto del tiempo y del relámpago;
la niña de la pena, pálida y
silenciosa,
contemplando sus manos que la
muerte de un árbol oscurece;
la niña del olvido que llama,
llama sin reposo sobre su corazón adormecido,
junto a la niña eterna,
la piadosa y sombría niña de los
recuerdos que contempla borrarse una vez más,
bajo los desolados médanos,
la casa abandonada, amada por el
grillo y por la enredadera;
y más cerca, como el rumor del
musgo en las mejillas de aquella incierta niña de leyenda,
la niña del espanto que escucha,
como antaño junto al muro derruido,
las lentas voces de los
desaparecidos;
y allí, bajo sus pies,
las fugitivas niñas de la sombra
que los atardeceres reconocen,
las mágicas amigas del matorral y
de la piedra temerosa.
Yo conozco esos gestos,
esas dóciles máscaras con que la
luz recubre cada día sus amargos desiertos.
¡Tanta fatiga inútil entre un
golpe de viento y un resplandor de arena pasajera!
No es cierto, sin embargo,
que en el sitio donde el
sufriente corazón restituye sus lágrimas al destino terrestre,
palideciendo acaso,
nos espere un gran sueño, pesado,
irremediable.
Esperadme, esperadme, inasibles
criaturas del rocío,
porque despertaré
y hermoso será subir, bajo
idéntico tiempo,
las altas graderías de la ciudad
del sol y las tormentas,
y repetir aún, sin desamparo, las
radiantes edades que la tierra enamora.
Olga
Orozco
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