casa de Dulce María Loynaz
ÚLTIMOS
DÍAS DE UNA CASA
No sé por qué se ha hecho desde
hace tantos días
este extraño silencio:
silencio sin perfiles, sin
aristas,
como marea en vilo por la luna,
el silencio me cubre lentamente.
Me siento sumergida en él, pegada
su baba a mis paredes;
y nada puedo hacer para
arrancármelo,
para salir a flote y respirar
de nuevo el aire vivo,
lleno de sol, de polen, de
zumbidos.
Nadie puede decir
que he sido yo una casa
silenciosa;
por el contrario, a muchos muchas
veces
rasgué la seda pálida del sueño
-el nocturno capullo en que se
envuelven-,
con mi piano crecido en la alta
noche,
las risas y los cantos de los
jóvenes
y aquella efervescencia de la
vida
que ha barbotado siempre en mis
ventanas
como en los ojos de
las mujeres enamoradas.
No me han fallado, claro está,
días en blanco
sí; días sin palabras que decir
en que hasta el leve roce de la
hoja
pudo sonar mil veces aumentado
con una resonancia de tambores!
pero el silencio era distinto
entonces:
era un silencio con sabor humano.
Quiero decir que proveía de
“ellos”,
los que dentro de mí partían el
pan;
de ellos o de algo suyo, como la
propia ausencia,
una ausencia cargada de regresos,
porque pese a sus pies, yendo y
viniendo,
yo los sentía siempre
unidos a mí por alguna
cuerda invisible,
íntimamente maternal, nutricia.
Y es que el hombre, aunque no lo
sepa,
unido está a su casa poco menos
que el molusco a su concha.
No se quiebra esta unión sin que
algo muera
en la casa, en el hombre… O en
los dos.
Decía que he tenido
también mis días silenciosos:
era cuando los míos marchaban de
viaje,
y cuando no marcharon también…
Aquel verano…
-¡cómo lo he recordado siempre!-
en que se nos murió
la mayor de las niñas de
difteria.
Ya no se mueren niños de
difteria;
Pero en mi tiempo –bien lo sé…-
Algunos se morían todavía.
Acaso Ana María fue la última.
Fragmento de: Últimos días de una casa,
Madrid 1958
Dulce María Loynaz y Muñoz; La Habana, 1903 – 1997.
Poeta y narradora.
Fue electa miembro de la Academia Nacional de
Artes y Letras en 1951, de la Academia Cubana de la Lengua en 1959 y de la Real
Academia Española de la Lengua en 1968.
Ha recibido muchos premios: Orden Carlos Manuel de Céspedes, Orden Félix Varela, Distinción por
la Cultura Nacional y Medalla Alejo Carpentier (Cuba) y Orden de Alfonso X el
Sabio (España). Fue galardonada con el Premio Nacional de la Literatura (1987),
Premio de la Crítica (1991) y Premio Miguel de Cervantes (1992).
Obra
poética:
Versos
(1950), Juegos de agua (1951), Poemas sin nombre (1953), Últimos días de una
casa (1958), Poemas escogidos (1985), Poemas náufragos (1991), Bestiarium
(1991), Finas redes (1993), La novia de Lázaro (1993), Poesía completa (1993), Melancolía
de otoño (1997), La voz del silencio (2000), El áspero sendero (2001).
Otros
géneros:
Portada
del epistolario "Cartas que no se extraviaron", Jardín (1951)
-novela-
Un
verano en Tenerife (1958), Yo fui (feliz) en Cuba (1993) -crónicas-, Canto a la
mujer. Tomo I y II (1993) -ensayo-, Confesiones de Dulce María Loynaz (1993)
-entrevistas- , Fe de vida (1994) -ensayo-, Cartas a Julio Orlando (1994)
-epistolario-, Un encuentro con Dulce María Loynaz (1994) -entrevistas- , Alas
en la sombra (1995) -texto autobiográfico-, Cartas que no se extraviaron (1997)
-epistolario-, Cartas de Egipto (2000) -epistolario- ,La palabra en el aire
(2000) –ensayo.
Los silencios que nos habitan y/o nos hacen creer anfitriones y dueños de algo, ese algo, masilla resistente, ruina que se contrae y nos dice, murmura el centro de las cosas, de la casa sin salida. Aún así, comunican al igual que el cimiento de una casa japonesa, la eventualidad.
ResponderEliminarAbrazos.
Tal y como lo aclaró Dulce María el poema lo inspiró la casa de la familia en la Calle Prado. A la casa de la foto se mudaron después.
ResponderEliminarTeresa:
ResponderEliminarMuchas gracias por tu aclaración. No lo sabía. Un saludo