Foto de Marc Lagrange
Caníbal
Yo
quisiera envolverte y protegerte
de
las miradas de todos los demás
como
adentro de un capullo secreto
en
el que tú pudieras
seguir
creciendo y palpitando
tu
ingenuo corazón
pequeño
y niño
seguiría
latiendo
setenta
veces por minuto
y
mi mano sería para él
pantalla
escudo estuche
yo
quisiera guardarte en un calor seguro
quisiera
acariciarte y devorarte
sentirte
descender en la tiniebla visceral
y
percibir tu movimiento rítmico
adentro
de mi estómago oculto
ya
despedazado por mis dientes
de
un amor de la índole del fuego
a
nada semejante
transformado
en la esencia de ti
y
ya sin forma
pura
sustancia concentrada y libre
de
todo posible movimiento autónomo
que
la esencia lo es muy simplemente
en
el tiempo sin tiempo
no
se mueve no trata de cambiar
dentro
de mí cuidada y protegida
incluso
de ti mismo
tú
me comprendes, ¿cierto?
incluso
de tu falta de amor
de
tu insensata pretensión
de
encontrar el placer en otra parte
quién
sabe dónde, luego,
¡habráse
visto!
Deseo del desnacido
I
Dentro
de mí yacías silencioso
y
yo podía oír tu oscuro palpitar.
No
podía saber si tenías un rostro,
si
de tu alma secreta nacía alguna voz
o
el eco de una voz esperaba juntarse
un
día con tu corazón lento y cadencioso.
Yo
acariciaba el secreto escondido
de
mi entraña y dialogaba
entre
sonrisas vagas
mediante
un respirar acompasado
acaso
igual al tuyo
con
tu presencia cálida
con
la seguridad de una existencia
que
en mí se duplicaba
dentro
de mí se ahondaba
y
fuera de mí se proyectaba
más
allá de mí misma
para
darme el encanto y el gozo y el temblor
de
no saberme una
y
de saberme una
en
esa incalculable y múltiple
derivación
de la existencia.
Pero
un día te fuiste.
Desgarrador
y lacerante
tu
vacío fue sorpresa y encuentro
fue
reconocimiento
fue
tu rostro y tu adiós
contemporáneamente
fue
tu voz diciendo una manera
distinta
de la mía.
Fuiste
tú como yo por ti sin mí.
Y
tuve que alejarte.
Tuve
que volverme a mi secreta herida
acariciar
tu ausencia
el
lacerante vacío
de
tu rostro nacido para irse
de
tu voz sin eco y replicante.
Tuve
que dejarte ir
dejarte
recorrer tu laberinto solo
tus
meandros de luz
tus
retazos de aquello que conocí primero
y
aun de aquello que nunca conocí.
Me
replegué sobre mi herida abierta
y
sólo quise soñar
sólo
quise gozar entre los sueños
un
encuentro segundo
–
un encuentro primero –
de
cuerpos y de almas
de
dualidades firmes
de
recortados límites
de
abrazos sin fusiones
de
fusiones soñadas
a
partir de un imposible anhelo
nacido
de la fiebre de la carne viviente
de
la respiración del aire
fuera
del agua
fuera
de la intuición soñante y lo no visto
dentro
de los ardores de lo que no es previsto
de
lo que no te pertenece
de
lo que sigue un camino por ti no conducido
de
lo tuyo por ti sin mí
por
ti conmigo
de
lo tuyo conmigo
entre
los dos lo uno
el
sueño de lo uno
impulso
de la fiebre
ardor
en que el deseo
junta
los cuerpos
dos
para
soñar lo uno
imposible
unidad que sería
como
volver atrás
cuando
tu ser no era
y
yacías en mí en el silencio
oscuro
palpitar de mi secreto.
II
Alguna
vez te encuentro
cuando
los meandros de tu vida y la mía
se
juntan en un punto
–
hay puntos en común –
y
allí te veo
y
el deseo me sube por la sangre
y
quisiera borrar tu origen de mis sueños
haber
nacido contigo al mismo tiempo
llevar
la marca de otro
no
llevar una marca
no
saber de ti nada
ni
de tu nacimiento
ni
de la antigua herida de tu ausencia
que
no me conocieras
que
pudiéramos oír únicamente
el
rumor de la sangre girando vorticosa
dictando
sin dudar
la
tirana tendencia del deseo.
MIRA LLEGA A CASA
Quisieras
cruzar el umbral
tal
vez
pero
todavía no te atreves
me
miras con temor
pasar
de aquí a allí
y
no saber lo que vas a encontrar
y
luego —a lo mejor estás pensando—
tampoco
es éste sitio conocido
Entonces
permaneces quieta
con
la cola en alto vigilante
ojos
de incertidumbre
Dónde
me han traído,
pareces
preguntarte
y
yo ruego que tú puedas entender
que
desde ahora ésta es tu casa
y
tú aprenderás de mí
y
yo aprenderé de ti
y
juntas vamos a construir
un
dúo solidario
hecho
de mujer y de perra
Mira
y Martha
Martha
y Mira
y
correr será hermoso en la mañana
y
dormir será hermoso por la noche
y
saberte cerca será dicha de vida
y
armónica ternura
y
sentimiento puro
Espera
no atravieses ese umbral
Voy
yo hacia ti
para
después cruzarlo juntas
y
dar por fin inicio
hoy
mismo ahora y enseguida
a
esa unidad perfecta que decía Neruda:
“seis
patas y una cola
con
rocío”.
Martha Canfield, leyendo "La expulsión del Paraíso en el Festival de Poesía de Medellín
Biografía
Martha Canfield nació en Montevideo, Uruguay, en
1949. Nacionalizada italiana, es poeta, traductora, ensayista y antologista de
poesía. Egresada del Instituto Caro y Cuervo y Doctora en Filosofía y Letras de
la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Libros de poesía publicados en
español: Anunciaciones, 1977; Mar/Mare, 1989, El viaje de Orfeo, 1990; Caza de
altura, 1994; y en italiano: Nero cuore dell’alba, 1998 y Capriccio di un
colore, 2004. También ha publicado, entre otros, los libros ensayísticos: La
provincia inmutable. Estudios sobre la poesía de Ramón López Velarde, 1981; “El
patriarca” de García Márquez, arquetipo literario del dictador latinoamericano,
1984; Configuración del arquetipo, ensayos de literatura hispanoamericana, 1988
y El diálogo infinito: una conversación con Jorge Eduardo Eielson, 1995. En
italiano ha preparado la edición (con traducción y crítica) de la novela de
Vlady Kociancich, Últimos días de William Shakespeare, 1985; y varias
antologías poéticas: Idea Vilariño, La sudicia luce del giorno, 1989; Jorge
Eduardo Eielson, Poesía scritta, 1993; Álvaro Mutis, Gli elemento del disastro,
1997; y Mario Benedetti, Inventario, 2001. Desde 1996 está vinculada a la
Universidad de Florencia.
Muy hermosos, un abrazo.
ResponderEliminarGracias Alfredo Cernuda, un placer tenerte en mi casa.
ResponderEliminarSaludos