Imagen de Sonya Jach
La alberca
A
veces,
cuando hago mi recuento
y me detengo, digamos,
en la primera década,
durante un viaje a la frontera
con la brutal lámina junto al arroyo
y el páramo convocado por las llantas,
los
buitres de sobra
en la rama hueca de algún leño,
o de regreso a la cuadra más veloz
entre el eucalipto y los adoquines
remotos de la iglesia,
recaigo en las albercas
de mi memoria
y recuerdo los pozos iniciales,
sin geometría,
reacios al uso de mis piernas,
tiesos con su limo en mi miedo;
o tan cerca del solsticio
en la vereda de mi parque
un balneario público
con nombre de continente,
donde nunca vi el agua
en la pila de cloro
sino salpicada en el aire
con los gritos
que se iban dilatando
en las manchas de sol
ese mediodía
mientras yo miraba crecer
la huella enorme del lodo
en el centro de mi toalla
y algo percibía, creo,
no sé si de mí
o de la blancura
expugnable
de ciertas cosas.
Pero hay una alberca,
por encima de todas,
que me retiene.
Su oval en la hora justa
fue tan dúctil
con cada clavado
que parecía una maña del cuerpo.
Estaba en Texas,
en un motel de autopista,
y aun al sumergirme podía oír
cómo los motores raspaban
mi última visión del pavimento.
Allí, en esa alberca,
desde mi estatura en el flanco
descendiente y menos profundo
tuve toda la mañana
con los ojos cerrados
en medio de la luz
un albedrío tan perfecto
en los pies y en los brazos,
un dominio tan exacto de la espuma
que el fervor de las burbujas
rotas en mi boca
al respirar hundida
en el fondo
no fue un presagio,
sino el final común
de otros días en el agua
cuando apareció el mar más tarde
con las palmeras borrosas
en la curvatura de la bahía,
el estilo raído de un desierto
caduco en la arena
y nada nunca
volvió a ser tan impersonal.
Verdad a medias
Aún
no he aprendido a distinguir
las partes del espíritu
de las de su política.
El pienso, luego existo
—con su instante de fuga—
me queda tan lejos como la vida
improbable del tigre
que no he visto nunca en la selva canónica
sino sólo en su jaula
junto al hueso mordido y las moscas
persistentes de la quietud,
o en alguna pantalla
donde el domador roza
el mítico colmillo
con ese dedo meramente humano
y la sombra del tigre se pasea
por los rectos barrotes,
la bestia ya librada de sus músculos
en esa estancia abierta
entre las piedras y el techo.
¿Qué existe ahí?
De la huella a la piel
sólo unos centímetros de luz
separan a la visión
de su propia estrategia
cuando ve que ve,
y es tan inverosímil la prueba
de que el tigre sobrevive
más allá de mi posesión
como la leyenda de ese árbol
—el abedul que no conozco
o el abeto literario—
caído en un bosque
sin que nadie lo perciba,
aunque pueda ser un hecho
más inmediato que yo
porque en un argumento
la lógica de las palabras
ya lo ha postulado
muerto en su hoyo
con las ramas trizadas
y el tronco circular
hundido en la tiniebla
de otras hojas secas,
quizás de olmo ordinario o de pino.
Pero vuelvo al espíritu.
O a su política.
Al oro abstracto
y a esa población de paja,
al hábito extravagante
de una aguja oculta
perennemente entre las briznas
y a la alegoría disuelta
por tanta simpleza.
El espíritu trasciende, supongo,
al medievo detenido en su establo,
el sol sin pascua y el fuego sin
creaturas,
la chispa distante del leño,
el calor indeseado
que ilumina la cara
y una verdad a medias:
el cráneo con su médula de universo.
Dura lo que piensa, suave se impone
esa idea blanca y concubina de sí
en la brecha, oreja demente
con el crujido adentro,
sin tacto para descubrirse,
como en otro reino animal
el caballo que rastrea
del estiércol al pesebre
los restos de su propio olor
porque no sabe hacer otra cosa,
aunque el belfo y la tierra
también se busquen distintos
mientras culmina el rastrojo
con una finta de más en la intemperie,
extremando la soltura
del arbusto en su rincón
hacia donde miro,
los ojos en la corteza,
paradoja y viento,
la raíz cortada de un solo tajo
y todavía me tengo.
Tedi López Mills
Biografía
Tedi López Mills (Ciudad de México, 1959). Estudió
Filosofía en la UNAM y obtuvo el doctorado en la misma especialidad en la
Universidad La Sorbona, en Francia.
Ha publicado nueve libros
de poesía: Cinco estaciones, Un lugar ajeno, Segunda persona (Premio Nacional
de Literatura Efraín Huerta), Glosas, Horas (Premio Juan Pablos al Mérito
Editorial, CANIEM), Luz por aire y agua, Un jardín, cinco noches (y otros
poemas), Contracorriente (Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares) y
Parafrasear, así como una antología del poeta Gustaf Sobin (Matrices de viento
y de sombra) y un ensayo: La noche en blanco de Mallarmé. En 1998 obtuvo la
primera Beca de Poesía de la Fundación Octavio Paz. Además, ha sido becaria del
FONCA en 1994 y del Fideicomiso para la Cultura México/Estados Unidos en 1996.
Actualmente pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte. Biografía
Poemas
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