Foto de Grace Grarcia
El héroe (The Hero)
Donde
nos apetece, vamos.
Donde el suelo es áspero; donde hay
malas hierbas altas como frijoles,
dientes hipodérmicos de serpiente, o
el viento trae la «voz espantaniños»
desde el descuidado tejo con
los semipreciosos ojos felinos del búho-
despierto,
dormido, «orejas erectas erguidas en finas puntas»-,
en
tales lugares el amor no florecerá.
No
nos gustan ciertas cosas, y al héroe
tampoco; ni las lápidas extravagantes
ni la incertidumbre,
ir donde no se desea
ir; sufrir y no decirlo;
quedarse escuchando donde algo
se oculta. El héroe se encoge ante
lo
que se precipita con aleteo amortiguado y un par
de
ojos amarillos –de aquí para allá-
con
un trino vibrante y acuoso, bajo,
alto, con gorjeos en basso falsetto
hasta que la piel se eriza.
Jacob agonizante preguntó
a José: ¿Quiénes son estos? y bendijo
a ambos hijos, más al más joven, irritando a
José.
Y a su vez, José irritaba a otros.
Y
también Cincinato, Regulo y algunos de nuestros
compatriotas,
se han sentido, aunque piadosos,
como
Pilgrim obligado a caminar despacio
para encontrar su pergamino, cansados pero
esperanzados-
sin que la esperanza sea esperanza
hasta que toda base para la esperanza se ha
desvanecido; e indulgentes, considerando
el error de sus semejantes con los
sentimientos de una madre-
mujer
o gata. El correcto Negro de levita
junto
a la gruta
contesta
a la intrépida turista que visita el lugar
y pregunta al hombre que la acompaña: qué es
esto,
qué es aquello, dónde está Marta
enterrada; «el general Washington,
allí; su señora, aquí»; hablando como
si representara un papel, sin verla; con
sentido de la dignidad humana
y
reverencia por el misterio, de pie como la sombra
del
sauce.
Moisés
no sería nieto del faraón.
No es lo que como
mi alimento natural,
dice el héroe. Él no sale
a ver paisajes, sino cristal
de roca para ver –el asombroso Greco
rebosante de luz interior- que
no
ambiciona nada de lo que ha dejado. A este lo reconoceréis
como
el héroe.
Poemas: Marianne Craig Moore / Random House Mondadori
Traducción: Olivia de Miguel Crespo
San Jerónimo - Leonardo da Vinci
El San Jerónimo (Leonardo da Vinci’s
Saint Jerome)
de
Leonardo da Vinci y su león
en esa ermita
de
muros derrocados,
comparten refugio para un sabio
-marco
idóneo para el apasionado y lúcido
Jerónimo versado en el lenguaje-
y
para un león pariente de aquel en cuya piel
no dejó huella el garrote de Hércules.
La
bestia, recibida como un huésped,
aunque algunos monjes huyeran
-con
su pata curada
que una espina del desierto había enrojecido-
guardaba
el asno del monasterio…
que desapareció –según Jerónimo pensó-
devorado
por el guardián. Así el huésped, como un asno,
sin ofrecer resistencia, fue encargado de
transportar la leña;
pero,
poco después, el león reconoció
al asno y entregó toda la caravana de
camellos
de
sus aterrorizados
ladrones al afligido
san
Jerónimo. La bestia absuelta y
el santo quedaron de esa suerte hermanados;
y
desde entonces su similar aspecto y comportamiento
estableció su parentesco leonino.
Pacífico,
aunque apasionado
-porque de no ser ambas cosas,
¿cómo podría ser grande?-
Jerónimo –debilitado por las
pruebas sufridas-
la cintura afilada comiera lo que
comiera,
nos dejó la Vulgata. Bajo el
signo de Leo,
la crecida del Nilo ponía fin a la
hambruna, lo que hizo
de la boca del león un elemento
apropiado para las fuentes,
un emblema que si no es universal
al menos no es oscuro.
Y aquí, aunque solo sea un esbozo,
la astronomía
o los pálidos colores hacen que
la dorada pareja
en el dibujo de Leonardo da Vinci
parezca
bronceada por el sol.
Resplandece, cuadro,
santo, animal; y tú, León Haile
Selassie, con tu escolta
de leones símbolo de soberanía.
Poemas: Marianne Craig Moore / Random House Mondadori
Traducción: Olivia de Miguel Crespo
Fuente: Barcelona Review
Qué buena poeta, María Germaná. Saludos¡¡
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