Foto de Darren Holmes - Numbing it
Preludio
“Quizás en su sueño también el pájaro indague
una o dos veces mientras tiembla.” Elizabeth Bishop
El invierno ha llegado, los pies y las manos se me hielan, envuelvo mi pecho con papel periódico, tal y como me enseño mi abuelita, aunque aquí el frio es distinto, más intenso. Cuando camino por la calle siento la fuerza del sol como un aliento tibio que me anima a seguir buscando, no sé qué, pero creo que pronto encontraré la respuesta, luego cierro mis ojos y le agradezco a Dios por haberme permitido llegar hasta este país. El idioma es el mismo pero las palabras suenan distintas en sus labios, ellos hablan con voz áspera, su tono es más alto, son más directos, no se andan con miramientos, incluso con frecuencia escucho palabras soeces. Siempre sentí que mi destino era ser monja, pero ahora tan lejos de los míos, mi vida se asoma distinta. Algunas noches se me hace un nudo en el pecho, lloro y cuando la última lágrima ha caído enciendo una vela y le rezo a la virgen en la penumbra de mi pequeña habitación, su llama trémula me guía. Siento como la fe renace en mí.
Comparto un piso con cuatro personas de distintas nacionalidades, tengo una habitación de paredes blancas y escasos muebles, mi refugio. Desde hace un mes un nuevo inquilino ha llegado al piso, es joven y serio, algunas noches coincidimos en la cena, charlamos, incluso me da consejos para conseguir trabajo, una sensación de hermandad. Cuido ancianos, es lo que hay. Él, se llama Antonio, su voz es grave y amable, en poco tiempo se ha convertido en un lazo con este nuevo mundo. Tiene familia y pocos amigos, más bien compañeros de trabajo. Después de nuestras charlas, se retira a su habitación y lee libros gruesos de filosofía, no cree en Dios y eso me apena. Desde niña escucho a Dios e interpreto sus señales. Un día cuando caminaba por un parque cercano a casa, una lluvia de hojas secas invadió el libro que Antonio me regaló por mi cumpleaños, desde entonces supe que las cosas habían cambiado y me dejé arrastrar por aquel extraño fluido de la vida.
Fue así como al cabo de unos meses nos casamos, Antonio ha cambiado, naturalmente Dios bendijo nuestra unión. Ahora vamos juntos a la iglesia, nuestra rutina es sencilla, cada cual con su trabajo, compartimos las tareas del hogar, por las noches él se encierra en sus las lecturas y cuando regresa a nuestra habitación siento como se mete entre las sábanas tibias y se pega a mi cuerpo. He dejado de trabajar, Antonio es informático, tiene un buen trabajo, me ha dicho que mejor me dedique a la casa, que siga impartiendo mis cursos de catecismo en la iglesia, él me ayudará a enviar dinero a mi familia. Hemos alquilado un piso para los dos, por las tardes doy apoyo a los niños que tienen dificultad en el colegio, en mi barrio de Vallecas. Me he dado cuenta que muchos niños sudamericanos como yo necesitan ayuda, sus madres trabajan largas horas y no tienen tiempo para ayudarlos con las tareas del colegio. Empecé con un niño, luego vinieron dos más, ahora son cinco. Los recojo del colegio y los llevo a mi casa, Antonio está contento con ellos, él también me ayuda con las tareas de la escuela, aunque siempre llega cuando estamos a punto de terminar, él revisa los ejercicios, y pregunta si hay dudas, siempre añade alguna ingeniosa explicación, sobre todo en matemáticas. Al final la casa se alborota con sus alegres vocecillas, hasta que sus madres llegan con prisa del trabajo, ellas se los llevan con una agradecida sonrisa. Papeles, lápices de colores y algunos juegos quedan esparcidos por el suelo y la mesa del comedor, cuando todos se han marchado, Antonio y yo retomamos la tranquilidad de nuestro hogar.
La otra noche Antonio me dijo que teníamos que tener nuestros propios hijos, yo me entristecí y él añadió que podía seguir dando clases a los niños, respire profundo y luego me reí de mí misma. Antonio a veces escupe pensamientos en voz alta y me asusta, yo lo escucho en silencio y me marcho a la cocina, cojo mis utensilios para preparar la comida o algún dulce, después cuando la calma ha vuelto a su espíritu, entra a la cocina y me pide perdón, mi corazón se estremece y olvido sus palabras pesadas, siento su abrazo seguro y la calma vuelve a mí, no sé por qué pero yo también lo abrazo con ternura.
Ahora lo estamos intentando. No me siento a gusto con el sexo, pero lo tengo que hacer para quedarme embarazada, cuando llega la noche, él me toca y luego de largos besos me desvisto y me quedo quieta bajo las sábanas esperando sus caricias, yo también lo acaricio y poco a poco mi cuerpo va aflojando; entonces él comienza con sus embestidas y mi cuerpo se resiste, cierro los ojos y respiro profundamente, mientras me imagino con mi gran vientre, cuando termina se aparta de mi cuerpo y me siento aliviada. Cuando éramos novios me gustaba que me besara y me tocara los pechos, sentía como mis pezones se endurecían y mi vagina se iba cubriendo con un rocío fino, un hormigueo gratificante se apoderaba de mí y llegaba hasta los dedos de mis pies; pero desde que lo hicimos la primera vez y me dolió, me pongo tensa cada vez que se arrincona a mi cuerpo. Lo consulté con mi ginecólogo y dijo algunas cosas sueltas, luego me miró y dijo que yo estaba bien, también me habló de unos geles que podía pedir en la farmacia, y añadió que si necesitaba más información consulte con un sexólogo, nunca se me habría ocurrido, sentí vergüenza pero hice un esfuerzo y sonreí. Siempre pienso en Antonio y en nuestro bebe, pero a veces, no entiendo los designios de Dios.
Desde hace unos días siento nauseas por las mañanas, todo lo vomito, sólo me reconforta el aire fresco. Me hará bien dar un dar un paseo, la calzada esta cubierta de hojas secas de tonos amarillos y rojizos, que inmenso y dulce es el otoño, ha llegado con su inconfundible olor a hierba marchita. A veces tengo miedo de que Dios se aparte de mí, ahora que más lo necesito. Durante mi paseo por el parque, una lluvia muy fina cae por mi rostro, siento mi vientre fuerte como un botón a punto de estallar, el viento sigue soplando sin dar tregua, levanto la mirada, un pájaro revolotea y canta por encima de mi cabeza, es una nueva señal. El aliento de Dios.
es H E R M O S O María!!! bello, suave, me fue llevando el relato, es tierno...
ResponderEliminaresta parte le da el giro justo a la historia (para mí): "Desde niña escucho a Dios e interpreto sus señales. Un día cuando caminaba por un parque cercano a casa, una lluvia de hojas secas invadió el libro que Antonio me regaló por mi cumpleaños, desde entonces supe que las cosas habían cambiado y me dejé arrastrar por aquel extraño fluido de la vida."
me encantó!!! ABRAZO
Muy bello tu escrito María, muy lleno de esos espectros que de alguna forma nos visitan a todos alguna vez. Gracias por visitarme, yo también vendré por tu casa a encontrarte en las letras. Un abrazo.
ResponderEliminarVerlo de manera tan poética, hace estremecerse.
ResponderEliminarSiempre decimos que la realidad supera a la ficción, pero a veces nos olvidamos como la ficción sirve para dar dignidad a ciertas realidades.
¡sigue escribieno loquilla! Cada año más sabia y más sexy!!!!
Tienes poesìa en tus escritos... aunque se llamen cuentos
ResponderEliminarUn abrazo y mi admiraciòn por tu pluma