El Beso - Constantin Brancusi, 1910
ANATOMÍA DEL BESO
La
seda lujuriosa,
del
vivo tegumento receptáculo.
Prolifera
placenta.
Del
embrión del beso, brillante funda rosa.
Oh
labios abultados,
pulpa
irresistible, pretexto del mordisco.
La
boca se asemeja a una fruta que ofrece
sus
dulces y apretados gajos rojos.
Estos
dientes blanquísimos,
pórticos
del velado santuario
donde
la fría y mulsa exudación de la saliva
deseos
clandestinos baña y une.
Tu
suave paladar,
bóveda
tan admirable, techado de los besos
con
saña meditados en el escalofrío
constante
de la fiebre más mortal.
Almohadillada
lengua,
lamedora
serpiente, escurridiza lanza.
De
la entreabierta boca, ese dúctil pistilo
que
en su candente magma fluye y fluye.
De:
Los devaneos de Erato - 1980
A UN JOVEN CON ABANICO
Y
qué encantadora es tu inexperiencia.
Tu
mano torpe, fiel perseguidora
de
una quemante gracia que adivinas
en
el vaivén penoso del alegre antebrazo.
Alguien
cose en tu sangre lentejuelas
para
que atravieses
los
redondos umbrales del placer
y
ensayas a la vez desdén y seducción.
En
ese larvado gesto que aventuras
se
dibuja tu madre, reclinada
en
la gris balaustrada del recuerdo.
Y
tus ojos, atentos al paciente
e
inolvidable ejemplo, se entrecierran.
Y
mientras, adorable
y
peligrosamente, te desvías.
De:
"Los devaneos de Erato" 1980
PURIFÍCAME
Dichosos los que salieron de sí mismos
Colette
Cierto es que alguna vez
intento rebelarme,
desprenderme, desnudarme
de ti.
Y te sueño vestido
resbalando,
desmayando hasta el suelo
sus innúmeros frunces
y te niego. Tus fotos
abandonan
caladas cantoneras, el
cristal de los marcos,
y tu nombre se rompe, y me
olvido
que era Mayo, y Pléyade, y
de flor parecida
al crisantemo.
Y creo que no existe la
Quinta de Chaikowski,
pero recurro a ti.
Al final, siempre recurro
a ti,
a tu silencio huraño ante
la maravilla,
a tus buches pacientes
bajo el sol, irisándose,
mientras quería ser santa
apretando amapolas,
a tu desolación que era un
ópalo turbio
y a esa terquedad de no
mostrarlo nunca.
Voluntad educada para ser
guardadora,
para que de tu rostro no
saliera
ni un atisbo de ti, ni el
corazón vaciar
por calladas cuartillas,
por la morada lana
de los confesonarios. Ni
en lágrimas verterlo.
Cómo te vigilabas para no
proclamar
miedos o desventuras; la
culpa y el desastre
desdeñados, y el asombre
escondido.
Mi siempre lastimada y
jamás dulce niña,
atesorando ibas antifaces,
metáforas,
ingenuos simulacros de
blindaje o conjuro
y no me adivinabas
heredera y alumna.
Más yo no sé vivir sin
imitarte.
En mí no hay emoción sin
que en ti la apacigüe
ni recuerdo que al final
no te mencione
ni experiencia que no
compare en ti,
reina de la cautela y del
enigma.
Pero, tanto el sigilo, que
yo no me sé el nombre
de las cosas, ni de este
sentimiento
que está sobrepasándome,
dulce e impetuoso,
doloroso quizás, quizás
desesperado.
En no atenderlo está mi
vanagloria,
Está mi precaución y mi
obediencia.
Mi niña, mi tirana,
contemplándote
sé que todo es inútil, que
me parezco a ti,
y que en ti permanezco
voluntaria y cautiva.
Es mi memoria cárcel, tú
mi estigma, mi orgullo,
yo albacea, boca
divulgadora
que a tu dictado vive,
infancia, patria mía, niña
mía, recuerdo.
De: Devocionario - 1985
Mis paredes, mi calma
y mi vigilia:
el
recinto y el tiempo de estar en mí, conmigo.
A
salvo, finalmente.
Completamente
a salvo
del
dolor, la razón y el consuelo.
Sin
temblor. Sin temor.
Sin
atender a nada. Sin aguardar siquiera
a
que suceda algo.
Obediente
cautivo que enhebra sus jazmines
e
insistentes cifras cada noche
que
en su ábaco ordena las estrellas,
así yo voy limando bayonetas y heridas
de
rencores y lágrimas.
Porque
ya nada importa.
Mientras
tanto, las sirenas, gimiendo,
cruzan
las avenidas,
el
ámbar parpadea en las encrucijadas,
y,
en húmedas alcobas, la soledad tantea,
se
desliza por el empapelado
y
abarquilla sus bordes.
Sacudo
la tristeza que espolvorea mis sábanas
de
rabia y alfileres.
Precinto
con silencio la derrota.
No
me rindo No entrego:
simplemente,
abandono.
Me
oculto en el olvido como en un hondo aljibe
al
margen de la estrella, del jardín y la lágrima.
De:
Puerto Umbrío - 1995
Todos los poemas del libro: La Ordenación
(Retrospectiva 1980 - 2004)
Edición de Paul M. Viejo
Fundación José Manuel Lara
Memoria del 4º Festival Mundial de Poesía de Venezuela
Ana Rossetti, entre otros
Ana
Rossetti, Cádiz - España 1950
Me encanta Ana Rossetti. Su poesía desprende un erotismo inigualable Gracias por traerla a tu-nuestro espacio.
ResponderEliminarGracias a ti, José Antonio. Ana Rossetti nos embriaga con la fuerza de su erotismo.
ResponderEliminarUn abrazo