* Cornelis Zitman - Ventana
La vida ha cambiado, se decía,
untándose
los
labios con la lengua, relamiendo, aaámm,
como
si de un bocado se tratara, o de un perfume.
Éste
es mi gusto, y sin embargo, el pelo
se
eme atiesa y cae como… ¿un sudario?
No,
una señal de giro. A la hora pico
nadie
se ha apoyado contra mí…o sí, en mi contra:
rueda
la edad, canta la alondra y el leve maquillaje
en
las mejillas ha cobrado una espesura
de
mitad de la vida que adelanta. No fresca,
pero
dura con el pelo así: en consonancia.
¿Será
el recelo de la mala figura, o la blusa candorosa,
olanes
y satines, de una vejez pasada? Vieja no,
gastada
y brillosa en los codos y en los puños,
sobre
las uñas manicurazas. Cuidar las manos
con
amor, con garra, con impudor, coqueto:
lo
que relumbra, es brillo. ¿Aprieto el gatillo?
Laca
descolorida para esa cómoda nueva que, envejecida,
empieza
a tornarse incómoda. El cajón superior
de
la derecha, por ejemplo, ha perdido
el
tirador. ¿Y si gatillo? Allí guardo soutiens,
sostenes,
corpiños, todo en desuso. Lo que hice,
ya
lo excuso: tuve niños, reía y buscaba
los
parecidos. Confuso: en parte, todo mentira,
en
parte aliño, letal, del pecado original.
¿Cuál
es mi parte?
(De:
Madam)
JUEVES 8
¿Lo
que se puede tocar?
Una
ruina, o una idea de lo que fue,
Tacto,
un monumento.
Tengo,
como un alma,
muchísimos
dedos en cada mano,
en
cada mano, sabiendo
cada
momento,
“podría
perderlos”.
Soy
una piel estirada
sobre
una importante superficie
del
mundo.
Voy
a tocarte, Tacto,
con
esta mano normal
a
la luz del día, y voy a cerrar los ojos
para
saber si es cierto. Si acierto
con
el centro, no es cierto. Si no,
sigo
tentando, con la esperanza
de
quien tiene ganas de perderla.
Hace
tiempo, vi a alguien
que
sostenía en la mano, parada,
a
su hija de diez meses. Me pareció
en
ese momento, que tenía tacto
suficiente
para mantener erguido algo
de
la esperanza suya, con esos pocos dedos
empalmados
suyos.
De
su yo.
Soy
un momento sostenido
en
una Importante Superficie del Mundo.
Una
superficie cultivada
y
cultivada, sin año sabático
para
las células, las pobres del tacto.
(De:
El arte de Perder)
TODA PASIÓN CONCLUIDA
Caprichos
de la luz
por
el resquicio superior
que
den lo mismo.
Está
la
luz que llena el jarro,
el
rojo interior que se ha colmado
de
vacío. ¿Es eso?
Es
el
estilo, más bien,
de
hueco que acata la continencia,
la
sentencia que da un adentro donde
– si se quiere –
por
un momento el mundo entra
y
cree en maneras
de
hacerse inconmovible.
Así
que
tiembla. Con la luz que
cambia.
Y con las hojas
que
se enrejan en el viento.
de
los postigos
y el calor,
el
frío como cal y el sol,
que
no es estar
y es
entre
otros brazos
¿Fuera de él
no
habrá nada? ¿Ni abrazo
que
lo sujete?
Dura
lo
que se muere.
Quedan familiares
cajones
con la ropa que se ha vuelto
ajena,
satenes personales y tizones
de dolores
que
ya no duelen.
En rincones
de
la carne, desusada,
la
saciedad del poder
detenerse.
Es
la pasión o el paso
entre
dos vacíos, la atrocidad
que
deja intacto el corazón
tras el carozo
de
un personaje inventado
para
el mundo.
Y nadie ama
lo
que no conoce: este sitio
ha
dejado de ser
iluminado
porque ahora
los
lugares sombríos son el centro.
Toda
pasión
concluida
es emoción
aclarada.
Correr
la
silla al sol para rehacer
el
ayer
y ver cómo maduran,
bellamente,
los
duraznos este año.
De:
Pasajes
UNA ELEGÍA
En
la época de mi madre
las
mujeres eran probables.
Mi
madre se sentaba junto a mi abuela
y
las dos eran completamente de carne y hueso.
Yo
soy apenas una secuela estable
de
aquel exceso de realidad.
Y
en la ansiedad del pasado indefinido,
en
el aspecto durativo de elegir,
escribo
ahora: una elegía.
En
la época de mi madre
las
mujeres eran perdurables,
completamente
hueso y carne.
Mi
madre se ponía el collar
de
plata y de turquesas
que
mi padre le había traído de Suecia
y
se sentaba a la mesa como una especia exótica,
para
que todo se volviera más grande que la vida,
y
cualquier ficción fuera posible.
En
la época de mi madre, las mujeres
eran
un quid: mi madre nos contó
a
mi hermano y a mí: ‘cuando salía de la escuela,
iba
a buscar a mi padre al trabajo,
en
Santa Fe, y los compañeros le decían es un biscuit,
tu
hija es un biscuit, y nunca supe qué querían decir,
qué
era un biscuit’, un bizcocho estando muy enferma,
una
porcelana exquisita todavía para nosotros,
y
mi hermano apurándola: ‘¿Y?’
No
sé qué es un biscuit, ¿una especia exótica.
algo
de todos modos, especial? Igual
andaba
delicadamente por la casa, rozando los ochenta
como
se roza una herida
con
una gasa.
En
la época de mi madre
las
mujeres eran muy visibles.
Mi
madre se miraba en los espejos
y
yo no llegaba a abarcar
su
imagen con mis ojos. Me excedía,
la
intuía a lo lejos como algo que se añora.
Como
ahora,
una
elegía.
A
la criatura adorable
fijada
en lo remoto de la foto,
que
ya a los ocho años parecía
más
grande que la vida: te extraño,
aunque
no te conocía. Eso fue antes
que
a mí me dieras vida
en
un tamaño apenas natural.
Igual,
una
elegía.
Y
a la otra de la foto que espero
conservar,
la mujer bella que sostiene
el
libro ante la hija de un año
en
el engaño de la lectura:
te
quiero por lo que dura, y es suficiente
leer
en el presente, aunque se haya apagado
tu
estrella.
Por
ella,
una
elegía.
Ahora
soy la fotografía
y
vos el líquido revelador. Tu muerte
me
convierte en yo: como una ciencia aplicada
soy
la causa y el efecto,
el
ensayo y el error, este vacío
de
la nada que golpea el corazón
como
cáscara vacía.
Una
elegía,
cada
vez con más razón
(De:
El arte de perder)
Una hiena en mi vereda
¿Por
qué me siguió
esa
hiena, le habré dado pena?
Antipático
animal,
amable
sin embargo
al
decir de los etólogos,
la
grandísima epicena
fue
para mí un trago amargo.
¿De
qué se ríe esa mujer,
esa
hiena?
¿De
qué se ríe? ¿Es mujer
o
hace la escena? ¿La famosa
risa
histérica? Si ni siquiera
es
de América, ¿estará
desorientada?
Vive roja
casi
al lado y yo,
que
quiero convertirme en nada,
tengo
que oír sus consejos
y
necias admoniciones:
“en
tus condiciones”,
dijo
en varias ocasiones,
“no
podés exigir demasiado.
Pero
estoy acá para eso, para que puedas necesitar”,
y
amagó con darme un beso.
Mi
vecina carroñera
tiene
paciencia y espera.
Aunque
a veces me da pánico,
algo
me atrae de este cánido:
pese
a que vivo sentada, en franco diminuendo,
parece
seguir creyendo,
—indulgente
hiena obscena—
que
mi carne vale la pena.
(De:
Bestiario íntimo)
Mirta Rosenberg leyendo en el Festival Internacional de Poesía de Rosario - !ª Parte
Mirta Rosenberg leyendo en el Festival Internacional de Poesía de Rosario - 2ª Parte
Biografía:
Mirta Rosenberg, Argentina 1951. Poeta, traductora, editora. Ha publicado: Pasajes,
1984; Madam, 1988; Teoría sentimental, 1994; El arte de perder, 1998; El árbol
de palabras. Obra reunida 1984-2006, publicado por Ediciones Bajo la luna.
maravillosa poeta!
ResponderEliminarbesos, maría*
Gracias Silvia.
ResponderEliminarUn abrazo