Imagen de Anja Millen
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No
puedo abrir los ojos.
Cerrados
persisten con un peso que duele e inquieta.
Ya
no ensayo más amplias sonrisas.
Los
labios secos de ayuno y de sed.
El irrespirable sol irrespirable. Sol.
Estudié
el origen de la energía.
Ejemplos
de dilatación del tiempo,
anomalías
excéntricas y anomalías medias.
Calculé
el área de un círculo (πr²).
Las
mareas de los agujeros negros.
El
horizonte de sucesos.
Y,
sin embargo, ¿dónde la fórmula de la existencia?
¿Dónde
la teoría de la conservación?
¿Y
la ecuación para evitar el acabamiento?
¿Dónde
la permanencia?
Imagen de Catrin Weltz-Stein - The collector
La ciudad interior
Desde
fuera, la existencia de un ser pausado
parece
más bien sencilla.
Eleva
las manos hacia el cielo cuando observa las nubes
y
recuerda que en China, desde hace siglos,
los
suelos se diferencian por su color:
la
tierra negra del noreste;
blanco,
el suelo del desierto;
la
tierra roja al sur del Yangtsé.
Azul
o verde el fértil suelo del sur.
Sencilla,
parece la realidad del ser pausado
que
se detiene, al caminar, y observa con gesto dubitativo
las
intersecciones del camino.
Tranquilo
y reservado,
perdió
los textos sagrados durante su último viaje.
Olvidó
seguir las rutas más seguras.
Exploró,
sin sus compañeros, los mandatos de la belleza.
Sacrificó
las horas en dirección a un oasis
y,
quizá, consideró las audacias de su serenidad.
Lamentó,
en ocasiones, ofrecer un rostro tan triste.
Lamentó,
en ocasiones, presentar un aspecto tan cansado.
Lamentó,
con frecuencia, no ser otro. No ser nada,
mientras
la lentitud de su nombre arrastraba, una vez más,
sus
pasos desconcertados
hacia
la gloriosa lejanía de la antigua Ruta de la Seda,
que
pasaba ante las montañas de Xinjang.
imagen de Anka Zhuravleva
Alimento
Yo…
Lo sé. Tengo ese miserable aspecto
del
que va demandando cariño por las puertas.
“Quiéreme
un poco. Quiéreme un poco…”
Los
ojos nostálgicos hacia el coche que se aleja
y
la espalda estrecha que se detiene por última vez para decir adiós.
Yo…
Lo sé. Persigo la mirada comprensiva de todas las madres
y
a veces las manos grandes de cada padre.
El
susurro al teléfono que me diga: “todo está bien”
mientras
la niña del pañuelo negro gira y gira
esperando
la llegada del sosiego.
El
apaciguamiento de la marea oscura que sube.
Y
sube a la boca desde el alma que se creía ya aliviada
pero
que no. Porque el alma, aunque se suponga el éxito sobre ella,
cuando
es dolorosa y cuando tiene la tez de la angustia,
sobrevive.
Yo…
Lo sé. Me estoy ahogando y no entiendo nada.
Dejé
que tomara mi mano y me arrastrara hasta la orilla.
“Vas
a ver un milagro”, me dijo.
Y
la niña de los zapatos negros con lacito
me
miraba a la cara y me mostraba sus dientes de conejito.
“Perdón.
Perdón. Perdón.” Parecía suplicar. “Yo no fui. No fui yo…”
Yo…
Ahora cuento las varillas azules que se insertan
en
aquel jarrón transparente y me pregunto:
(uno,
dos tres…)
¿Por
qué lo haces?
(cuatro…)
Biografía
Nació
en Madrid, en 1971. Escritora y traductora.
Ha publicado los relatos: El mes más cruel y
Viajes inocentes.
Novelas: Las hijas de Sara y El hombre de espaldas
Poemarios: La hija del cazador y Con nubes y animales y fantasmas.
En la actualidad trabaja como traductora del inglés.
María:
ResponderEliminarMe encanta esta autora.
Sus mundos oníricos son sensacionales. Me parece muy original.
Besos
Ana
Ana,
ResponderEliminarSí, es una autora muy interesante.
Un beso
Muchísimas gracias a las dos. Por vuestras palabras y por vuestro trabajo.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte.
Pilar,
ResponderEliminarGracias a ti por brindarnos poesía.
Un abrazo.