Unica Zürn
El
encantamiento
"La primera
luz del amanecer entraba en el taller de sastrería por las ventanas sin
cortinas. Los maniquíes parecían negros bultos sin forma.
La señorita Milli
se sorprendió al encontrarse echada en el sofá sin el vestido. Al ir a extender
la mano hacia la prenda, se asustó: no tenía brazos.
Cuando la señorita
Milli se miró los hombros y vio luego las negras siluetas de los maniquíes,
sintió un hondo desconsuelo: estaba como ellos. Lentamente, a medida que crecía
la luz, iban perfilándose las siluetas de los maniquíes. Pecho abombado,
espalda erguida, caderas firmes y bien torneadas descansando sobre el pie.
—Ya se ha dado
cuenta —susurró el maniquí más grande, al que se probaban los fracs y las
americanas.
—Mira, está
asustada —dijo otro.
—No te desesperes
—la animó un tercero.
—No te aflijas.
¡Nosotros estamos contigo!
La señorita Milli
escuchaba las voces tenues y amigas que sonaban en el taller y que salían de
los maniquíes.
Tenía frío. Le
temblaban los hombros. Se quedó echada en el sofá, muy quieta, mirándose.
—Lo sentimos mucho
—dijo el maniquí más grande—. Menos mal que le ha dejado cabeza. La señorita
Milli callaba; todo le parecía borroso, confuso.
—Ahora que usted
se parece a nosotros —empezó el maniquí grande, con voz aún más dulce y
compasiva—, a pesar de que aún conserva la cabeza, ¿permite que le expliquemos
lo ocurrido?
La voz esperaba.
Entonces, en el interior de un maniquí empezó a sonar el leve tarareo de una
tierna alborada. El cantor se balanceaba suavemente, y la dulce y lenta melodía
sonaba como un suspiro. ¿Así que todos aquellos maniquíes, inmóviles y oscuros,
que la señorita Milli conocía desde hacía años, tenían vida? ¿Estaban vivos, y
ella no lo había notado hasta ahora, cuando compartía su suerte? La señorita
Milli se levantó, fue a la ventana y miró afuera. Sin volverse, preguntó:
—¿Ha sido el
oficial? —Ah, ya se acuerda —dijo el maniquí más grande—. Sí; ha sido él, el
canalla más bestial que hemos visto en nuestra vida, ese gordo pelirrojo.
—¿Qué me ha hecho?
—a la señorita Milli le temblaba un poco la voz.
—Ayer el maestro
sastre le dijo que se quedara a trabajar hasta más tarde —le recordaron los
maniquíes.
Ella asintió.
—Sí. Tenía que
coser la cola del vestido azul de madame Soré.
—Ya se habían ido
todos —prosiguió el maniquí más grande—. Usted estaba sola, cosiendo. Cantaba
una canción para distraerse. Entonces el oficial volvió.
—Fue uno de los
más viles atropellos que hemos presenciado —terció en la conversación otro
maniquí—. Se le acercó por detrás, la agarró por los brazos, la lanzó en ese
sofá y...
—¿Y...? —preguntó
la señorita Milli.
—¡Usted se
defendió! Lo arañó bien. Y me parece que hasta le mordió en una oreja. Usted
peleó, señorita Milli, peleó como una heroína, pero...
—¿Pero? —jadeó la
señorita Milli.
—Él es muy fuerte,
¿comprende?, no había esperanza, nosotros nos volvimos hacia la pared,
temblando de vergüenza, por no poder hacer nada.
—Pero mis
brazos... —sollozó la señorita Milli con súbita desesperación—. ¿Qué ha sido de
mis brazos?
—Él no consiguió
nada, señorita Milli —dijo el maniquí grande con suavidad-. Usted conservó la
cabeza, él luchaba y al fin dijo...
—¿Qué dijo? ¿Qué
dijo, por Dios?
—Dijo —prosiguió
el maniquí con voz dolorida—, dijo: “¡Pues serás como uno de éstos!”. Y nos
señalaba a nosotros. “¡Sin brazos, sin piernas y sin... cara!”.
La señorita Milli
se volvió lentamente.
—Sin... cara
—susurró. El maniquí grande, turbado, frotó el suelo con su pata de madera.
—Sí —murmuró—.
Él...
—¿Qué? ¡Habla, por
lo que más quieras!
Del cuerpo de los
maniquíes salía un llanto suave que partía el corazón.
—Nos da usted
mucha pena —decían entre suspiros.
—Le ha borrado la
cara —murmuró el maniquí masculino—. Ya no tiene cara.
Lentamente, la señorita
Milli se apartó de la ventana y fue hacia los maniquíes. La piel sonrosada de
la mujer hacía un bello contraste con aquellos cuerpos negros. Al fin dijo:
—¿Entonces soy una
de vosotros?
—Es un gran honor
—dijo el maniquí masculino y, con movimientos rígidos, trató de hacer una
reverencia.
—Siempre será la
más hermosa. Aún tiene su pelo, su pelo suave de mujer. Y el contorno de su
cara es bello y armonioso. Ah señorita Milli, es usted el maniquí más bonito
que hemos visto en nuestra vida.
Las mejillas de la
señorita Milli se ahuecaron en una sonrisa.
—Me quedaré entre
vosotros.
—¡Oh, qué alegría,
señorita Milli! —exclamaron los maniquíes—. Haremos todo lo que podamos para
que sea feliz".
Biografía
Unica
Zürn (Berlín, 6 de julio de 1916 - París, 1970) escritora, pintora y guionista
alemana.
Tras
la guerra sobrevivió gracias a la venta de sus relatos y novelas. Fue compañera
del pintor y escultor Hans Bellmer. Participó en el movimiento surrealista.
Al igual que Antonin Artaud, su obra nos habla de la locura, el distanciamiento del cuerpo y el espíritu, el sufrimiento que conlleva su estancia en los hospitales psiquiátricos.
Fue internada en varias oportunidades en hospitales psiquiátricos, en 1970 se suicido en su casa de París.
Su obra es poco desconocida. Me parece importante rescatarla y seguir difundiendo su obra.
Fue internada en varias oportunidades en hospitales psiquiátricos, en 1970 se suicido en su casa de París.
Su obra es poco desconocida. Me parece importante rescatarla y seguir difundiendo su obra.
Se le conoce gracias a dos novelas póstumas: El hombre jazmín (Der
Mann in Jasmin) y Primavera sombría (Dunkler Frühling), en las que relata sus estancias
en el hospital psiquiátrico. También escribió varios relatos breves,
recopilados en El trapecio del destino y otros cuentos.
2 comentarios:
No conocía a esta artista, ya que escribía y pintaba, cuanta gente relacionada con el arte y tan valiosa, rodaron durante años, por hospitales psiquiátricos y esto le dio a su obra una impronta muy especial, es ver el mundo, la vida desde ese otro lado del espejo; para eso hay que ser bien arrecho, como decimos por aquí.
Maria, siempre conozco alguien nuevo e interesante en tu espacio, gracias por compartirlo, amiga.
Un fuerte abrazo
Hola María, es cierto existe mucha gente valiosa que estuvieron internos en hospitales psiquiátricos y que esa experiencia la llevaron al arte. Los casos más conocidos son los de Antonin Artaud, pero también Leonora Carrington estuvo interna en un hospital psiquiátrico en Santander.
La escritura de Unica Zürn perturba, pero al mismo tiempo conmueve.
Un fuerte abrazo
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