*Imogen Cunningham - autorretrato 1906
Vacío
En
las noches
de
mis días,
maullando,
mendigo
un
trocito de luna.
¿Y
qué he conseguido?
Senos
Suaves,
pequeños y tiernos
siempre
erguidos, siempre firmes.
Senos
de carne blanda
grácil
figura y vaivén excitante,
que
invitan a probar
las
delicias de la tez canela.
Tallados
sin aguja ni cincel
sobre
musgo secreto
son
montes cubiertos de azúcar
para
una boca insaciable.
Carta de la ansiedad
Señora:
Cómo
haría para decirle
que
cuando usted está a mi lado
yo
quisiera gritarle
que
de su marido estoy enamorada
y
los instintos me van devorando.
Señora:
Por
su marido me detuve en dulce sueño
para
convertirme por momento en fiera.
Mas
no se preocupe señora:
él
ni siquiera lo sabe.
Y
yo soy incapaz de insinuarle,
fue
la musa de Shakespeare
la
que amablemente estuvo enamorada.
¡Ay
señora de canción común!
Cómo
le diría sin ofenderla
que
usted ya no me inspira respeto
ni
cuando la miro besando a su marido;
yo
solo aspiro a ser ladrona
en
ese rico trigal del que usted es dueña
-y
desde hace rato compró-
Pero
si deja de cuidarlo
robaré
limpiamente su más dorado grano.
En
mí el resentimiento se va hinchando.
Eso
sí.
No
se asuste mi señora
si
las campanas cambiaron de tono,
que
no es mi corazón el que está repicando,
solamente
las agujas que ya no soportan el silencio
y
por eso quieren salir del pecho.
Disculpe
usted, señora.
Misiva
Todos
los soles han de ser iguales tanto en las cartas como en las fábulas, ante
todo, si quien escribe niebla en un país de maravillas tempranas. Tal vez un
malecón de algas conserve en mi cerebro verde como han vivido las letras en las
mismas cartas leídas, pues si en realidad existe un dios, él más que nadie sabe
que soy feliz de ser lo que soy, que desde que empecé a hacer arte jamás quise
otra cosa diferente.
Por
supuesto, me siento más húmeda que una manzana rosada, después de leerte.
Reconociendo ser más tímida, pero no por eso he olvidado las cigarras, ni mucho
menos escribir poemas, por supuesto, cuando le escribo al poeta.
Trotando
por el más verde y mullido de los pastos
Anoche
salí al patio, me sentí observada; recosté las caderas sobre el húmedo césped y
la cabeza reposó en la malva; el patio está lleno de malvas, sucede cada vez
que llueve. Miré al cielo. Había un gran retazo de pana y en una esquina pendía
la cacerola de aluminio más grande que jamás haya visto caribeño alguno;
brillaba tanto como acero caliente. Esa luna me miraba y me veía diminuta, ¡qué
simpática debí parecerle!
Pero
la noche se fue poniendo helada. Me fui a acostar. En el techo de mi cuarto hay
cuatro goteras; me gusta dormir libre de ropa; sobre la piel, mis vellos. Las
gotas resbalan en fila india; justo encima del vientre cae una; es grande y
fría; pero me enrosco, parezco un erizo marino, redondo, crispado.
Amaneció
y volví al patio. Ahora voy hasta el ciruelo macho; cómo me agrada masticar sus
hojas. Entre los huequitos del milimetrado follaje he metido mis largas uñas, y
un montón de florecillas que del guácimo se desprenden, caen precisas en la
taza que mi otra mano ha formado.
El
sereno empieza ahora en octubre, pero sus tardes son tan calientes que
aumentaron mi deseo de amar. Decido entrar, desnudarme y regar aceite para
niños en mis ojos pintarrajeados. Luego recuesto mi delgado cuerpo en el blando
sofá, casi no lo siento; a veces creo que mi poroso cuerpo se confunde con la
espuma. ¡Vaya si es delgado! Pero entras tú por el portón trasero como un
caballo en corral ajeno. Y yo, que siempre, siempre estoy seca, voy
humedeciéndome; aguadas columnillas destila mi frente; procuro evitar tanto
gemido, pero me confundo. Ya no sé si eres un potro, o simplemente vas trotando
por el más verde y mullido de mis pastos.
Velada
¡Hermosa
luna de volcanes!
Esta
noche no tiene luna
sin
embargo
escribo
y hablo
a
la sombra
que
ocupa su lugar.
¡Dulce
luna de azúcar!
cubre
tu rostro
con
un velo seguro
porque
de noche
salen
los niños
sobre
hormigas doradas
y
creerán tener derecho
sobre
ti.
¡Cóncava
luna de agua!
yo
estoy aquí
en
una patria infiel
en
la mira de tus ojos
en
un mecedor azul
triste
y desnuda
cantando
frente
al espejo.
Bio/biblio
Clemencia Tariffa (1959 - 2009 Colombia). En 1987
publicó, El ojo de la noche. En 1994 obtuvo el Premio Latinoamericano de Poesía
Koeyú (Caracas) y el Premio de Poesía del Instituto de Cultura del Cesar. Cuartel
(Ediciones, Exilio, 2006) fue su segundo y último libro. Los últimos años de su
vida estuvo recluida en una clínica mental de Santa Marta.
Fuente: Poesía de Clemencia Tariffa