Cuadro de Max Gasbiller Maternidad
Gertrud Kolmar, una de las voces más originales de la poesía alemana del siglo XX.
Tuvo la desdicha de vivir bajo el nazismo siendo judía, quizás por eso su poesía fue el fruto de su exilio interior. Su mundo intenso poblado de paisajes hermosos, llenos de magia y color. Dieron voz a esta original e intimista poeta.
SIN FRUTO
Las mujeres del oeste no llevan velo.
Las mujeres del este se lo quitan.
Quisiera esconder mi rostro bajo un velo oscuro;
Pues ya no es agradable a la vista, ya no es hermoso, está grisáceo,
Agrietado, como las piedras de un fuego exangüe, frío.
Mis cabellos, espolvoreados de ceniza.
Así quiero esperar sola en el crepúsculo en el banco estrecho,
De alto respaldo,
Así quiero quedarme sentada, mientras la noche vacilante
Se hunde a mi alrededor,
Un velo negro.
Me envuelvo en él, cubro mi rostro.
Pero mis ojos están fijos…
Veo. Siento:
Por la puerta cerrada entra sin hacer ruido
Un niño.
El único que me estaba destinado y al que no he dado a luz.
Al que no he dado a luz por culpa de mi pecado. Dios es justo.
Y yo guardo silencio y no me quejo, llevo y escondo la cabeza,
Y así puedo buscarla
Alguna noche.
Un varón.
Solo ése: tierno, mudo, implorante, con suaves, sombríos rizos,
Bajo la frente morena los ojos verde grisáceo de mares
Desconocidos de aquel al que amé,
Al que todavía amo.
No me teme, no retrocede tembloroso ante las caricias
De los labios, de las manos ajadas.
Se acerca, su terciopelo azul roza mi brazo, y sus dedos
Pequeños, juguetones, me agarran el alma,
La afligen.
A veces me trae su canica, la oscura, con vetas doradas,
La llamada ojo de tigre,
O también una flor, un pálido narciso,
O una caracola, rojiza, con verrugas. La alza con delicadeza
Hasta mi oído, y yo escucho el murmullo.
Una vez
En mitad de la noche, una noche de invierno,
Me desperté y miré a través de las sombras:
El que me amaba descansaba sobre mi lecho y dormía.
Su respiración era el murmullo de una caracola en medio del silencio.
Escuché con atención.
Dormitaba profundamente, protegido de ese modo por mi amor,
Entre sueños que desplegaron sobre él las alas púrpura, como
El jugo de la granada llena de semillas
Que habíamos compartido.
Paz.
Yo era feliz y me levanté y me senté, orando con fervor,
E incliné de nuevo el rostro y lo apoyé en mis manos y balbucí
Un agradecimiento tras otro.
De mi sangre
brotó una rosa…
Ésa fue la noche del origen,
Que quiso la bendición, noche de la súplica no susurrada, pero yo
No te engendré,
Mira a tu madre llorando…
También morirás.
Mañana cogeré una pala y, bajo los arbustos de bayas de nieve,
Te enterraré.
Tuvo la desdicha de vivir bajo el nazismo siendo judía, quizás por eso su poesía fue el fruto de su exilio interior. Su mundo intenso poblado de paisajes hermosos, llenos de magia y color. Dieron voz a esta original e intimista poeta.
SIN FRUTO
Las mujeres del oeste no llevan velo.
Las mujeres del este se lo quitan.
Quisiera esconder mi rostro bajo un velo oscuro;
Pues ya no es agradable a la vista, ya no es hermoso, está grisáceo,
Agrietado, como las piedras de un fuego exangüe, frío.
Mis cabellos, espolvoreados de ceniza.
Así quiero esperar sola en el crepúsculo en el banco estrecho,
De alto respaldo,
Así quiero quedarme sentada, mientras la noche vacilante
Se hunde a mi alrededor,
Un velo negro.
Me envuelvo en él, cubro mi rostro.
Pero mis ojos están fijos…
Veo. Siento:
Por la puerta cerrada entra sin hacer ruido
Un niño.
El único que me estaba destinado y al que no he dado a luz.
Al que no he dado a luz por culpa de mi pecado. Dios es justo.
Y yo guardo silencio y no me quejo, llevo y escondo la cabeza,
Y así puedo buscarla
Alguna noche.
Un varón.
Solo ése: tierno, mudo, implorante, con suaves, sombríos rizos,
Bajo la frente morena los ojos verde grisáceo de mares
Desconocidos de aquel al que amé,
Al que todavía amo.
No me teme, no retrocede tembloroso ante las caricias
De los labios, de las manos ajadas.
Se acerca, su terciopelo azul roza mi brazo, y sus dedos
Pequeños, juguetones, me agarran el alma,
La afligen.
A veces me trae su canica, la oscura, con vetas doradas,
La llamada ojo de tigre,
O también una flor, un pálido narciso,
O una caracola, rojiza, con verrugas. La alza con delicadeza
Hasta mi oído, y yo escucho el murmullo.
Una vez
En mitad de la noche, una noche de invierno,
Me desperté y miré a través de las sombras:
El que me amaba descansaba sobre mi lecho y dormía.
Su respiración era el murmullo de una caracola en medio del silencio.
Escuché con atención.
Dormitaba profundamente, protegido de ese modo por mi amor,
Entre sueños que desplegaron sobre él las alas púrpura, como
El jugo de la granada llena de semillas
Que habíamos compartido.
Paz.
Yo era feliz y me levanté y me senté, orando con fervor,
E incliné de nuevo el rostro y lo apoyé en mis manos y balbucí
Un agradecimiento tras otro.
De mi sangre
brotó una rosa…
Ésa fue la noche del origen,
Que quiso la bendición, noche de la súplica no susurrada, pero yo
No te engendré,
Mira a tu madre llorando…
También morirás.
Mañana cogeré una pala y, bajo los arbustos de bayas de nieve,
Te enterraré.
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