domingo, 17 de mayo de 2009

Otro de mis cuentos: La niñera


Foto de Bill Brandt

La niñera

La risa de las niñas ilumina sus tardes en los parques. Las niñas tras la pelota siempre corriendo de un lado a otro, a veces se deslizan en patines, y ella, Clara, sigue siempre con los ojos los juegos de Claudia y Daniela. Le gusta escuchar la risa que sale por sus pequeñas boquitas hablantinas, otras veces las escucha discutir y tiene que correr y hacer de intermediaria. Afortunadamente, a los cinco minutos vuelven a sus juegos. A veces parece que los otros niños no son más que seres extraños para las hermanas, ellas tienen su exclusivo mundo junto a ella, Clara y lo comparten con amplia ternura.
Clara recoge del colegio a las niñas, adora su trabajo de niñera y en su corazón resuenan pequeñas risas cálidas. Lleva tres años intentándolo pero todos los meses, la regla hace su aparición puntual. Esta triste y Antonio, su marido, le dice que no se preocupe, que ya vendrá, luego añade:
- Tenemos que trabajar para poder seguir viviendo aquí. Además, hay que enviar dinero a nuestros padres, recuerda, por eso estamos aquí, en España.
Cada vez que Clara intenta expresar su anhelo, Antonio le repite con firmeza la misma respuesta. Por las noches, arropaditos en la cama, sus tibias manos se estrechan, juntan sus encendidas pieles, dejando a un lado los pijamas, mientras acarician sus cuerpos con ternura, luego con la violencia que el instinto desata van encajando sus cuerpos hasta que cada cual busca abruptamente la respuesta feliz que aplaca sus apetitos.
Por las mañanas, Clara vuelve otra vez a sus angustiados pensamientos, mientras trajina con las tareas del hogar. Y luego, como todas las tardes recoge a las niñas del colegio. Cada día, una aventura: las tareas del colegio, la merienda, sus juegos, a veces vienen las peleas y no se aceptan las derrotas. Clara con la sabiduría de la ternura les habla y les habla hasta que ablanda sus corazones y sus risas espolvorean nuevamente el aire de la casa.
Cuando llega la madre, Clara se marcha, aunque esta vez, le pedirá consejo. Es una buena mujer, por eso Clara ha decido confiarle sus angustias. La madre de las niñas la escucha con atención y le dice que la seguridad social también ofrece tratamientos de fertilidad y que la ayudará a pedir una cita. A Clara le brillan los ojos, por fin podrá hacer algo.
Ha tenido que esperar varios meses para ver al especialista, pero mañana a primera hora acudirá a la consulta. Clara está sola y nerviosa, no sabe como abordar el tema, pero espera con impaciencia su turno. La llaman y la invitan a sentarse, luego el medico le pregunta:
- ¿Qué es lo que la trae aquí señora?
Clara responde:
- Doctor hace tres años que lo intento y no puedo quedarme embarazada.
- ¿Qué edad tiene?
- Treinta y ocho años.
- Debiste venir antes. Tus ovarios ya están gastados.
- Pero doctor, en mi país tratan a las mujeres incluso de cuarenta años.
- Que quieres que te diga. Regresa a tu país.
Clara se queda pálida y se le acaban las palabras. El medico alza la vista y añade:
- Los tratamientos son largos y costosos. La seguridad social sólo trata hasta los cuarenta años y tú ya estas en el límite. En fin, si quieres te hacemos las pruebas. Y le extiende una hoja.
Clara coge la orden de análisis y se marcha en silencio. No comprende que ha pasado, se siente confusa y defraudada.
Por la tarde recoge a las niñas del colegio y por un momento aparca sus pensamientos y la rutina de las niñas la envuelve con sus alegrías. Al finalizar la tarde, Clara se despide en medio del bullicio, en una reconfortante ceremonia de besos. Y, como todos días, se prepara para regresar a casa, camina por la calle y su cuerpo se contonea al ritmo de los transeúntes, camina hacia adelante esquivando sus pensamientos pero una y otra vez, las palabras del médico azotan su cabeza. Tiene los ojos clavados a sus pies y su tristeza acentúa el negro de sus rasgados ojos.
Mira su reloj, pronto serán las diez de la noche, no se había percatado del tiempo, tiene que volver a casa, antes de que su marido note su ausencia. Pasa frente a la puerta del supermercado, lo están cerrando. Mientras sacan los contenedores a la calle, unas cuantas personas aguardan con impaciencia armadas de carros de compra, una vez que los empleados los han depositado en la acera, la turba se precipita sobre éstos tratando de rescatar los mejores alimentos. Clara observa la escena, acelera la marcha tratando de volver a casa, aprisa, casi corriendo, mientras su corazón bate la pena acelerada de su confusión.

Por: María Germaná - En Madrid, a 17 de Abril de 2009
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