lunes, 31 de marzo de 2014

Jane Kenyon poemas

Balthus

Bizcocho

El perro ha limpiado su bol
y su recompensa es un bizcocho,
que pongo en su boca
igual que un cura ofrece la hostia.

¡No soporto esa actitud confiada!  
Pide pan, espera
pan, y mi poder es tal que
podría darle una piedra.


El bol azul

Como los primitivos enterramos el gato
con su bol. Con las manos desnudas
arrastramos la arena y la grava
hasta el agujero.

Caían con un siseo sordo
a su lado,
sobre la larga y roja piel, las blancas plumas
entre los dedos y la larga,
por no decir aquilina, nariz.

Nos incorporamos y nos sacudimos el polvo el uno al otro.
Hay penas más profundas que ésta.

Guardamos silencio el resto del día, trabajamos,
comimos, miramos fijamente y dormimos. Se desató una tormenta
que duró toda la noche; ahora está despejado y en un arbusto que gotea
parlotea un petirrojo
como el vecino que tiene buenas intenciones
pero siempre dice lo que no debe.


Jane Kenyon 
Versiones de Jonio González


Biscuit

The dog has cleaned his bowl
and his reward is a biscuit,
which I put in his mouth
like a priest offering the host.

I can't bear that trusting face!
He asks for bread, expects
bread, and I in my power
might have given him a stone.


The Blue Bowl

Like primitives we buried the cat
with his bowl. Bare-handed
we scraped sand and gravel
back into the hole.
                    They fell with a hiss
and thud on his side,
on his long red fur, the white feathers
between his toes, and his
long, not to say aquiline, nose.

We stood and brushed each other off.
There are sorrows keener than these.

Silent the rest of the day, we worked,
ate, stared, and slept. It stormed
all night; now it clears, and a robin
burbles from a dripping bush
like the neighbor who means well
but always says the wrong thing.


Biografía

Jane Kenyon nació en Ann Arbor, Michigan, en 1947 y falleció en 1995 de leucemia. En 1972 se casó con el poeta Donald Hall. Publicó en vida cuatro libros y un libro póstumo “Otherwise”. La editorial Pre-Textos, ha publicado “La cruz del Sur” en edición bilingüe, una antología de su poesía. De ella sabemos que vivió en contacto con la naturaleza y solía decir también que “entre pucheros”. Admiraba a Anna Ajmatova, Emily Dickinson o Elizabeht Bishop.

sábado, 29 de marzo de 2014

Toni Morrison - Jazz - fragmento

Foto de Johanna Knauer
Toni Morrison
Jazz – fragmento

Ssst… yo conozco a esa mujer. Vivía rodeada de pájaros en la avenida Lenox. También conozco a su marido. Se encaprichó de una chiquilla de dieciocho años y le dio uno de esos arrebatos que te calan hasta lo más hondo y que a él le metió dentro tanta pena y tanta felicidad que mató a la muchacha de un tiro sólo para que aquel sentimiento no acabara nunca. Cuando la mujer, que se llama Violet, fue al entierro para ver a la chica y acuchillarle la cara sin vida, la derribaron al suelo y la expulsaron de la iglesia. Entonces echó a correr, en medio de toda aquella nieve, y en cuanto estuvo de vuelta en su apartamento sacó a los pájaros de las jaulas y les abrió las ventanas para que emprendiesen el vuelo o para que se helaran, incluido el loro, que decía: «Te quiero.»

(...)

Hubo una tarde, allá en 1906, antes de que Joe y Violet emigrasen a la Ciudad, en que Violet soltó el arado y se dirigió a su casita, agobiada aún por el calor del día. Vestía un mono de faena y una descolorida camisa sin mangas, que se quitó despacio junto con el pañuelo que le cubría la cabeza. Sobre una mesa cercana a los fogones de la cocina había una palangana esmaltada, moteada de blanco y azul y con el borde desportillado. Cubierta por una toalla cuadrada para protegerla de los insectos, la palangana estaba llena de agua limpia. Con las palmas hacia arriba, extendidos los dedos, Violet hundió las manos en el agua y se salpicó el rostro. Repitió la operación varias veces hasta que, mezclada el agua con el sudor, se refrescaron su frente y sus mejillas. Luego mojó la toalla y se lavó cuidadosamente todo el cuerpo. Del alféizar de la ventana tomó una enagua blanca, salida de la colada aquella mañana, e introdujo en ella la cabeza y los hombros. Finalmente se sentó en la cama a desenredarse el cabello. La mayoría de los lazos que se había puesto al comenzar el día se habían aflojado debajo del pañuelo y ahora tenía la cabeza cubierta de mechones lanosos, suaves al tacto, que hacían estremecer sus dedos. Sentada allí, con las manos tendidas en el vedado placer de acariciarse el cabello, se dio cuenta de que no se había quitado las recias botas que usaba para trabajar. Empujando con la punta de la bota izquierda el tacón de la derecha, la hizo caer al suelo. El esfuerzo le pareció exagerado, y a la ligera sorpresa de descubrir lo cansada que estaba se añadió la sensación de que una especie de amplio sombrero, grande y blando, tan gastado y deslustrado como la habitación en que se encontraba, descendía sobre ella. Violet ya no se enteró del momento en que su hombro tocaba el colchón. Bastante antes de ello había entrado en un sueño apacible, profundo, seguro, adornado de imágenes coloristas. El calor era implacable, insinuante. Como las voces de las mujeres que en las casas próximas cantaban «Baja, baja, baja hacia las tierras de Egipto…» requebrándose unas a otras de patio a patio con una estrofa o su variante.

Joe había pasado dos meses ausente, en Crossland, y cuando llegó a casa y se asomó a la puerta vio el oscuro cuerpo juvenil de Violet relajado sobre la cama. Apareció a sus ojos frágil y delicado, accesible por todas partes con excepción de un pie, el izquierdo, que conservaba puesta la bota de hombre. Sonriendo, se quitó el sombrero de paja y se sentó en el extremo del lecho. Con una mano ella se cubría el rostro; la otra reposaba en su muslo. Contempló sus uñas, duras como la piel de las palmas, y por primera vez observó lo bien formadas que tenía las manos. El brazo que asomaba, flexionado, por la manga blanca de la enagua era musculoso a causa del trabajo en el campo, sumamente delgado, pero terso como el de una niña. Desanudó los cordones de la bota y se la quitó con suavidad. Aquello debió transmitir una sensación grata a su sueño, porque Violet inmediatamente rió, y con una risa ligera y feliz que él no le había oído hasta entonces, pero que parecía muy propia de ella.

Cuando las veo ahora no son de color sepia todavía, mientras van perdiendo sus contornos a la luz de una tarde futura. Atrapadas a medio camino entre lo que fue y lo que debió ser. Para mí son reales. Perfectamente enfocadas y chispeantes de vida. Me pregunto si sabrán que son el sonido de los dedos bajo los sicomoros que bordean las calles. Cuando los trenes llegan a la estación y se paran los motores, quienes escuchan con atención pueden oírlo. Incluso cuando no están allí, cuando en bloques enteros de casas del centro urbano y desde hectáreas enteras de barrios residenciales cubiertos de césped, hacia Sag Harbor, no pueden verles, el chasquido sí está. En los zapatos de tirilla en T de las jovencitas de Long Island, en los flecos centelleantes de las faldas audazmente cortas que se agitan y balancean al son de una música que embriaga más que el champaña. Está en los ojos de los viejos que contemplan a las muchachas y en los de los jóvenes que las exhiben a su lado. Está en la elegante postura de los hombres que ocultan las manos en los bolsillos del pantalón de su esmoquin. Hombres de blancas dentaduras y cabello liso peinado con raya en medio. Y que cuando toman del brazo a las muchachas de tirilla en T y las conducen lejos del gentío y de las luces demasiado intensas, es aquel chasquido, aquel castañeteo lo que los empuja a desviarse hacia los portales oscuros mientras la gramola suena en el salón. El repiqueteo de aquellos dedos y oscuros los lleva hacia Roseland, hacia Bunny’s; hacia los paseos de suelo entablado que bordean la orilla del mar. A lugares contra los que sus padres han prevenido a las muchachas y que hacen estremecer a sus madres cuando piensan en ellos. Tanto las advertencias como los temores provienen de los dedos, del castañeteo que no cesa. Y de la sombra. Empujada hacia determinadas calles, limitada en otras, haciendo que sus habitantes suspiren aliviados y duerman tranquilos, la sombra se extiende, precisamente allí, al borde del sueño, o se filtra por las fisuras al interior de una risa ahogada. Está ahí fuera en el seto de aligustre que delimita la avenida. Se escurre por las habitaciones como si estuviera poniendo un poco de orden aquí, enderezando algo allá. Se acumula en el bordillo de la acera, las manos cruzadas, disimulando su sonrisa bajo un sombrero de ala ancha. Sombra. Protectora, útil. O a veces no; a veces parece estar al acecho más que rondar gentilmente, y su expansión no es una forma de abrirse sino un incremento que hay que contener a bastonazos. Antes de que sus dedos chasquen o tabaleen o crujan.

Algunas de aquellas personas lo saben. Las afortunadas. Dondequiera que vayan son como el reloj mágico con las manecillas del mismo tamaño para que nunca descubras qué hora es, aunque sí oigas el tictac, el tabaleo, el chasquido.

Yo comencé por creer que la vida estaba hecha simplemente para que el mundo dispusiera de alguna pauta para reflexionar sobre si mismo, pero descubrí que había perdido el rumbo con los seres humanos porque la carne, incluso atrapada en el sufrimiento, se aferra a ella, a la vida, con placer. Se aferra a los manantiales y al cabello rubio de un niño; tan pronto inhalaría el dulce fuego provocado por una muchacha ardiente como asiría la mano que, quizá sí quizá no, se le tiende. Yo he dejado ya de creer en aquello. Aquí falta algo. Algo engañoso. Algo más que tienes que imaginar antes de llegar a una conclusión.



Es bonito que unas personas adultas se hablen en susurros bajo la colcha. Su éxtasis es el suspiro de un pétalo, nunca el rebuzno de un asno, y el cuerpo es el medio, no el fin. Anhelan, los adultos, algo que está más allá, más allá y muy muy hundido por debajo del tejido. Mientras susurran recuerdan las muñecas de feria que ganaron y los barcos de Baltimore en que no navegaron nunca. Las peras que dejaron colgar de la rama porque si las cogían desaparecían de allí, ¿y quién más gozaría de aquellos frutos maduros si ellos se las llevaban para su exclusivo provecho? ¿Cómo podrían, quienes pasaran por el lugar, verlas e imaginar para sus adentros cuál sería su aroma? Respirando y murmurando bajo la colcha que ambos han lavado y colgado a secar, en una cama que eligieron juntos y juntos han conservado sin que importe que una pata se apoye sobre un diccionario de 1916 a manera de cuña, y cuyo colchón, curvado como la palma de la mano de un predicador que pide testimonio en nombre de Dios, los ha acogido cada noche, todas las noches, y ha envuelto su susurrante y antiguo amor.

Están debajo de la colcha porque ya no tienen que mirarse más; no hay ya ojos de semental ni mirada de hembra casquivana que los trastornen. Están cada uno dentro de la mente del otro, unidos y atados por las muñecas de feria y los navíos que zarparon de puertos que ellos no llegaron a ver. Esto es lo que hay debajo de sus murmullos confidenciales.

Pero hay también otra parte no tan secreta. La parte que hace que se rocen los dedos de ambos cuando uno pasa la taza o el platillo al otro. La parte que cierra el broche del escote de ella mientras esperan la llegada del tranvía; y que sacude con la mano alguna mota de su traje de sarga azul cuando salen del cine a la luz del atardecer.

Yo envidio su amor público. Yo misma sólo lo he conocido en secreto y he deseado con ansia, oh, con qué ansia, exhibirlo, poder decir en voz muy alta lo que ellos no necesitan ni decir: Que te he amado únicamente a ti, que he entregado todo mi ser atolondrado a ti y a nadie más. Que quiero que tú también me ames y me lo demuestres. Que amo la forma en que me abrazas, lo cerca de ti que me dejas estar. Me gustan tus dedos que se mueven y vuelven a moverse, levantando, volviendo, revolviendo. He mirado tu cara durante muchísimo tiempo, y echaba de menos tus ojos cuando te alejabas de mí. Hablarte y escuchar tu respuesta: ahí está el cosquilleo del placer.

Pero esto yo no puedo decirlo en voz alta; no puedo contarle a nadie que llevo esperándolo toda mi vida y que haber sido elegida para esperar es precisamente la razón de que me haya sido posible esperar tanto. Si fuera capaz te lo diría. Diría que me creases, que me recreases. Eres libre de hacerlo y yo soy libre de permitírtelo porque mira, mira. Mira donde están tus manos. Ahora.



Jazz (1992)
Traducción: Jordi Gubern

Biografía
Toni Morrison nació en Estados Unidos en Ohio en 1931 dentro del seno de una familia negra pobre. Su verdadero nombre es Chloe Antony Wolford. Estudio en la Universidad de Howard y en Cornell. Fue profesora de inglés y Humanidades en las universidades de Texas, Howard y en la Estatal de Nueva York. También trabajó como editora literaria en Random House.
Estuvo casada con Harold Morrison y publica con ese apellido. 
Nota mía: Toni Morrison es capaz de adentrarse en sus personajes herederos de la cultura afroamericana, cargados de grandes contradicciones, sus raíces como esclavos y el sufrimiento del racismo y la pobreza. Ella nos lleva de la mano de unos personajes fracturados por el sufrimiento y la injusticia social. Su prosa está dotada de delicadeza y la fuerza de sus imágenes nos conmueven. El año pasado leí por primera vez "The Bluest eye" (el ojo más azul), desde entonces la sigo.


Premios
Premio Nobel de Literatura 1993
Premio Pulitzer de Novela 1988
Publicaciones
Volver 2012, Una bendición 2008, Amor 2003, Paraíso 1998, Jazz 1992, Jugando en la oscuridad 1992, Beloved 1987, La isla de los caballeros 1981, La canción de Salomón 1977, Sula 1973 Ojos azules 1970

Fuente:Biblioteca Ignoria

viernes, 14 de marzo de 2014

Laura Giordani - Antes de desaparecer - poemas

Imagen de Esteban Leyton

****

Abrir barrancas en el corazón
por las que despeñarse,
pero antes,
antes ver esos tránsitos,
eclosiones, corredores de la sangre
por donde egresan hijos, árboles, soles:
todos avanzando por la misma rampa.

Mirar atrás
y verlos todos muertos,
arrastrar su memoria
como larguísima cola de novia,
llevarlos conmigo.

Al hueco del corazón,
sí, volver allí
para curarse, para no seguir
tirando los dados
sobre una mesa inclinada
de antemano a la derrota.

****

Me diré otra vez: no tengas miedo. Ya conocemos el vértigo de los pies en los umbrales, la náusea previa a las partidas. Hay una sospecha de calesita que hurta las respiraciones, rueda en la que la sangre se emborracha con la ilusión de la línea recta hasta que el mismo árbol parece otra primavera.

Terror a los círculos, su asfixia perfecta, esa vocal que se cierra nada más pronunciarla como una sentencia.

(Para conjurar el miedo)

****

Creció y fue de aquéllos
Luis Pimentel

De niño,
atrapaba mariposas
para arrancar el polvo
de sus alas, palpaba con fruición
su suavidad celeste,
sedosa hasta la náusea,
hacia el signo
de la cruz sobre su frente
mientras las mariposas
trastabillaban, como derviches
giraban en fila

(enloquecidas sobre la tapia.

Ya no corre
detrás de las mariposas
del patio, pero dejará
-como en aquel juego-
madres de luto blanquísimo
girando en fila por la plaza.

(Infancia del torturador)

****

Elegir el barro, su arrojo en la disolución, ese abandono para que los sauces se sostengan. Tierra blanda, ofrecida sin medida como la mirada de los idiotas, la ternura de los cauces. Donde las raíces se estiran hasta escuchar la confesión de los moribundos, donde las hojas se pudren con el abono de los duelos: desasidas se hunden y el árbol las mira con esa distancia que un muerto miras sus pertenencias.

La revelación no viene de lo alto, sube por los talones, los imanta hacia el regreso, yerra de los meridianos.

Laura Giordani

Fuente: Laura Giordani – Antes de desaparecer – Edición: Tigres de papel – 2014



Presentación audiovisual de "Antes de desaparecer ", Laura Giordani - Edición Tigres de Papel.


miércoles, 12 de marzo de 2014

María Ángeles Maeso - Atocha 11 de marzo 2004

Imagen de Michal Macku
Atocha, 11 marzo 2004

Otra vez es imposible llegar a Atocha.
Otra vez cae la puerta de doscientos kilos
y se abre un foso para los de siempre.
Otra vez han gritado las sirenas
a doscientos pasos de las fuentes
y doscientos corazones no se han levantado.
Otra vez un mar de hierro al rojo
nos coge por los pies.
¿Por qué tantos al sur del agua dulce?
Siempre tantos de este lado, ¿por qué?
¿Por qué tan colosales postigos?
¿Por qué sus ejes tan desquiciados?
Siempre tantos fuera del cordón sanitario.
Tantos, siempre de los de siempre.
Tantos tan dormidos, tantos ya para siempre.
Nunca amén.

María Ángeles Maeso


lunes, 10 de marzo de 2014

Mis poemas: Súplica

Foto de Esteban Leyton
Súplica
Que no crezca jamás en mis entrañas
esa calma aparente llamada escepticismo
Raquel Lanseros

A veces conviene fustigar el interior
con una lanza
hacer cosquillas al caleidoscopio
de la insensibilidad

llamar a gritos
a los truenos
de la urgencia

humedecer los ojos
con la hierba silvestre
que se aferra
a la vida
e invocar al vestigio
para la renovación 
de los obstáculos

desterrar al insomnio
de su camisón de tinieblas
al pelo estrangulado
en la derrota

taponar con caricias
los agujeros ocultos
de la carne
y sus predicciones
de sequía

siempre hay música
tabaleándose al inicio
de cada estación
y una flor silvestre
para el tacto restringido
de tus manos

afuera en las calles
hay movimiento
multitudes que generan caos
pero también algún fragmento
de euforia en sus miradas

regar con gotas de lluvia
ese jardín oculto tan tuyo
e inventar una premisa
con violetas
y un grito que encienda
el terror de la ceniza.


Mis poemas: María Germaná Matta

domingo, 9 de marzo de 2014

Sujata Bhatt - Sherdi - poema

Foto de Antonio Mora
  
Sherdi
  
El modo en que aprendí
a comer caña de azúcar en Sanosra:
uso mis dientes
para pelar la dura chaal
luego, a mordidas arranco tiras
del blanco corazón fibroso
-chupo fuerte con los dientes, aprieto,
y se derrama el jugo.

En las mañanas de enero
el granjero corta tiernas y verdes cañas de azúcar
y las trae a nuestra puerta.
Por las tardes, cuando los mayores están dormidos
nos escabullimos afuera llevando las largas y suaves varas.
El sol calienta, los perros bostezan,
nuestros dientes se hacen fuertes,
nuestras quijadas están entumecidas;
pasamos horas chupando el russ, el pegajoso jugo
por toda la mano.

Por eso esta noche
cuando me dices que use mis dientes
para chupar duro, más duro,
me huele tu pelo
a caña de azúcar
y me imagino que te gustaría ser
shérdi shérdi allá en los campos
las cañas se mecen
y abren un sendero frente a nosotros.

Sujata Bhatt
Traducción de Carlos López Beltrán y Pedro Serrano.

Sherdi


The way I learned
to eat sugarcane in Sanosra:
I use my teeth
to tear the outer hard chaal
then, bite off strips
of the white fibrous heart
suck hard with my teeth, press down
and the juice spills out.

January mornings
the farmer cuts tender green sugar-cane
and brings it to our door.
Afternoons, when the elders are asleep
we sneak outside carrying the long smooth stalks.
The sun warms us, the dogs yawn,
our teeth grow strong
our jaws are numb,
for hours we suck out the russ, the juice
sticky all over our hand.

So tonight
when you tell me to use my teeth
to suck harder,harder
then, i smell sugar cane grass
in your hair
and imagine you’d like to be
sherdi sherdi out in the fields
the stalks sway
opening a path before us.

Datos de la autora
Sujata Bhatt (Ahmedabad, India, 1956). Es una de las poetas más interesantes en lengua inglesa actualmente. Ha merecido el Commonwealth poetry prize (Asia), Alice Hunt Bartlett Prize, Poetry Book Society, Cholmondeley Award, Poetry Book Society, Tratti Poetry Prize. Fue traducida por Carlos López Beltrán y Pedro Serrano.

Fuente:Círculo de poesía

sábado, 8 de marzo de 2014

Lilian Elphick - 3 microcuentos

En el día de la mujer tres microcuentos de Lilian Elphick, de "Bellas de sangre contraria", estos microcuentos tienen como tema principal a la mujer en la historia mítica. 

Foto de Jamie Baldridge
Hipatia

A Virginia Vidal

Los ciegos me arrancan los ojos, los ignorantes me extirpan el conocimiento, las madres muerden mi útero. Todos saborean la ecuación del odio, que es simple como un espejo.

En el nombre de Cristo.

Y en mi nombre quedan las estrellas, el agua gota a gota, el amor a la palabra.


Imagen de Gabriela Amorós Seller - suave vigilia
Sansona

Él me agarró por la espalda, las manos tensas en mi pecho. Me gustó, no puedo negarlo. Sabía que mi codo guardaba toda la fuerza del mundo. Y así fue. Un golpe certero. Luego, el puño izquierdo voló hacia su ceja. Mis nudillos amaron esa valiente sangre. Tambaleó un poco, uppercut, mentón triturado. Tenía la navaja lista. La hubiera hundido en su yugular, pero preferí cortar mi larga trenza y lanzársela al hombrón que se revolcaba en el suelo.

Marimacho -gritó, con baba entre los dientes, cogiendo la trenza y devorándola.

En aquellos días de lluvia, me lavaba el pelo con cicuta, para no andar aleonada.



Imagen de Esteban Leyton
Yocasta

No dramaticemos, Edipo. Lo que pasó, pasó. En el mundo de la sangre, siempre hay puertas de escape. Fui tuya. Sí. Besaste el óxido de mis palabras y gozaste con ellas, en silencio, cuando aún tenías ojos para comprender que mi cuerpo te necesitaba, y se enroscaba en ti con el placer que sólo da la ignorancia.

Yo era una soga al cuello, bien firme; un amor anudado. Y tú, una historia ciega y solitaria que mis lágrimas recogieron para devorarla.

Soy tuya. Aún. Mis huesos te reclaman; la unión posible en esta cárcel de tierra.

Lilian Elphick 


Fuente: http://lilielphick.wordpress.com/ - Bellas de sangre contraria, de Lilian Elphick (Microrrelatos). Mosquito Comunicaciones, Santiago de Chile, 2009.