sábado, 13 de junio de 2009

Otro de mis cuentos: El amante


Balthus: Étude pour le rêve I

El Amante


Me encontraba casi dormida en el sofá-cama, esa noche como tantas otras, me había quedado a dormir en la buhardilla de mi amiga Greta. Ella dormía en una cama ancha de madera pegada al techo. Él llegó con la noche, sin hacer ruido, tan sólo escuché el susurro de sus cuerpos crispados como si la noche fuese una batalla tratando cada cual de alcanzar su precario equilibrio. Entre gemidos y susurros me fui durmiendo, con la envidia de una vida repleta de sobresaltos. A la mañana siguiente me lo presentó, se llamaba Mohamed, era alto, moreno y delgado, estudiaba un doctorado en una escuela de ingeniería en París, vivía en la “Cité”, y llegó como muchos de nosotros, los del sur, que soñamos con una vida plena.
Greta siempre estaba de buen humor, poseía la vitalidad del entusiasmo y a menudo emprendía nuevas tareas que le abrían los ojos al mundo. Su pasión por las matemáticas y la pintura la llevo a París. Nuestra amistad se iba perfilando gracias al afecto y a la pasión compartida por la poesía. Ambas éramos estudiantes latinoamericanas en París, aunque trabajábamos como el resto para mantenernos. Yo, estudiaba francés y ella seguía una maestría en matemáticas. Durante el tiempo que compartí su amistad vi desfilar una serie de muchachos, tocando la puerta de ese breve espacio llamado deseo. Nunca hablábamos de ellos, pertenecían a su mundo subterráneo. A menudo iba a visitarla y casi siempre me quedaba a dormir, pero cuando llegaba la noche y yo estaba supuestamente dormida, desde mi cama, escuchaba siempre el mismo susurro de cuerpos entrelazados a punto de resquebrajarse celebrando la danza ritual de los cuerpos.
Ellos siempre volvían, algunos como Mohamed se quedaban algún tiempo. Cuando ella se cansaba de alguno se limitaba cortésmente a rechazarlo, inventando excusas matizadas de dulzura.
La mañana siguiente en que conocí a Mohamed, me entregó sigilosamente un papel doblado, con su número de teléfono. No sabía que hacer, cuando se fue se lo conté a Greta y me dijo:
- siéntete libre. Puedes acostarte con él, por mí no hay problema.
Yo estaba sola y compartir la sensualidad de un cuerpo era como un bálsamo de felicidad, porque una ciudad como París ofrece la ilusión de sus escaparates, y nosotros, sus habitantes, deambulamos por sus calles perdidos en el anonimato de sus luces, añorando siempre cualquier indicio de ternura. Fue así como me decidí llamar a Mohamed. Me invitó a tomar un café y después a su habitación, en la Cité. Cada vez que quería expresar una idea, las frases se me atragantaban y no lograba decir más que escasas palabras. Mi intento de comunicación era un fracaso, me expresaba con gestos y miradas. Mi francés iba de mal en peor, era incapaz de mantener una conversación.
No había preámbulos entre nosotros, nuestros cuerpos se agitaban como un rumor de hojas secas e íbamos deslizándonos suavemente entre caricias hasta caer rendidos. Al final, Mohamed me abrazaba y su cuerpo pegado al mío se balanceaba, mientras sus pensamientos viajaban perdidos en el eco de otros horizontes. Entonces, un murmullo acongojado trepaba en su garganta. Cantaba la melancolía de su lejano país y las paredes de la ajustada habitación se iban hinchando de ternura.
Seguí viéndolo una vez por semana, después de su llamada. Lamentablemente, un mes más tarde nuestros encuentros se fueron distanciando. Mi mudez hacia estragos en nuestra precaria relación, era incapaz de hilvanar una frase coherente en francés. Fue así como una tarde llamó y dijo:
- Mejor será dejarlo.
Asentí con un gesto invisible desde el otro lado de la línea y añadí:
- Bueno.
Una pena me invadió repentinamente y mis ojos se llenaron de lágrimas sin saber porqué, luego colgué el auricular.
Esa misma noche fui a ver a Greta, incapaz de ocultar mi tristeza se lo conté. Cuando hube finalizado, rápidamente se dirigió al teléfono y lo llamó: inmediatamente después, soltó el discurso de novia engañada y ofendida y a su vez rompió su relación. Él, que siempre volvía con las sombras de la noche a buscar aquel chasquido de cuerpos ancestrales que ofrecía la encantadora amazona de la noche.

Por: María Germaná - En Madrid a 18 de diciembre de 2007
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