domingo, 12 de diciembre de 2010

Mis cuentos: A Puerta Cerrada

Foto de Dora Maar - Sin título

A Puerta Cerrada

Ayer te vio con el mandil blanco que se emplean en determinadas profesiones para no contaminarse de gérmenes o de palabras que abran agujeros paralelos a la adormecida realidad.
La miraste, ella se levantó para pasar pero le hiciste una señal con la mano para que esperara unos minutos. Dejaste entre abierta tu puerta, desde su asiento escuchó tu voz:
  • Ah, las niñas….sí, no te preocupes, lo arreglaré todo… un concierto a los ancianos.
El ronroneo de tu voz se asomaba tras la puerta como un eco atando su cerebro con cintas violeta. Una vez finalizada la llamada la invitaste a pasar. La sesión comenzó con los detalles aprendidos de quien pretende cumplir con su oficio a cabalidad, ese otro mundo en cuya superficie se tejen gestos y palabras que van trazando los caminos paralelos de la cordialidad. Le das la mano y le preguntas por el tratamiento. Ella te explica con detalle.
  • Eso indica que todo va bien. Pronto estará mejor. Le explicas.
Hace unos años tras posar tus ojos en su libro la miraste y sin saber porqué empapaste sus oídos con tus delirios de muchacho y después de examinarla, colocaste tu mano por debajo de su blusa y la posaste sobre su hombro desnudo como un lamido intenso, luego la apartaste. La semana siguiente, ella te dejó un libro en tu buzón. Desde entonces sigue viniendo a tu consulta. Te habla sobre su dolencia, sus palabras resbalan de sus labios con transparente timidez. No ha dejado de venir, pero cada vez que ella está frente a ti, un temblor contenido brota de tus gestos y palabras dando inicio a los filamentos de tus incoherencias.
  • Tengo otro problema en la mano. Señala.
Se la muestras, está fría al igual que la lluvia que aqueja la ciudad.
  • No es nada, es una dermatitis. Le dices.
Le tomas ambas manos, las comparas, las examinas. Ella inicia el gesto de la retirada pero tú las retienes, las estrujas; por unos segundos ella siente la palma de tu mano pegada a la suya como lumbre. Las sueltas, te diriges al teclado, anotas y añades:
  • Con está crema le irá bien.
Coges el teléfono y llamas a la enfermera, ella entra y repites:
  • Las niñas quieren dar un concierto a los ancianos.
La mujer de bata blanca te escucha, recoge unos papeles y se marcha sin pronunciar palabra.
Ella extiende su mano, estrecha la tuya y se retira. Vuelve al goteo fino de la lluvia, su rostro es sacudido por un viento ligeramente helado mientras las hojas se desploman de los arboles con la magia del otoño.

María Germaná Matta - En Madrid, a 1 de diciembre de 2010

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por tu poesía, tu amistad y tus cuentos, feliz navidad y feliz año nuevo, un abrazo enorme!!! :)

Clara Schoenborn dijo...

Cuantas historias se tejen todos los días,así como las describes en tu relato, intensas pero nunca rebeladas. Un abrazo María. Te deseo todas las luces para el próximo año.