lunes, 14 de enero de 2008

Clarice Lispector - Mirada de mujer


Clarice Lispector (1925 – 1977) es una escritora brasileña, nacida en Ucrania, su familia migra a Brasil cuando ella contaba con dos años.
El mundo de la introspección, la palabra y el límite de la palabra y por ello su gran preocupación por el lenguaje. Su mirada es esencialmente femenina, ella capta las sensaciones, los detalles, las emociones y todo lo que rodea el mundo femenino. El mundo cotidiano, todo lo que carece historia. En suma, el mundo de la mujer, ese mundo que durante siglos ha pasado desapercibido. Y, son esos detalles imperceptibles al ojo corriente lo que van engrandeciendo la narrativa de la escritora brasileña.
“La Hora de la estrella” es un libro maravilloso desde el inicio. La dedicatoria una verdadera joya. La historia de Macabea una mujer insignificante, hubiera podido ser el texto de un folletín pero la descripción de sentimientos como imágenes congeladas llegan al fondo del abismo humano y nos abren grietas. El grito de lo no dicho con palabras. A continuación los dejo con el texto escogido:

LA HORA DE LA ESTRELLA(novela) - texto escogido

DEDICATORIA DEL AUTOR (En verdad, Clarice Lispector)

He aquí que dedico esto al viejo Schumann y a su dulce Clara, que hoy ya son huesos, ay de nosotros. Me dedico a un color bermejo, muy escarlata, como mi sangre de hombre en plenitud y, por lo tanto, me dedico a mi sangre. Me dedico sobre todo a los gnomos, enanos, sílfides y ninfas que habitan mi vida. Me dedico a la añoranza de mi antigua pobreza, cuando todo era más sobrio y digno, y yo no había comido langosta. Me dedico a la tempestad de Beethoven. A la vibración de los colores neutros de Bach. A Chopin que me reblandece los huesos. A stravinsky que me llenó de espanto y con quien volé en fuego. ¿A Muerte y transfiguración, donde Richard Strauss me revela un destino? Sobre todo me dedico a las vísperas de hoy y a hoy, al velo transparente de Debussy, a Marlos Nobre, a Prokófiev, a Carl Orff, a Schönberg, a los dodecafonistas, a los gritos ásperos de los electrónicos; a todos esos que en mí tocaran regiones aterradoramente inesperadas, a todos esos profetas del presente y que me vaticinaron a mí mismo hasta el punto de que en este instante estallo en: yo. Ese yo que son ustedes porque no aguanto a ser nada más que yo, necesito de los otros para mantenerme en pie, tonto que soy, yo torcido, en fin, qué hacer sino meditar para caer en aquel vacío pleno que sólo se alcanza con la meditación. Meditar no tiene que dar resultados: la meditación puede verse como fin de sí misma. Medito sin palabras y sobre la nada. Lo que me confunde la vida es escribir.
Y..., y no olvidar que la estructura del átomo no se ve pero se conoce. Sé muchas cosas que no he visto. Y ustedes también. No se puede presentar una prueba de la existencia de lo que es más verdadero, lo bueno es creer. Creer llorando.
Esta historia ocurre en un estado de emergencia y de calamidad pública. Se trata de un libro inacabado porque le falta la respuesta. Respuesta que, espero, alguien en el mundo me dará. ¿Ustedes? Es una historia en tecnicolor, para que tenga algún adorno, por Dios, que yo también lo necesito. Amén por todos nosotros.
Escribo porque no tengo nada que hacer en el mundo: estoy de sobra y no hay lugar para mí en la tierra de los hombres. Escribo por mi desesperación y mi cansancio, ya no soporto la rutina de ser yo, y si no existiese la novedad continua que es escribir, me moriría simbólicamente todos los días. Pero estoy preparado para salir con discreción por la puerta trasera. He experimentado casi todo, aun la pasión y su desesperanza. Ahora sólo querría tener lo que hubiera sido y no fui.
Parece que conozco los menores detalles de esa norestina, como si viviera con ella. Bien lo adiviné de ella: se me pegó a la piel como un dulce pegajoso o como lodo negro. Cuando era niño leí el cuento de un viejo que tenía miedo de cruzar un río. Entonces llegó un hombre joven; también quería pasar a la otra margen. El viejo aprovechó para decirle:
-¿Me puedes llevar? ¿Puedo ir montado en tus hombros?
El joven dijo sí y ya hecha la travesía le avisó:.....
-Ya hemos llegado, ahora puedes bajar..
Pero el viejo respondió muy astuto y avisado:
-¡Ah, eso no! ¡Es tan bueno ir montado aquí como voy, que nunca más te dejaré!
Pues la mecanógrafa no se quiere bajar de mis hombros. Ahora mismo compruebo que la pobreza es fea y promiscua. Por eso no sé si mi relato va a ser..., ¿a ser qué? No sé nada, todavía no me he animado a escribirlo. ¿Tendrá acontecimientos? Los tendrá. ¿Pero cuáles? Tampoco lo sé. No estoy tratando de crear en ustedes una expectativa ansiosa y voraz: es que realmente no sé lo que me espera, tengo un personaje en ebullición entre las manos, y se me escapa a cada instante, con la pretensión de que yo lo recupere.
He olvidado decir que todo lo que ahora estoy escribiendo está acompañado por el estruendo enfático de un tambor batido por un soldado. En el momento mismo en que empiece el relato, al punto callará el tambor.
Veo a la norestina mirándose en el espejo y -un toque de tambor- en el espejo aparece mi cara cansada y barbuda. Hasta ese extremo nos intercambiamos. No hay duda de que ella es una persona física. Y además un hecho: se trata de una chica que nunca se miró desnuda porque tenía vergüenza. ¿Vergüenza por pudor o por ser fea? También me pregunto cómo es que voy a dar en cuatro patas en el hecho y en los hechos. Lo que ocurre es que de repente me fascinó lo figurativo: creo la acción humana y me estremezco. También quiero lo figurativo tal como un pintor que sólo pintase colores abstractos querría demostrar que lo hacía por su gusto, y no por no saber dibujar. Para dibujar a la chica tengo que dominarme, y para poder captar su alma tengo que alimentarme con frugalidad de frutas y beber vino blanco helado, porque hace calor en este cubículo en que me he recogido y desde el que tengo la veleidad de querer ver el mundo. También he tenido que abstenerme de sexo y de fútbol. Sin hablar de que no me comunico con nadie. ¿Volveré algún día a mi vida anterior? Lo dudo mucho. Ahora advierto que olvidé decir que entre tanto no leo nada para no contaminar con suntuosidades la simplicidad de mi lenguaje. Porque, como he dicho, la palabra se tiene que parecer a la palabra, instrumento mío. ¿O no soy un escritor? En verdad, más bien soy un actor, porque con sólo una forma de puntuar logro malabarismos de entonación, hago que la respiración ajena me acompañe en el texto.
También olvidé decir que la relación que en breve tendrá que comenzar -pues ya no soporto la presión de los hechos-, la relación que en breve tendrá que comenzar está escrita bajo el patrocinio del refresco más popular del mundo y que ni por ésas me paga nada, el refresco ése difundido en todos los países. Sin embargo, fue el que patrocinó el último terremoto de Guatemala. A pesar de tener el gusto del olor de la laca de uñas, del jabón Aristolino y de plástico mascado. Nada de eso impide que todos lo amen con servilismo y sumisión. También porque -y voy a decir ahora una cosa difícil que sólo yo entiendo-, porque esa bebida que tiene coca es hoy. Es el medio del que dispone una persona para actualizarse y pisar en la hora presente.
En cuanto a la muchacha, ella vive en un limbo impersonal, sin alcanzar lo peor ni lo mejor. Ella vive, tan sólo, aspirando y espirando, aspirando y espirando. A decir verdad, ¿para qué más? Su vivir es ralo. Sí. ¿Pero por qué me siento culpable? Y procuro aliviarme del peso de no haber hecho nada concreto en beneficio de la muchacha. Muchacha ésta -y veo que ya casi estoy en el relato-, muchacha ésta que dormía con una enagua de brin en la que había manchas bastantes sospechosas de sangre pálida. Para dormir en las frías noches de invierno, se enroscaba sobre sí misma, recibiendo y dándose su poco calor. Dormía con la boca abierta porque tenía la nariz tapada, dormía exhausta, dormía hasta el nunca.
Debo agregar algo que importa mucho para la comprensión del relato: es que está acompañado desde el principio hasta el fin por un levísimo y constante dolor de muelas, cosa de dentina expuesta. Afirmo también que la narraciónserá acompañada igualmente por el violín plañidero que, justo en una esquina, toca un hombre delgado. Su cara es estrecha y amarilla, como si él ya estuviese muerto. Y tal vez lo esté.
Todo esto lo he dicho con tantas dilaciones por temor de haber prometido demasiado y dar tan sólo lo simple y lo poco. Porque esta historia es casi nada. La cuestión es empezar de golpe, así como yo me echo de golpe al agua gélida del mar, para enfrentar con una valentía suicida el frío intenso. Ahora voy a empezar por la mitad diciendo que........
... que ella era incompetente. Incompetente para la vida. Le faltaba la habilidad de ser hábil. Sólo de una manera vaga se daba cuenta de una especie de ausencia que tenía de sí en sí misma. Si hubiese sido una criatura capaz de expresarse, habría dicho: el mundo está fuera de mí, yo estoy fuera de mí. (Va a ser difícil escribir este relato. A pesar de no tener nada que ver con la muchacha, me tendré que escribir todo a través de ella, entre mis espantos. Los hechos son sonoros, pero entre los hechos hay un susurro. Y ese susurro es lo que me impresiona.)
Le faltaba la habilidad de ser hábil. Tanto que (explosión) no argumentó nada en su propio favor cuando el jefe de la firma de representación de poleas le avisó con brutalidad (brutalidad que ella parecía provocar con su cara de tonta, un rostro que pedía una bofetada), con brutalidad, que sólo iba a mantener en su puesto a Gloria, su compañera, porque ella se equivocaba demasiado al escribir a máquina, además de manchar siempre el papel. Eso dijo el. En cuanto a la muchacha, pensó que por respeto se debe responder algo y habló ceremoniosa a su jefe, que era su amor oculto:
-Discúlpeme por la molestia.
El señor Raimundo Silveira -que a esas alturas ya le había dado la espalda- se volvió un poco sorprendido por la delicadeza inesperada, y algo en la cara casi sonriente de la mecanógrafa le hizo decir con menos grosería en la voz, aunque a disgusto:
-Bien, puede que no la despida ahora mismo, tal vez sea dentro de un tiempo.
Después de recibir el aviso, fue al servicio, para estar sola porque se sentía toda aturdida. Se miró maquinalmente en el espejo que colgaba sobre el lavabo sucio y desconchado, lleno de pelos, algo concordante con su vida. Le pareció que el espejo opaco y oscurecido no reflejaba ninguna imagen, ¿Acaso se habría esfumado su existencia física? Pero esa ilusión óptica se desvaneció y entrevió la cara deformada por el espejo ordinario, la nariz que parecía enorme, como la nariz de cartón de un payaso. Se miró y pensó al pasar: tan joven y ya oxidada.
(Hay los que tienen. Y hay los que no tienen. Es muy simple: la muchacha no tenía. ¿No tenía qué? No es más que eso mismo: no tenía. Si se tercia que me entiendan, está bien. Si no, también está bien. ¿Pero por qué hablo de esa chica, cuando lo que más deseo es el trigo de pura madurez y oro en el estío?)
Cuando era pequeña, su tía, aplicándole el castigo del miedo, le había dicho que el hombre vampiro -el que chupa la sangre de las personas mordiéndoles las carnes tiernas de la garganta- no se reflejaba en los espejos. No estaría del todo mal lo de ser vampiro, porque le iría bien un poco de rubor de sangre en su cara amarillenta, ella, que parecía que no tuviese sangre, a menos que en algún momento la derramara.
La chica tenía hombros curvos, como los de una zurcidora. De niña había aprendido a zurcir. Se hubiese sentido mucho más a gusto entregada a esa tarea primorosa de recomponer hilos, tal vez de seda. O de lujo: satén bien brillante, un beso de almas. Zurcidorica mosquito. Cargar como una hormiga un grano de azucar. Era tan insignificante como una idiota, sólo que no lo era. No sabía que era desventurada. Era, porque tenía fe. ¿En qué? En ustedes, pero no es necesario tener fe en alguien o en algo, basta con tener fe. Eso a veces le daba un estado de gracia. Nunca había perdido la fe.
(Esta muchacha me incomoda tanto que me he quedado vacío. Estoy vacío de esta chica. Me incomoda tanto más cuando menos exige. Tengo rabia. Una ira como para tirar vasos y platos y romper cristales. ¿Cómo vengarme? O mejor, ¿cómo compensarme? Ya lo sé: queriendo a mi perro, que tiene más comida que esa chica. ¿Por qué no reacciona ella? ¿Dónde está su fibra? No tiene, es dulce y obediente.)
Vio entonces dos ojos enormes, redondos, saltones e interrogativos -tenía la mirada de quien tiene un ala herida-, tal vez un problema de tiroides, ojos que preguntaban. ¿A quién interrogaba? ¿A Dios? Ella no pensaba en Dios, Dios no pensaba en ella. Dios es de quien consigue llegar a Él. En la irreflexión aparece Dios. No hacía preguntas. Adivinaba que no hay respuestas. ¿Iba a ser tan tonta de preguntar? ¿Y recibir un "no" en la cara? Tal vez una pregunta vacía valiese tan sólo para que un día nadie pudiera decir que ni siquiera había preguntado. A falta de quien le respondiese, ella misma parecía haberse contestado: es así porque es así. ¿Existe en el mundo otra respuesta? Si alguien sabe alguna mejor, que se presente y la diga; hace años que espero.
Entre tanto, las nubes son blancas y el cielo es todo azul. Para que tanto Dios. Por qué no un poco para los hombres.
Ella había nacido con malos precedentes y ahora parecía una hija de no-sé-qué con aire de pedir disculpas por no ocupar un espacio. En el espejo, distraída, examinó de cerca las manchas de su cara. En Alagoas se llamaban panos, decían que venían del hígado. Ocultaba las manchas con una capa espesa de polvo blanco y, si se veía medio revocada, era mejor que verse pardusca. Toda ella estaba un poco sucia, porque raro era que se lavase. De día llevaba la falda y blusa y de noche dormía con la enagua. Una compañera de cuarto no sabía cómo advertirle que olía a mugre. Y como no sabía, se quedó en eso, porque tenía miedo de ofenderla. Nada en ella era iridiscente, aun cuando la piel de su cara tuviese entre las manchas un ligero brillo de ópalo. Pero no importaba. Nadie la miraba en la cale, ella era café frío.
Así pasaba el tiempo para esta chica. Se sonaba la nariz en el dobladillo de la enagua. No tenía esa cosa delicada que se llama encanto. Sólo yo la veo encantadora. Sólo yo, su autor, la amo. Sufro por ella. Y sólo yo puedo decirle así: "¿Qué habrá que me pidas llorando y yo no te dé cantando?" Esa muchacha no sabía que ella era lo que era, tal como un cachorro no sabe que es cachorro. Por eso no se sentía infeliz. Lo único que quería era vivir. No sabía para qué, no se lo preguntaba. Quien sabe, tal vez encontraba que había una ínfima gloria en vivir. Pensaba que una persona está obligada a ser feliz. De modo que lo era. ¿Antes de nacer ella era una idea? ¿Antes de nacer estaba muerta? ¿Y después de nacer iba a morir? Pero qué fina tajada de sandía.

jueves, 10 de enero de 2008

A proposito de Historias Prohibidas de Marta Veneranda


Siempre ando a la caza de libros escritos por mujeres. Y, como ya lo he dicho, necesito nuevos enfoques del mundo que nos toca vivir. Las historias de mujeres aún no han sido contadas desde su propia visión, representa un mundo nuevo que se abre a lo desconocido. Sus secretos más guardados están ahí, por debajo de la manga o de las bragas y también su desenfada manera de apreciar el mundo.

En los Estados Unidos se está dando un fenómeno interesante en cuanto a los nuevos narradores y narradoras provenientes de Latinoamérica y como migrantes abordan sus historias desde sus propios puntos de vista. Temas como la migración, el trabajo, la integración, sus luchas, sus miedos, sus problemas de relaciones humanas y también lo referente a la sexualidad, tanto heterosexual como homosexual.

Estos temas están siendo abordados por estos escritores y escritoras latinos con absoluta sinceridad, desde una óptica personal y abierta. Nos ofrecen su fresca visión de un mundo por descubrir.

La escritora cubana Sonia Rivera-Valdés con el libro "Historias Prohibidas de Marta Veneranda" ganó el premio Casa de las Américas.


El texto a continuación pertenece a Paquita Suarez Coalla, nacida en Oviedo, doctora en literatura hispánica y latina. Y nos habla del libro "Historias prohibidas de Marta Veneranda":


Las historias prohibidas de Marta Veneranda, de la escritora cubana Sonia Rivera-Valdés, es un libro casi sin precedentes dentro de la literatura en español escrita por mujeres. Pocas son las obras hasta el momento que, en nuestros países, a un lado y otro del Atlántico, se han atrevido a plantear de una manera tan abierta como lo hace Sonia el tema de la homosexualidad femenina. Pocas son, también, las escritoras que, como a ella, no les espanta “etiquetar” lo que escribe como literatura lesbiana. Sonia sabe de sobra que aquello que no se nombra es como si no existiera y que ésta, precisamente, ha sido la estrategia recurrente de las autoridades de la crítica literaria de los países hispanos –incluyendo España- para ignorar, de forma consciente, la escritura de temática lésbica. Esto ha llevado a algunas escritoras, como la uruguaya Cristina Peri Rossi, a escribir en primera persona masculina, y a no escribir de forma explícita de relaciones entre mujeres hasta que empezó a ser una escritora reconocida, sin problemas ya para publicar. O que la ganadora del Premio La Sonrisa Vertical, en 1995, con el libro Tu nombre escrito en el agua, decidiera firmar con un seudónimo y mantenerse en el anonimato, a pesar de que su obra estaba ya avalada por el prestigio de este premio. No tengo la seguridad de que esto sea un indicio de que la sociedad (literaria) no está preparada todavía para recibir este tipo de obras, pero si así fuera, o así es, es necesario arriesgarse y empezar a abrir caminos, como ha hecho Sonia Rivera-Valdés al escribir Las historias prohibidas..., libro que, además, fue galardonado en 1997 con el Premio de Casa de las Américas, y que hasta el momento cuenta con varias ediciones (dos en Cuba, dos en España y una en Estados Unidos), una traducción al inglés, y una traducción (aún inédita) al asturiano. Aunque no todos los cuentos que componen Las historias prohibidas... son historias de temática lesbiana, creo que es importante señalar que varias de ellas sí lo son, por respeto en principio a un público, también olvidado y marginado, que no tiene por qué identificarse con una literatura que sólo propone relaciones heterosexuales y que falsamente se ha considerado universal, porque es necesario y urgente crear una nueva forma de leer y porque, como empecé diciendo, Sonia Rivera-Valdés es, en este sentido, una autora con contados precedentes dentro de la literatura escrita en español. Y si algún precedente pudiera señalarse en la cultura hispana, es el de las escritoras chicanas que escriben en inglés, y con las cuales -Gloria Anzaldúa y Cherríe Moraga, especialmente- Sonia ha dicho en varias ocasiones sentirse en deuda, por haberle “dado permiso” a escribir sin hacer ninguna concesión salvo consigo misma. Esta misma honestidad con la que escribe Sonia Rivera-Valdés es la que caracteriza a los personajes de sus cuentos (mujeres en su mayoría) y la que los lleva a querer reorganizar sus vidas sin cobardía ni miedo. La fidelidad a sus propios sentimientos, antes que a las pautas socioculturales a las que pertenecen (todos los personajes son cubanos, o latinos, que residen en Nueva York) es el principal motor de sus actos, aunque no dejen de estar condicionados en cierto sentido por éstas y, obviamente, les genere algún tipo de conflicto. Este conflicto es el que da lugar a la trama de las distintas historias en las que los personajes que las protagonizan van a contarle a Marta Veneranda -principal hilo conductor de todas ellas- algo que les ha pasado, que no se atreven a confesar ni a sus seres más allegados, y que les está produciendo un cierto malestar. Lo fascinante de todas los cuentos es que lo que en principio se presenta como “prohibido” para los personajes deja de serlo una vez cuentan su “historia prohibida”, y así, ésta se convierte en la anécdota que permite reflexionar sobre los problemas más comunes de las relaciones (sin que tenga ya una mayor importancia el hecho de que sean homosexuales o heterosexuales) y que ponen al descubierto los lados oscuros de nuestro ser. Las dinámicas de poder, de abuso, de incomunicación que se dan con frecuencia en las parejas, es lo que se plantea en el fondo de estas nueve historias donde los personajes luchan por vivir de acuerdo a sus deseos y a lo que sienten, aunque por su condición de seres humanos, contradictorios y frágiles, no siempre se les haga fácil.

Sylvia Plath - Ariel - poesía


Sylvia Plath
Los dejo con una pequeña selección de poemas de Ariel:

SEÑORA LÁZARO

He vuelto a hacerlo.
Una vez por decenio
me las compongo…

Especie de milagro andante, mi piel
que destella como una pantalla de lámpara nazi,
mi pie derecho

pisapapeles,
mi rostro sin rasgos, delicada
tela judía.

Arráncame el paño,
oh enemigo mío.
¿Infundo terror?...

¿La nariz, las cuencas de los ojos, todos lo dientes?
El aliento agrio
en un día se irá.

Pronto, pronto, la carne
que devoró la tétrica caverna
en mí estará a sus anchas

y seré una mujer que sonríe.
No tengo más que treinta años.
Y, al igual que los gatos, siete ocasiones para morir.

Ésta es la Número Tres.
¡Qué basura
a aniquilar cada diez años!

¡Qué millón de filamentos!
La multitud de mascacacahuetes
se apelotona para mirar

cómo me desenvuelven de pies y manos.
¡Gran strip-tease!
Caballero, señoras:

éstas, pues, son mis manos.
Mis rodillas.
Puedo estar en los huesos,

pero, no obstante, sigo siendo la misma idéntica mujer.
La primera vez que sucedió yo tenía diez años.
Fue un accidente.

La segunda vez estaba decidida
a seguir hasta el fin, a no regresar nunca.
Meciéndome, me cerré

como una concha.
Tuvieron que llamarme una y otra vez,
que arrancarme uno a uno los gusanos, como perlas pringosas.

Morir
es un arte, como todo.
Yo lo hago excepcionalmente bien.

Tan bien, que parece u infierno.
Tan bien, que parece de veras.
Supongo que cabría hablar de vocación.

Es bastante fácil hacerlo en una celda.
Es bastante fácil hacerlo, y quedarse esperando.
Es la teatral

reaparición a pleno día,
en el mismo lugar, ante la misma cara, al mismo bestial
y divertido grito

-¡es un milagro!-
que me deja inconsciente.
Hay que pagar,

por verme las cicatrices; hay que pagar
por escucharme el corazón…
Late de veras.

Y hay que pagar, hay que pagar muchísimo,
por palabra o contacto,
o un poquito de sangre

o un jirón de mi pelo o de mi ropa.
¿Y pues Herr Doktor?
¿Y pues, Herr Enemigo?

Soy tu opus,
soy tu inversión
el bebé de oro puro

que se funde en un garito.
Me doy vuelta y me abraso.
No creas que no estimo tu preocupación en todo lo que vale.

Ceniza, ceniza…
Que eres tú quien atiza y quien remueve.
Carne, hueso, no queda nada…

Una pastilla de jabón.
Un anillo de boda.
Un empaste de oro.

Herr Dios, Herr Lucifer,
tened cuidado,
tener cuidado.

De las cenizas
con el cabello rojo me levanto
y me como a los hombres como aire.

Ariel

Estasis en la oscuridad
Luego el chorro azul y sin sustancia
Del tolmo y de las lejanías.

Leona de Dios,
¡Como nos vamos uniendo,
Eje de talones y rodillas!...El surco

Se abre y pasa, hermano del
Arco marrón
Del cuello que no alcanzo a atrapar.

Bayas con ojos
De raza negra
Arrojan oscuros anzuelos…

Negras y dulces bocanadas de sangre,
Sombras.
Algo distinto

Me transporta por los aires…
Muslos, cabello;
Escamas que se desprenden de mis talones.

Blancas
Godiva, me despojo
De manos muertas y muertos aprietos.

Y ahora
Me hago espuma de trigo, centelleo de mares.
El grito del niño

Se funde en la pared.
Y yo
soy la flecha,

El rocío que vuela
Suicida, unido al impulso
Que conduce al ojo

Rojo: al caldero de la mañana.

LOS BAILES NOCTURNOS

Cayó una sonrisa en la hierba.
¡Irrecuperable!

¿Y cómo tus bailes nocturnos
van a perderse? ¿En las matemáticas?

Tales brincos y espirales puros…
De cierto que recorren

el mundo para siempre; pero no quedaré
enteramente vacía de bellezas: el don

de tu pequeño aliento; el olor
a hierba empapada de tus dormires -azucenas, azucenas.

Incomparable es tu carne.
Fríos pliegues de ego: la cala

y la tigridia, que va embelleciéndose…
Manchas – y una expansión de pétalos calientes.

Los cometas
tienen tanto espacio que recorrer,

tanta frialdad, tanto olvido.
Así se pulverizan tus gestos:

cálidos y humanos; luego su luz rosada
que sangra y se desuella

al pasar por las negras amnesias del cielo.
¿Por qué me son dados

esas luminarias, esos planetas,
que caen como bendiciones, como copos

hexagonales, blancos,
en mis ojos, mis labios, mi cabello

derritiéndose al contacto?
En ninguna parte

EL AHORCADO

Por la raíz del pelo algún dios me atrapó.
Sus vatios azules me hicieron chisporrotear como a un profeta
            del desierto.

Las noches desaparecieron, cerrándose de golpe, como los
párpados de un lagarto,
Un mundo de días blancos y calvos en la cuenta sin sombras.

Un aburrimiento buitreo me dejó clavado a este árbol.
Si él fuera yo, haría lo que hice.

AÑOS

Van entrando como animales procedentes del espacio
exterior del acebo donde las espinas
no son los pensamientos que sintonizo, como un yogui,
sino verdor, oscuridad tan pura,
que se hielan y son.

Oh Dios, yo no soy como tú
en tu vacua negrura,
con estrellas por todas partes, brillante y estúpido confeti.
La eternidad me aburre,
nunca la he deseado.

Lo que me gusta es
el pistón en movimiento:
ante él se me muere el alma.
Y los cascos de los caballos,
su batir despiadado.

Y tú, Estasis enorme…
¿Qué es lo que tiene de enorme el asunto?
¿Es un tigre este año, este rugido a la puerta?
¿Es un Christus
con su terrible

Pizca de Dios
muriéndose por volar y acabar de una vez?
Las bayas de sangre son ellas mismas, están muy quietas.

No lo tolerarán los cascos:
a distancia de azul los pistones sisean.

LA BONDAD

La bondad corretea por mi casa.
La Señora Bondad, ¡qué simpática es!
Las joyas azules y rojas de sus anillos humean
por las ventanas; los espejos
se llenan de sonrisas.

¿Hay algo tan real como el garito de un niño?
El chillido de los conejos será más silvestre,
pero no tiene alma.
El azúcar todo lo cura, dice la Bondad.
El azúcar es un fluido necesario,

pequeñas cataplasma sus cristales.
¡Oh bondad, bondad
que con dulzura recoges los pedazos!
Mis sedas japonesas, mariposas desesperadas,
pueden verse clavadas en cualquier momento, anestesiadas.

Pero ahí llegas tú con la taza de té
enguirnaldada de vapor.
El chorro de sangre es poesía:
no hay forma de cortarlo.
Tú me alcanzas dos niños, dos rosas.

Fuente: del libro Ariel - Traducción y notas de Ramón Buenaventura - Edición bilingüe - Poesía Hiperión


Vídeo poema Lady Lazarus en la voz de Sylvia Plath 

Biografía
Sylvia Plath, poeta norteamericana, nacida en 1932, un icono en la poesía escrita por mujeres. Ella, al igual que los más grandes poetas de la humanidad, vivió para la poesía.
Vida y poesía iban unidas por un mismo camino. Su poesía fue una indagación personal.
Ella conjura poesía y vida, en aras de la búsqueda de su propia verdad.
Sylvia era amante de la perfección, sus versos son el testimonio de esa delicada búsqueda estética. Sylvia fue una brillante alumna, pero la muerte de su padre, cuando contaba con ocho años la marcó profundamente y que nunca se recupero de esa muerte. Se casó con el poeta inglés Ted Hughes y se estableció en Inglaterra. Se separa de Ted luego del nacimiento de su primer hijo. Sylvia decide mudarse a Londres a un pequeño piso al lado de sus dos hijos, las condiciones tan duras de vida la inspiraron a seguir escribiendo, se cuenta que en este último periodo, trabajaba de cuatro a ocho de la mañana, antes que despierten los niños, se dice que escribió un poema al día.
Fueron las condiciones de vida adversa que incrementaron su capacidad creadora y aceleraron su muerte. Un halo a muerte se percibe en sus últimos poemas. En el frío invierno de 1963, enferma y con poco dinero se suicida.



lunes, 7 de enero de 2008

Citas de Rubem Fonseca

Ruben Fonseca, escritor brasileño habla del mundo marginal y retrata la violencia del mundo.
Tres citas:
1-Cuando haces el amor con varias mujeres a quienes amas, descubres interactivamente mundos distintos (la mujer es el mundo), y alcanzas la comunión multidimensional del cuerpo y la mente (del espíritu, si lo prefieres), la plenitud del ser. Esta contraposición es necesaria, no la de un mundo después de otro, sino la que se da entre un mundo y otro concomitantes, aunque separados. Fonseca, del fondo del mundo prostituto...

2-Pasiones del waterHay personas que por comodidad, por prudencia, por religión, por avaricia evitan quedar a merced de las pasiones amorosas. Esas personas o se entregan de manera compensatoria a las obsesiones adquisitivas –dinero (no sólo los avaros), propiedades, bienes, honores, erudición, saber (“la naturaleza del ser humano es desear el saber”, Aristóteles)- o crean un rígido sistema de protección moralista y deontológico; el deber principal es evitar, cueste lo que cueste, la influencia nefasta del amor carnal –el deseo esclaviza, la ascesis libera. Montaigne se enorgullecía de ser poco proclive a las pasiones violentas –“tengo una sensibilidad naturalmente grosera y la vuelvo aún más espesa y empedernida por medio de razonamientos diarios”. El supremo placer físico de esas personas es defecar. Defecar alivia, es placentero, es saludable, es seguro, es barato, es inocente, es natural, es higiénico, sobre todo si después uno puede lavarse con jabón en el bidé. Y también puede ser educativo e intelectualmente excitante –son incontables los que adoran leer y meditar cuando están descargando los intestinos en el retiro secreto y calmante de su baño. Lutero concibió las más importantes de sus 95 Tesis revolucionarias, que lo hicieron la mayor figura de la Reforma protestante, sentado en la taza del excusado. Mi pasión es la mujer. Fonseca, del fondo del mundo prostituto...

3- Cuanto más desenfreno en el cuarto, más respeto y ceremonia en la sala y en la cocina. Pero es necesario, lo repito, que exista amor, sin amor el orgasmo ocasiona siempre un inmenso fastidio mezclado con tristeza. Fonseca, del fondo del mundo prostituto...

Rubem Fonseca - cuento Paseo Nocturno

Ruben Fonseca
Paseo Nocturno

Llegué a la casa cargando la carpeta llena de papeles, relatorios, estudios, investigaciones, propuestas, contratos. Mi mujer, jugando solitario en la cama, un vaso de whisky en el velador, dijo, sin sacar lo ojos de las cartas, estás con un aire de cansado. Los sonidos de la casa: mi hija en el dormitorio de ella practicando impostación de la voz, la música cuadrafónica del dormitorio de mi hijo. ¿No vas a soltar ese maletín? Preguntó mi mujer, sácate esa ropa, bebe un whisky, necesitas relajarte.Fui a la biblioteca, el lugar de la casa donde me gustaba estar aislado y como siempre no hice nada. Abrí el volumen de pesquisas sobre la mesa, no veía las letras ni los números, yo apenas esperaba. Tú no paras de trabajar, apuesto que tus socios no trabajan ni la mitad y ganan la misma cosa, entró mi mujer en la sala con un vaso en la mano, ¿ya puedo mandar a servir la comida?La empleada servía a la francesa, mis hijos habían crecido, mi mujer y yo estábamos gordos. Es aquel vino que te gusta, ella hace un chasquido con placer. Mi hijo me pidió dinero cuando estábamos en el cafecito, mi hija me pidió dinero en la hora del licor. Mi mujer no pidió nada, nosotros teníamos una cuenta bancaria conjunta.¿Vamos a dar una vuelta en el auto? Invité. Yo sabía que ella no iba, era la hora de la teleserie. No sé qué gracia tiene pasear de auto todas las noches, también ese auto costó una fortuna, tiene que ser usado, yo soy la que se apega menos a los bienes materiales, respondió mi mujer.Los autos de los niños bloqueaban la puerta del garaje, impidiendo que yo sacase mi auto. Saqué el auto de los dos, los dejé en la calle, saqué el mío y lo dejé en la calle, puse los dos carros nuevamente en el garaje, cerré la puerta, todas esas maniobras me dejaron levemente irritado, pero al ver los parachoques salientes de mi auto, el refuerzo especial doble de acero cromado, sentí que el corazón batía rápido de euforia. Metí la llave en la ignición, era un motor poderoso que generaba su fuerza en silencio, escondido en el capó aerodinámico. Salí, como siempre sin saber para dónde ir, tenía que ser una calle desierta, en esta ciudad que tiene más gente que moscas. En la Avenida Brasil, allí no podía ser, mucho movimiento. Llegué a una calle mal iluminada, llena de árboles oscuros, el lugar ideal. ¿Hombre o mujer?, realmente no había gran diferencia, pero no aparecía nadie en condiciones, comencé a quedar un poco tenso, eso siempre sucedía, hasta me gustaba, el alivio era mayor. Entonces vi a la mujer, podía ser ella, aunque una mujer fuese menos emocionante, por ser más fácil. Ella caminaba apresuradamente, llevando un bulto de papel ordinario, cosas de la panadería o de la verdulería, estaba de falda y blusa, andaba rápido, había árboles en la acera, de veinte en veinte metros, un interesante problema que exigía una dosis de pericia. Apagué las luces del auto y aceleré. Ella sólo se dio cuenta que yo iba encima de ella cuando escuchó el sonido del caucho de los neumáticos pegando en la cuneta. Di en la mujer arriba de las rodillas, bien al medio de las dos piernas, un poco más sobre la izquierda, un golpe perfecto, escuché el ruido del impacto partiendo los dos huesazos, desvié rápido a la izquierda, un golpe perfecto, pasé como un cohete cerca de un árbol y me deslicé con los neumáticos cantando, de vuelta al asfalto. Motor bueno, el mío, iba de cero a cien kilómetros en once segundos. Incluso pude ver el cuerpo todo descoyuntado de la mujer que había ido a parar, rojizo, encima de un muro, de esos bajitos de casa de suburbio.Examiné el auto en el garaje. Pasé orgullosamente la mano suavemente por el guardabarros, los parachoques sin marca. Pocas personas, en el mundo entero, igualaban mi habilidad en el uso de esas máquinas.La familia estaba viendo la televisión. ¿Ya dio su paseíto, ahora estás más tranquilo?, preguntó mi mujer, acostada en el sofá, mirando fijamente el video. Voy a dormir, buenos noches para todos, respondí, mañana voy a tener un día horrible en la compañía.

Paseo Nocturno, título original “Passeio Noturno” de Rubem Fonseca, antologado en Os Melhores Contos Brasileiros de 1973 (Porto Alegre, Globo, 1974). Traducción de Paula Vera.



Trailer de la película El Cobrador, In God we trust de Paul Leduc, basada en tres cuentos de Ruben Fonseca.

Más sobre la película, entrevista con la actriz mexicana Dolores Heredia:
http://www.jornada.unam.mx/2007/03/29/index.php?section=espectaculos&article=a14n1esp

Nota mía

Rubem Fonseca es un extraordinario escritor brasileño, cuando léemos a Fonseca es imposible detenerse, nos lleva hipnotizados hacia el mundo oculto del caos.
Un retrato de la violencia del mundo actual, de la que todos formamos parte, esa cara oculta del ser humano con sus abismos y sus extremos.