domingo, 18 de mayo de 2008

Mis cuentos: La Noche del Arroz con Pato

Este cuento pertence a la serie Migración. Espero les guste.

La Noche del Arroz con Pato


Cuando vives al otro lado del océano saborear un plato de tu tierra te acerca aunque no quieras al lugar que te vio nacer. No pretendo ponerme sentimental, pero el sabor atrae los recuerdos y la nostalgia se hace latente, como un acto de redención.
Alberto, con anchas maletas de ilusión llega Madrid como otro más. Buscando trabajo a diestra y a siniestra se topa con Fernando, un arquitecto peruano que rehabilita fincas en el multicultural barrio madrileño de Lavapiés y como necesita mano de obra barata, subcontrata a su vez a otros muchachos latinoamericanos. Fue así como el camino los junto: ambos provenían de Lima, la mítica ciudad de los virreyes y a pesar de sus opuestos orígenes sintieron una extraña simpatía.
La finca era antigua, en su interior se vislumbraba el encanto de sus techos altos y sus vigas de madera. Había que rehacerlo todo: primero tirarían la mayor parte de los muros para poder ampliar el espacio del salón-comedor con cocina americana incluida; también había que rehacer el baño ofreciendo las comodidades que la vida de hoy exige y finalmente remodelarían el dormitorio, amplio y luminoso. Como por encantamiento una finca antigua se convertía en moderna y funcional, preservando con ligero maquillaje su fachada.
Las largas jornadas eran extenuantes pero a punta de bromas iban mezclando jergas e inventando su propia manera de coexistir. El trabajo compartido aproxima a las personas y más aún si tienen rasgos en común gracias a lo cual la labor avanzaba más aprisa de lo planeado.
Cada vez que Fernando daba una cabezadita su madre venía a él con su teta providencial; luego en la confusión del sueño, un delicioso aroma proveniente de su cocina, allá en su casa natal, en el residencial barrio de San Isidro, se apoderaba de su olfato y de su paladar. Cuando pestañaba la imagen del mismo sueño venía a él y el aroma del arroz con pato se tornaba intenso. Era la especialidad de su madre, un plato típico del norte del Perú, macerado en cerveza negra y pisco, y perfumado de cilantro: el pato tan tierno que de sólo pensarlo se le hacia agua la boca.
Fernando estaba orgulloso de los muchachos, los trabajos finalizarían muy pronto. Pensó que la mejor manera de darles las gracias era invitarlos a cenar a su casa y hacerlos gozar del afortunado plato peruano. Pediría a Verónica, su encantadora mujer, también peruana, que preparase la cena. El como la mayoría de hombres de esa parte de la tierra, sólo sabía comer y la cocina era todavía una tarea pendiente. Ella tampoco era una experta cocinera pero pensaba que con paciencia y empeño siempre se lograban milagros.
Verónica recopiló la receta de internet y una vez llegada la fecha le pidió a Fernando que se ocupase de la compra. El pato lo encargo con varios días de antelación. En Lavapiés era fácil conseguir cilantro; con la cerveza negra no había problema, todos los supermercados la vendían y siempre tenía a mano una botellita de pisco que su madre les enviaba cada vez que podía, ya que era la bebida de orgullo nacional.
El día llegó y pese a su falta de experiencia, el plato había quedado exquisito, la olla despedía un olor embriagante. Fernando se sentía orgulloso de su mujer y feliz de ofrecer tan merecida cena. Compró cervezas y bebidas, los muchachos fueron llegando uno a uno y pronto todos se encontraron juntos.
Al vaivén de las botellas de cerveza la conversación subía de volumen a la par que las bromas y el cálido ambiente. Verónica se sentía satisfecha: las presas de pato se veían tiernas y el arroz despedía un olor a cilantro llenando el paladar de saliva y alegría. Llegada la hora cumbre, todos se sentaron con gran expectativa alrededor de la mesa.
Alberto también se sienta, su mente divaga como en un sueño perturbador: ve su comedor, el suelo de barro, la mesa plástica con sus patas de fierro, sus ocho hermanos corriendo de arriba abajo por toda la casa, su madre con sonrisa cansada y un cucharon de palo entre las manos sirviendo el arroz con pollo, el sabroso plato dominguero. Alberto pestañea con fuerza y agradece a Fernando por tan exquisita cena, luego felicita a Verónica, coge el tenedor y se lo lleva a la boca, saborea lentamente el perfumado arroz y la sabrosa carne de pato, cierra los ojos una vez más. Un gemido imperceptible sale de su boca mientras evoca las escasas alitas de pollo que adornan la olla de barro de su madre.

María Germaná Matta - En Madrid, a 6 de septiembre de 2007


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