domingo, 18 de mayo de 2008

Cine: Mil años de oración de Wayne Wang

Me pareció fantástica, tiene ritmos lentos, una característica del cine oriental.
Hablan dos generaciones y dos visiones de la vida, experiencias diferentes en mundos y épocas difentes. Toca el tema de la soledad, la incomunicación.
Se trata de un padre chino y viudo que viene a visitar a su hija divorciada que vive en los Estados Unidos y trabaja como bibliotecaria. La hija es una mujer infeliz y el padre decide averiguar el porqué.
Hay escenas llenas de magia que conmueven. Una de ella, se situa en un parque donde el padre se encuentra con una señora iraquí, poco a poco se hacen amigos. Lo curioso es que cada uno habla con el poco inglés que tiene, además cada uno habla en su propia lengua, diálogos aparentemente disparatados y casi cómicos. Sin embargo, la comunicación se da con con el tono de la voz, con los gestos, y sus silencios. Rituales de expresión que van más allá de la palabra y del idioma. Y, te das cuenta que para que dos seres humanos se entiendan no es necesario discursos complejos, para comunicar hay que transmitir sentimientos y compartirlos, el ser humano comunica cuando es capáz de transmitir emociones.
El idioma también es un ente liberador. Hablar lenguas diferentes también puede servir para expresar sentimientos, esos que no aprendimos a expresar en nuestra propia lengua. Otro idioma puede servir como catarsis para expresar sentimientos.
Una película llena de pequeños detalles y gracias al empeño del padre en averiguar la causa de la infelicidad de la hija, padre e hija irán descubriendo cada uno su propia verdad.


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