Eleonora Carrington - Santa Teresa en la cocina
JARDÍN DE MANOS
dibuja una pregunta en el vacío,
suprime el pensamiento,
simula un vuelo en la oscuridad,
va y viene sin dios ni amo,
no sabe lo que quiere
pero siempre lo encuentra.
Las manos tienen los ojos anchos
y los labios dispuestos
para contar su desparpajo.
Suelen deambular en las noches
como gatos hambrientos,
ninfas desnudas en la acera del cuerpo.
Una mano se posa en otra mano
y se funda una medusa de silencio.
Suele morir de frío si está sola,
es su mayor miseria.
Las manos se resisten a matar los cuerpos.
Cuando van a la guerra se persignan,
caen a tierra como flores marchitas.
Alguien prepara un jardín de manos
para adornar la tumba de Dios.
Foto de Esteban Leyton
COTIDIANA
Pasa una ambulancia en busca de un herido,
da vueltas el sonido rojo
ávido de golpes, de caídas,
buitre que ruega al cielo su alimento.
Todos nos revisamos el cuerpo
no sea que exista un agujero
y por ahí se nos escapen las ganas de movernos,
de empujar los zapatos.
Alguien ha visto pasar nuestro nombre
en el desfile de los rezos.
Es posible que ya estemos muertos
y sigamos erguidos como troncos
que engañan a los pájaros.
ESO DICEN
Dicen que hablar no cuesta nada.
Parece infalible la sentencia.
Se cae la boca con el grito,
pesan las palabras como trenes frenéticos
que atropellan las noches,
el compás del corazón,
la forma de peinarse.
Alguien pronuncia dos palabras
y se desploma el paisaje en la ventana,
deja de salir el agua por el grifo
o sale con desgano, sin sed que la recoja.
Dices adiós y algo se quiebra,
puede ser el espejo o su imagen,
alguna cosa que guardabas,
la secreta esperanza de un algo impronunciable,
su cobarde mudez.
Podríamos andar ligeros de voz y de preguntas,
dos o tres dudas como globos que estallan
sin ruido, sin misterio.
Pero las palabras se cargan de sal y de sonidos
llegan a pesar tanto que un día nos matan
de memoria, de silencio,
qué le vamos a hacer,
si estamos más hechos de palabras que de huesos
y hablar nos cuesta todo.
Parece infalible la sentencia.
Se cae la boca con el grito,
pesan las palabras como trenes frenéticos
que atropellan las noches,
el compás del corazón,
la forma de peinarse.
Alguien pronuncia dos palabras
y se desploma el paisaje en la ventana,
deja de salir el agua por el grifo
o sale con desgano, sin sed que la recoja.
Dices adiós y algo se quiebra,
puede ser el espejo o su imagen,
alguna cosa que guardabas,
la secreta esperanza de un algo impronunciable,
su cobarde mudez.
Podríamos andar ligeros de voz y de preguntas,
dos o tres dudas como globos que estallan
sin ruido, sin misterio.
Pero las palabras se cargan de sal y de sonidos
llegan a pesar tanto que un día nos matan
de memoria, de silencio,
qué le vamos a hacer,
si estamos más hechos de palabras que de huesos
y hablar nos cuesta todo.
Biografía
Luz Helena Cordero: Nació en
Bucaramanga, Colombia, en 1961.
Ha publicado los siguientes libros de poesía:Óyeme con los ojos,
1996 yCielo ausente, 2001; libros de relatos Canción para matar
el miedo, 1997 y El puente está quebrado, 1998. Incluida, entre
otras, en las antologías: Tambor en la sombra, Poesía colombiana del
siglo XX, 1996; Quién es quién en la poesía colombiana, 1997 y Trilogía
poética de las mujeres en Hispanoamérica (pícaras, místicas y rebeldes),
2004.
Fuente: Corporación de Arte y
Poesía Prometeo Revista Prometeo
2 comentarios:
Me gustan los tres poemas. En Cotidiana, su forma de enlazar las palabras, de mostrarnos hechos cotidianos que arrastran hasta la propia intimidad. El primer poema, me parece magnífico, una manera dulce y a la vez contundente, de expresar ese sentimiento. Y en el último me encanta el tono irónico oculto en sus palabras.
Un beso, María.
Carmela, a mí también me gustan los tres poemas, pero el primero es conmovedor. Gracias por tu visita.
Otro beso para ti.
Publicar un comentario