domingo, 19 de junio de 2011

Carmen Boullosa, poesía

Carmen Boullosa
Carmen Boullosa, poesía

Hay en el aire el retardo de la niebla
Hay en los árboles la tersura de la niebla, la suavidad,
y en el río la pausa de la niebla.

Todo duerme respirando niebla.
El sueño del zorro es suave pausa retardando.
El sueño del lobo es sólo niebla.
La niebla sueña con ríos inmóviles, amedrentados.
El pez no duerme.
El hombre cava al pie de la montaña,
junto a los árboles, cerca del río,
lejos de los caminos, al ritmo suave de la niebla.
Hay en el aire…
El pez no duerme.
El hombre sería alboroto, ventarrón, pero cava en silencio,
obedece a la niebla.
Cava.
Los matorrales bruscos le dan la espalda.
No hay gota de sudor sobre su cuerpo.
La niebla ocupa al momento la tierra desterrada.
El hombre es más de tierra que la tierra,
claro de sal o mansedumbre,
piedra de río a quien menea la niebla, piedra flexible,
serena como es sereno el desierto,
como los bosques de algas,
y como ambos iracundas flechas lentísimas apuntando al forastero
silenciosas
(¿a quién acepta el alga o el desierto?).
El hombre viste niebla.
Lo protege la noche y una vela encendida
donde danzan su muerte los mosquitos festivos.
Lo alumbran los tímidos coyotes.
                                                               
De La delirios (fragmento)

SANGRE
El manuscrito a Emilio Adolfo Westphalen
a Marta Lamas

1
Si ES la luna quien rige las mareas,
¿qué raro astro llama las sangres de nuestros dos ajenos cuerpos?
Es un astro que no podrían ver tus ojos o los míos,
vive oculto por la luna y el sol.
Su materia cruel juega con los signos de sus partículas
Sin temer ponerse en riesgo, estallar, cambiar de forma,
Tornar a pequeñas partes,
Asteroides en otras órbitas
o polvos
disperso polvo viajero.
Un astro absurdo.
Es por él que mi sangre tira hacia la tuya.
Si ésta no tiene inclinación por mí,
entonces has de ser tú quien rige la mía, tú mi luna.
Tú quien gobierna la tendencia.
Por tus venas sin reventar circula esa sensata sorda, tu sangre caliza.

De La delirios (fragmento)

Porque aquí el árbol muere, el huracán se apacigua
Y al humo o a la arena del pecho los matan con dos píldoras.
Aquí los trenes no traquetean
para evitar en todo el recuerdo de la cópula.
Aquí los canales desembocan en una estatua, monumento patrio
que lleva al pie inscrita una letanía
ignorante de la falsedad de los héroes.
Todo se va.
¿Cómo puedo yo abandonarlo, si olvidé el camino y perdí mi barco?
¿Deberé tomar la ruta del beso y coger la cuerda que saca al
              ahogado del pozo, para poder salir?
Empiezo:
tomo un muchacho de un país vecino, me vuelvo mujer, quiero engañarlo
para que me saque de aquí siguiera dos pasos.
El muchacho percibe mi treta y me regresa al pozo.
Yo me quedo tiritando sin el atavío, casi toso sangre, me cubro.
Debo beber del beso, asir la cuerda del ahorcado,
Amarrarla a mis puños, ignorar el poder de mis zapatos, y,
sin dormirme ni un segundo, obedecer la orden del sueño.
De aquí todo sale muerto, embotellado, hecho plástico o gas,
convertido en depósito bancario,
carne empacada, abrigo de piel, zapatos de víbora,
cartera del cruel lagarto de Indias,
mesa tallada de madera preciosa.
Y los salvajes diamantes quedan empotrados
a los anillos de infames, sometidos compromisos.
¡Deberán olvidar la sombra, la pureza de la mina,
El silencio perfecto, la oscuridad!

De La delirios (fragmento)


EL SON DEL ÁNGEL DE LA CIUDAD

1
No oigo lo que tengo que decirles.
La voz que saca de las palabras la chispa del frote, la antesala
del fuego, no se presenta.
Estoy sorda. Siento en la carne el dardo del llanto de la triste
      langosta canadiense,
chilla cuando han de matarla.
El animal ha venido aquí sólo a perseguir su muerte.
Ésta es la hora del banquete.
Aquí se lo comen todo,
degluten al mango roto en trozos,
a los cocos cortados y las papayas partidas,
al comote y la sandía,
al perro desollado
y a los toros completos, menos dientes y huesos, que serán gelatina.
Ahora mismo tragan el mugido,
se lo están manducando.
Falleciendo, la gorda langosta chilla, tartamudeando la
         inutilidad de su caparazón, y su lenta gordura.
No escucho las palabras que quiero confiarles.
Razono:
no podrán escucharlas, y por eso no aparecen.
Quiero decirlas para ustedes, aunque sea imposible.
No las oirán, porque me dieron dos días para morir en un
     puerto de lagos que era el centro, el ombligo del mundo,
y en uno tercero, cuando resucitaron en una ciudad fincada
     sobre el agua, el pago de mi regreso a los hombres fue un
      día cuarto en el que recibí de regalo, otra vez, mi muerte.
Viernes y sábado muerta estuve, como el cristo, y el
     domingo caminé entre las personas, sólo para regresar
     a una muerte más terrible, sin ascensión ni tumba,
y ya no se veían entonces el Popo y el Izta, ni la cordillera
     del Ajusto, ni el Cerro de la Estrella cuidando los bordes
     luminosos del valle.

No oigo lo que tengo que decirles.
Levanto lo que digo de entre las ramas secas y la arena,
     porque lo necesito.
¿Gané yo mi muerte? Pagué yo por ella hasta el último centavo?
¿Fui áspera, fui ruda, fui horrible,
o mi rostro se llenó de cabezas de víboras?
De la falda de mi nana brincaron a la cara,
y fueron las dos garras de ella quienes acariciaron mi torso.
¿Qué apareció en mi espalda que desplazó el aditamento del vuelo?
¿Qué hubo en mí para cambiarme de aquel ángel que fui en
     un pájaro negro y mudo?
Caí más ásperamente que Ícaro.
Antes volé entre las nubes y el cielo.
Rozaron las plantas de mis pies la húmeda alfombra blanca
y conversé con las estrellas de tú a tú;
desnuda mil veces, allá en el cielo, me sostuve:
de pronto fue masa pesada mi cuerpo, pero una masa
     injusta porque yo seguía sin ropas: yo deseaba y aún
     ardiendo me cubrieron de un saco estrecho de plumas,
     me otorgaron la faja metálica de un pico y un canto,
     cuando yo había tomado el sitio del aliento,
me forzaron al potro inclemente de la forma,
y desparramaron las piedras talladas que hacían los altos templos
y vaciaron en ríos y lagos la sangre de las venas de los míos,
dejando una larga columna
arriba de la cual me plantaron, inmóvil, dorada, toda ojos.

De La bebida (fragmento)


Los poemas elegidos pertenecen al libro: CASA DE LUCIÉRNAGAS - Antología de de poetas hispanoamericanos de hoy – autor MARIO CAMPAÑA – Editorial Bruguera – Edición 2007


Más información:

Biografía : 

Entrevista a Carmen Boullosa:

Poesía de Carmen Boullosa en A media voz:

El Ojo Crítico, tertulia de Radio Nacional de España con Carmen Boullosa:
http://www.rtve.es/alacarta/audios/radio/tertulia-con-autora-complot-los-romanticos-ojo-critico/413973/ 







1 comentario:

Mixha Zizek dijo...

Carmen B, me encanta es fantástica la conocí en Ny en una de sus presentaciones, increíble, saludos