miércoles, 9 de noviembre de 2011

Louise Glück, poesía


*Louise Glück
Isla

Las cortinas se abrieron. La luz
entrando. Luz de luna, después de sol.
No cambiaba por el paso del tiempo
sino porque cada momento tenía muchos aspectos.

Lisiantos blancos en un florero cascado.
Sonido del viento. Sonido
del agua que lame la costa. Y las horas que pasan, las
                blancas velas
luminosas, el barco anclado que se mece.

Movimiento aún no encauzado en el tiempo.
las cortinas que se mueven o flamean; el momento
centelleante, una mano
que se retira, luego avanza. Silencio. Y después

una palabra, un nombre. Y después dos palabras más:
otra vez, otra vez. Y el tiempo
rescatado, como un pulso
Entre la inmovilidad y el cambio. El final de la tarde. Lo
                que pronto

se perderá convirtiéndose en recuerdo; la mente
abrazándolo. El cuarto
otra vez reclamado, como una posesión. Luz de sol,
Después de luna. Los ojos acristalados por las lágrimas.
Y después la luna que se deslíe, las blancas velas
hinchándose.

La Musa de la Felicidad

Las ventanas cerradas, el sol que asoma.
El sonido de unos pocos pájaros;
el jardín empañado por un ligero vaho de humedad.
Y la inseguridad de la gran esperanza
esfumada de repente.
Y el corazón aún alerta.

Y mil pequeñas esperanzas que nacen,
no nuevas pero sí recién admitidas.
Afecto, comer con amigos.
Y la estructura de ciertas
tareas adultas.

La cas limpia, en silencio.
La basura que ya no es necesario sacar.

Es un reino, no un acto de la imaginación:
y todavía muy temprano,
se abren los capullos blancos penstemon.

¿Es posible que por fin hayamos pagado
con suficiente amargura?
¿Qué no se exija sacrificio,
que la angustia y el terror se hayan considerado
suficientes?

Una ardilla corre sobre el cable del teléfono,
con una corteza de pan en la boca.
Y la estación demora la llegada de la oscuridad.
De manera que parece
parte de un gran don
que ya no hay por qué temer.

El día despliega, pero muy gradualmente, una soledad
que ya no hay por qué temer, cambios
leves, apenas percibidos…
El penstemon que se abrió.
La posibilidad
de seguir viéndolo hasta el fin.

Poemas de Louise Glück, del libro: Las Siete Edades – Editorial Pre-Textos – Traducción Mirta Rosenberg

El iris salvaje

Al final del sufrimiento
me esperaba una puerta.

Escúchame bien: lo que llamas muerte
lo recuerdo.

Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.
Y luego nada. El débil sol
temblando sobre la seca superficie.

Terrible sobrevivir
como conciencia,
sepultada en tierra oscura.

Luego todo se acaba: aquello que temías,
ser un alma y no poder hablar,
termina abruptamente. La tierra rígida
se inclina un poco, y lo que tomé por aves
se hunde como flechas en bajos arbustos.

Tú que no recuerdas
el paso de otro mundo, te digo
podría volver a hablar: lo que vuelve
del olvido vuelve
para encontrar una voz:

del centro de mi vida brotó
un fresco manantial, sombras azules
y profundas en celeste aguamarina.



De "Iris salvaje"
Versión de Eduardo Chirinos




* imagen de: 

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4 comentarios:

Navegante dijo...

Bueno, he descubierto no solo unos buenos poemas que no conocía y he disfrutado, si no también un sitio que está realmente bonito.

EG dijo...

Cómo me gusta Louise!
un abrazo María

batalla de papel dijo...

Gracias a ambos.
Louise es maravillosa y como le decía a Emma: Una de esas poetas que escarban por caminos yermos para aportarnos su luz.
Un fuerte abrazo

Clara Schoenborn dijo...

Me encanta este tipo de poetas que abren ventanas con sus letras. Gracias por compartirlas. Un abrazo.