Imagen de Flor Garduño
Beatriz Russo, extractos de poema de "La prisión delicada" (Calambur 2007)
Ésta es mi prisión delicada.
No me salvéis.
Aquí yacerá la que pudo haber sido Ophelia.
Inventadme un epitafio que se oculte bajo el musgo.
Que nadie incinere mi cuerpo.
Tengo algo que evocar.
Besé su boca,
la bocca baciata de Fanny Cornforth
y sentí el margen de una moneda trasquilando la infancia de
las veloces manos del raso.
¿Prostituta o costurera?
En la vertiente que hay en el sino están en juego las cartas
de la sangre.
Llegaron al mundo las mujeres a tejer su desdicha en los
telares de la miseria.
Los trapos del hambre amontonándose en las trincheras sin
aire.
El anonimato de las abejas harapientas.
Y también llegaron mujeres a los telares de la delicia.
La sabia contienda de unas manos cansadas de su precariedad.
El ruido de la rueca no ensordecía el cuerpo de las otras
hilanderas de la noche.
Escribieron sus nombres proscritos en una coroza de papel
secante y fueron señaladas
por los dedos de
las esposas impolutas.
¿Prostituta o costurera?
No hay mayor masturbación que la del halago, mayor deleite que
la hermosura en
estos tiempos de
vanagloria.
Cantad todos la pandemia de los burdeles.
Que se abran las puertas de la moderna Babilonia.
“¿Quién fue la bella Laura Bell?
The queen of whoredom
¿Quién kate Cook, Emma
Crouch y Cora Pearl?
Toutes elles demi prochaines”
Pero cantad también la pandemia de las fábricas.
Que se abran las puertas de la moderna Etiopía.
¿Quién veneró a las otras artesanas de la noche?
Pocos conocen el castigo de las míseras costureras.
El baile elíptico de las agujas trazaba hondas muescas en sus
dedos.
En las oscuras salas de una fábrica gemía el hilo de las
futuras ciegas.
Y temblaban después sus cuerpos apuntalados en los rincones
ebrios.
Otras muescas hay en sus dedos.
Muescas del dolor de un útero enfermo bajo los dientes de las
embarazadas.
Los clavos de cristo en el pubis de las esposas rotas.
Murieron en la fosa común de la historia, en el estrecho nicho
de la conciencia.
Murieron con la lenta eutanasia de las mártires,
muertas veteranas del ejército de muertas,
muertas de hambre en las calles de polvo y niebla.
Anónimas muertas.
……….
Hoy me levanto ante ti, Siríaca,
porque tú has reclamado un rostro cercano al de la lluvia,
y yo acudo en nombre de Jane Morris para cerrar este tríptico
de beldades.
Llego con todas las
mujeres en la carroza de las jóvenes arqueras.
Se abren los arcones del erógeno polimatías.
Ya comienza el sortilegio contra los buzos.
Mostradme vuestro rostro ahora, salid del charco estanco de
dos siglos y responded:
¿Dónde están las viejas artesanas de la noche?
¿Dónde las ciegas costureras escondidas?
¿Dónde la miseria de las calles moviéndose a destajo?
Salid del charco estanco de dos siglos y responded.
(…………..)
Pues yo os voy a responder:
En las cajas chinas enterradas en la trastienda de la niebla
donde la luz cumple
su voto estricto de
austeridad.
Y en los diminutos ojos oscuros de la niñez prostituida por la
subversión de los antifaces.
Somos los patrones de sus vidas, buzos encaramados a una
escafandra impoluta,
embaucadores de
esta terrible ceguera, cómplices de un dios clasista que
vendió su máscara
al peor postor.
Salid del charco estanco de dos siglos y contemplaos .
No es de una sortija el resplandor que veis.
Astarté sobornaba a sus amantes con el brillo de un orgasmo de
platino.
Ahora el soborno es más insensato, silicona enquistada bajo la
piel.
Hace tiempo que se extinguió el clan de las esposas de
terciopelo.
En la espesura del valle arado hay más vida que en las fiestas
prohibidas de los cocainómanos.
No hay mayor placer que el secreto, mayor ventura que el goce
furtivo de los infieles.
Cayó el pene del autómata en la desgracia de los
desapercibidos.
Se tocan los placeres con la misma mano que plagió la orgía de
los césares.
Si han de venir los bautistas que vengan cuanto antes.
Yo he de forjar la espada de la nueva Salomé.
Ruedan las cabezas de los acostumbrados vencedores.
¿Quién hirió de canto a Lorelei?
Son hirientes las saetas cóncavas de los ególatras.
Los virotes aferrados a los cuellos de las sirvientas ya se
han oxidado.
Dejaron la huella en sus escotes y ahora sus senos dictan
condena.
No es su canto el que precipita las conciencias de los convictos,
es el sexo de las sirenas,
la exuberante espuma de la Venus Verticordia que retorna el
deseo al corazón de los hombres.
Lorelei aguarda la llegada de los valientes seductores.
Ellos salvarán su nave,
pues sólo han de ser hundidas las barcas de los cautivos.
……
Me he tatuado una serpiente en mi pierna con tu nombre y a
veces siento que está viva, como tú,
y asciende mis muslos hipnotizada por algún Himno a la
belleza,
y se desliza, pontífice de un rito que no suelo entender, pero
me sigue, como si de pronto
mi voz fuera un
salmo penitente,
y entonces tú me obedeces, mártir de tu fe en mi cuerpo,
y asciendes un poco más hasta llegar a la antesala de mi sexo,
allí donde esperas la vehemencia de tu nombre, el sentido de
ser tú el llamado y no otro,
tú en comunión con
tu nombre a la espera de mí.
Doscientos años de vida tiene tu nombre y sin embargo,
tatuado en mi pierna se ha hecho serpiente y a tientas busca
mi cuerpo.
Cada vez que te nombro profano un instante tu reposo y te
obligo a que duermas junto a mí,
a que asciendas mis muslos tal y como ahora te digo,
así, lentamente, con la falsa detinencia del deseo que se
retracta por miedo a no verse ennoblecido,
con la imprecisión de una mano inexperta que finge un control
que sólo yo poseo.
El baile de la serpiente sobre mis nalgas es perpetuo.
La serpiente descalza baila en la antesala de mi cuerpo antes
de morir en mí.
La música que ahora emite mi mano bífida en un coro
desentrañado.
La serpiente se arrodilla desnuda en la antesala de mi cuerpo
antes de morir en mí,
Y le grito que es ahora,
el instante de ahora y no un milímetro después que ahora dejas
conmigo,
como si conocieras
la estrategia de varias dosis de veneno sobre mi sexo.
Ahora y sólo ahora, repito.
Pero la serpiente arrastra sus pies descalzos por la antesala
de mi cuerpo antes de morir en mí,
ahora y sólo ahora y no más tarde, repito,
Ahora,
en la tenue frontera de mi cuerpo dividido en dos mitades
reconciliadas.
Ahora,
con todos mis nombres, los que yo te doy y te pido que pongas
sobre mí.
Ahora,
con la blasfemia del último canto en la divina estampa de los
deleites.
Ahora bendigo mi nombre con tus dedos de mi mano.
Ésta es mi prisión delicada.
No me salvéis.
Aquí yacerá la que pudo haber sido Ophelia.
Inventadme un epitafio que se oculte bajo el musgo.
Llegó mi hora de descansar.
Biografía
Beatriz Russo nació en Madrid en 1971. Poeta y narradora desde
que viviera un encierro de varios años, sus años luminosos, y descubriera que
para ser poeta no hay que morir. En 2004 publica su primer poemario: "En la
salud y en la enfermedad", a partir del cual no cesa en el empeño de encontrar
su propia voz, hallada en "La prisión delicada" (Calambur, 2007), un encierro
luminoso donde la belleza se prueba los disfraces de las mujeres que una vez se
rebelaron contra lo convencional; un canto sensible secundado por antiguas voces
que reivindican su contemporaneidad.
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