sábado, 6 de abril de 2013

Paulina Vinderman, poesía


 Diana Blok - threading thoughts

La muerte de la imaginación

"Lo que más temo es la muerte de la imaginación."
Sylvia Plath

El corazón no tiene quien le escriba,
nadie se atreve a cruzar la noche remando
en la intemperie
           (nadie se ve)
Y si no fue más que un amor negro, susurrante
que nada da,
el viaje más lejano fue el de mi cabeza
hacia su hombro
               (el más inútil)
La rama golpea en la terraza
pero es solamente oscura. El miedo
se sienta a comer un pastel en la cocina
               (y dice que es real)
¿Alguien pudo tocar a la desesperación?
Terciopelo, papel de diario, una lata oxidada,
no hay vacuna contra las superficies.

El mundo es un hueco tapado con barniz
                 (y no respira.)

De: Bulgaria

Transparencias

Escríbanme. Resuelvo en medio de la crisis
volverme carta:
papeles que atraviesen los océanos
como frágiles balsas
(para dar importancia a las tormentas)
Anoche llovió. Los senderos se embarraron,
atrapé una luciérnaga equivocada
— y esquiva—
y después leí poemas isabelinos hasta que amaneció
(Un cierto orden es el que sostiene la soledad
y los abrazos)
Hoy tomé cerveza con un hombre cansado
— de ojos endiabladamente hermosos—
y enmudecimos frente a un pueblo fantasmagórico
levantado sobre nosotros como una
pintura surreal.

Todos los días voy hasta el río
después del café. Todos los días desisto
de mirarme en el agua barrosa.
En realidad, ya ninguna trasparencia es posible,
como si la vida se ocultara a sí misma
en el penacho de los cocoteros.
Como si la vida fuera todo y nada, orgullosa
de sus fosforecencias
hasta en las palabras, que finalmente nada dicen,
nada reclaman
sino el mínimo lugar en un universo
de ruido de sartenes
amores suntuosos
olas que arrasan las orillas
y códigos infinitos para desenterrar tesoros
(casi siempre con palas prestadas
y al amanecer.)

De: Rojo junio

El canje

En algunos poemas el arte es la acuarela,
el arte de la dilución, escribo,
y los cisnes de Natales se esfuman ante la palabra cisne.
La vida se esconde detrás del color
                                              para engañarme,
la vida corre el riesgo de convertirse en una carta infinita.

"Una moneda por cada palabra me daba
                                                                            el tiempo,
lo invitaba a pasar (él siempre iba apurado),
le regalaba una estampilla rara y un vaso de té frío".

En algunos poemas el arte es el tatuaje, escribo,
y añado: las palabras duelen mucho más
que el peso de las cosas.

A veces el mundo es lento y viejo como una casa
que huele a barco y a bodega
y recibe a las gaviotas como grandes presencias.

A veces el mundo me devuelve
la visita del tiempo -afable pero firme-
que reclama su parte del león.

Abro las alacenas, muestro el cielo.
El fulgor de las pocas palabras que me quedan
es mi oscura tensión
                    -en el fondo de mi dicha-
la belleza de aquellas palmeras despeinadas
contra la lancha a punto de partir.

Cajitas chinas o su oscuridad

Lo que yo quería era su oscuridad,
como si esa llave de artificio
me llevara a buen puerto
(en el ropero una muñeca rota
y sobre la mesa las tacitas con flores,
no se ve bien pero saldremos al sol a mediodía)

Su oscuridad como promesa y por amor saber,
pero esa oscuridad era sólo miseria,
ausencia de fondo verdadero
en una vida sofocada por el miedo.

Escuché a mi piel crujir
y a mis pies desnudos sobre la madera.
"Para qué quiero héroes", me dije, una y otra vez
mientras me iba, con la cabeza puesta en
el cráter de un volcán:
un fuego ya extinguido y para siempre culpable
de lo que no puede amparar.

La cita
a la memoria de Ana Calabrese

Íbamos a tomar el vino del atardecer
sentadas en el piso,
a desplegar el dolor y los amores literarios
como un mantel: algunos agujeros y colores seguros.
Dos mujeres expulsadas del idioma, de la fiesta,
de una terca latitud.

Íbamos a dejar que el río nos invada
      (todos tus amigos me hablaron más del río
          que de tu desesperación)
Trocitos de corcho, historias de algún tío
obsesionado por la libertad del espíritu, restos
de un ángel pintado sobre una percha de madera.

Tu suicidio anunciado los refugió en el bosque
         (a ellos, los lobos, los amigos),
los vació de palabras.

Extraña flor de sombras chinas en la pared,
te convertiste en una voz y un silencio contra un río.

Un poema condenado a una caja inasible.

©Paulina Vinderman


 Paulina Vinderman leyendo poesía

Datos de la autora
Paulina Vinderman. Nació en Buenos Aires, Argentina 1944 en Buenos Aires.

Ha publicado los siguientes libros de poesía: Los espejos y los puentes. (ed. Buenos Aires Sur, 1978). La otra ciudad. (ed. Botella al Mar, 1980). La mirada de los héroes. (ed. Botella al Mar, 1982). La balada de Cordelia. (Fundación Argentina para la poesía, 1984). Rojo junio. (Literatura Americana Reunida, 1988). Escalera de incendio. (ed. Último Reino, 1994). Bulgaria. (Libros de Alejandría, 1998). El muelle. (Alción Editora, 2003). Cónsul honoraria, antología personal. (Summa poética, ed. Vinciguerra, 2003). Transparencias. (Antología poética, Arquitrave Ediciones, Bogotá, Colombia, 2005)

Ha obtenido entre otras, las siguientes distinciones: Tercero y Segundo Premio Municipal Ciudad de Buenos Aires
(bienios 88-89 y 98-99 respectivamente) Premio Nacional Regional de la Secretaría de Cultura de la Nación
(cuatrienio 93-96). Premio Fondo Nacional de las Artes 2002
Premio Letras de Oro 2002 a escritor destacado, de la Fundación Honorarte.

Ha sido incluída en numerosas antologías y traducida parcialmente al inglés, al italiano y al alemán. Sus poemas fueron, además, objeto de estudios y ensayos.

Ha colaborado (con poemas, artículos y reseñas literarias) en publicaciones del país y del exterior: La Nación (Bs. As.), La Prensa (Bs. As.), Clarín (Bs. As.), El Espectador (Bogotá, Colombia), Hora de Poesía (España), Babel (Bs. As.), Babel (Venezuela), Diario de Poesía (Bs. As.), Intramuros (Bs. As.), Hispamérica (USA), entre otras.

Colaboró con Nina Anghelidis en la traducción al castellano de "Votos por Odiseo", de la poeta griega Iulita Iliopulo y tradujo al castellano a John Oliver Simon (Berkeley, USA).

Fuente: Zapatos rojos y Arte poética

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