*imagen de la red
Gracias a mi madre por las
clases de piano
El
alivio al poner los dedos sobre las teclas
como
si caminando en la playa
encontraras
un diamante
tan
grande como un zapato;
como
si
acabaras
de construir una mesa de madera
y
el olor del aserrín estuviera en el aire,
tus
manos secas y ásperas;
como
si
hubieras
eludido
al
hombre en la oscuridad que te ha estado siguiendo
todo
la semana;
el
alivio
de
poner tus dedos en el teclado
tocando
los acordes de
Beethoven
Bach,
Chopin
una tarde en que no tenía con quien
hablar,
en que los suaves suéteres con
forma de anuncios de revista
y
el cabello de clase media, republicano, limpio y brillante
entraba
a las casas alfombradas
y
me dejaba sola
con
los pisos desnudos y unos pocos libros
Quiero
agradecerle a mi madre
por
trabajar a diario
en
una oficina gris
en
garajes y compañías de agua
le
quitaba la crema a su café a los 40
para
perder peso. Su pesado cuerpo
escribía
sus delicados libros de bibliotecaria
sola,
sin un hombre que mirara su rostro
su
cuerpo, su prematuro cabello blanco
enamorado
Quiero
agradecerle a mi madre
por
trabajar y pagar siempre
mis
clases de piano
antes
de pagar el préstamo al Banco de América
o
comprar la despensa
o
arreglar nuestro viejo y ruidoso Ford.
Yo
era una niña tranquila
con
miedo de entrar sola a una tienda
con
miedo al agua
al
sol
a
las hierbas sucias en los traspatios
con
miedo al mal aliento de mi madre
y
con miedo a las visitas ocasionales de mi padre
al
saber que volvería a marcharse
con
miedo a no tener dinero
con
miedo a mi torpe cuerpo
que
sabia
nadie
amaría jamás
Pero
atravesé tocando
en
el viejo piano vertical
que
obtuvimos por $10,
toquéa
través del miedo
a
través de la fealdad,
de
crecer en un mundo de comprar en tiendas de baratijas,
y
un deseo de amar
un
mundo sin amor.
Toqué
a través de una cara fea
y
de tardes, días, veladas y noches solitarias,
incluso
mañanas, vacía
como
una lata de café oxidada,
toqué
a través del susurro de la primavera
y
quise que todo a mi alrededor brillara como una ola angosta
en
una playa lisa al atardecer en el sur de California,
Toqué
a través de
un
sombrero vacío de mi padre en el closet de mi madre
y
una cama en la que dormía sólo de un lado,
sin
arrugar nunca una pulgada
del
otro
esperando
esperando.
Toqué
a través de los honores escolares
el
único lugar en que podía
hablar
el salón de clases,
o en mis clases de piano, el
canario de la señora Hillhouse siempre
cantaba más por mi talento,
como si hubiera dejado una parte de
mi cuerpo al entrar
a su casa
y buscara ahora cada pieza de
marfil
en el teclado, deslizaba mis dedos en crestas
negras
y por suaves rocas
me preguntaba dónde perdí mis
órganos,
o
mi boca que a veces se abría
como
una amapola de California,
ancha
y con contrastes,
hermosa
en grandes campos,
cerrada
por completo día y noche,
Toquéa
través década edad,
pero
todas parecían eternas
o
tal vez siempre
viejas
y solitarias,
solo
quería una cosa, rodeada por las polvosas hojas
con
olor amargo de los naranjos,
solo
quería ser tocada por el hombre que me amara,
que
estuviera ahí cada noche
para
poner su larga y fuerte mano en mi hombro,
cuyas
caderas despertaría junto a mí en la mañana,
cuyo
bigote podría peinar un rostro hasta dormir,
soñando
con pianos que hicieran el sonido de Mozart
y
Schubert sin pedir
que
la vida absorbiera todo
lo
que tienes a diario,
sin
pedir el vacío
de
una pequeña vida tímida.
Quiero
agradecer a mi madre
por
dejarme a veces despertarla a las 6 de la mañana
cuando
practicaba mis clases
y
por asegurarse de que tuviera un piano
en
donde dejar mis libros de la escuela, todas las tardes.
No
he tocado el piano en 10 años,
tal
vez por miedo a que el poco amor que he logrado recoger
como
polvo, del fondo de los bolsillos
se
pierda,
se
escape,
hacia
la caverna terriblemente vacía que soy
si
la vuelvo a abrir por completo, alguna vez.
El
amor es un hombre
con
bigote
que
me abraza dulcemente cada noche.
que
siempre está ahí cuando necesito tocarlo;
no
podría conocer el doloroso
estruendo
de la música del pasado
que
su amor evita que golpee, que sacuda,
que
retumbe en mi cerebro
que
hace todo lo posible para destrozar la precaria materia gris
cuando
estoy sola;
él
no escucha al canario de la señorita Hillhouse cantar para mi,
cómo
le gusta el sonido de mi clase esta semana,
decirme,
confirmarme
lo que dice mi maestra,
que
tengo un talento para el piano
que
pocos de sus alumnos tenían.
Cuando
toco al hombre
que
amo
quiero
agradecerle a mi madre
por
las clases de piano
durante
todos esos años,
que
mantienen el recuerdo de Beethoven,
un
atormentado hombre sordo,
en
mi mente;
de la belleza que puede venir
incluso
de un horrible
pasado.
Versión de Iván Viñas
Arrambide
Thanking
My Mother for Piano Lessons
The relief of putting your fingers on the
keyboard,
as if you were walking on the beach
and found a diamond
as big as a shoe;
as if
you had just built a wooden table
and the smell of sawdust was in the air,
your hands dry and woody;
as if
you had eluded
the man in the dark hat who had been following
you
all week;
the relief
of putting your fingers on the keyboard,
playing the chords of
Beethoven,
Bach,
Chopin
in an
afternoon when I had no one to talk to,
when
the magazine advertisement forms of soft sweaters
and
clean shining Republican middle-class hair
walked
into carpeted houses
and
left me alone
with
bare floors and a few books
I want to thank my mother
for working every day
in a drab office
in garages and water companies
cutting the cream out of her coffee at 40
to lose weight, her heavy body
writing its delicate bookkeeper’s ledgers
alone, with no man to look at her face,
her body, her prematurely white hair
in love
I want
to thank
my mother for working and always paying for
my piano lessons
before she paid the Bank of America loan
or bought the groceries
or had our old rattling Ford repaired.
I was a quiet child,
afraid of walking into a store alone,
afraid of the water,
the sun,
the dirty weeds in back yards,
afraid of my mother’s bad breath,
and afraid of my father’s occasional visits home,
knowing he would leave again;
afraid of not having any money,
afraid of my clumsy body,
that I knew
no one
would ever love
But I played my way
on the old upright piano
obtained for $10,
played my way through fear,
through ugliness,
through growing up in a world of dime-store
purchases,
and a desire to love
a loveless world.
I played my way through an ugly face
and lonely afternoons, days, evenings, nights,
mornings even, empty
as a rusty coffee can,
played my way through the rustles of spring
and wanted everything around me to shimmer like the
narrow tide
on a flat beach at sunset in Southern California,
I played my way through
an empty father’s hat in my mother’s closet
and a bed she slept on only one side of,
never wrinkling an inch of
the other side,
waiting,
waiting,
I played my way through honors in school,
the only place I could
talk
the
classroom,
or at my
piano lessons, Mrs. Hillhouse’s canary always
singing
the most for my talents,
as if I
had thrown some part of my body away upon entering
her house
and was
now searching every ivory case
of the
keyboard, slipping my fingers over black
ridges
and around smooth rocks,
wondering
where I had lost my bloody organs,
or my mouth
which sometimes opened
like a
California poppy,
wide and
with contrasts
beautiful
in sweeping fields,
entirely
closed morning and night,
I played my way from age to age,
but they all seemed ageless
or perhaps always
old and lonely,
wanting only one thing, surrounded by the dusty
bitter-smelling
leaves of orange trees,
wanting only to be touched by a man who loved me,
who would be there every night
to put his large strong hand over my shoulder,
whose hips I would wake up against in the
morning,
whose mustaches might brush a face asleep,
dreaming of pianos that made the sound of Mozart
and Schubert without demanding
that life suck everything
out of you each day,
without demanding the emptiness
of a timid little life.
I want to thank my mother
for letting me wake her up sometimes at 6 in the
morning
when I practiced my lessons
and for making sure I had a piano
to lay my school books down on, every afternoon.
I haven’t touched the piano in 10 years,
perhaps in fear that what little love I’ve been able
to
pick, like lint, out of the corners of pockets,
will get lost,
slide away,
into the terribly empty cavern of me
if I ever open it all the way up again.
Love is a man
with a mustache
gently holding me every night,
always being there when I need to touch him;
he could not know the painfully loud
music from the past that
his loving stops from pounding, banging,
battering through my brain,
which does its best to destroy the precarious gray
matter when I
am alone;
he does not hear Mrs. Hillhouse’s canary singing for
me,
liking the sound of my lesson this week,
telling me,
confirming what my teacher says,
that I have a gift for the piano
few of her other pupils had.
When I touch the man
I love,
I want to thank my mother for giving me
piano lessons
all those years,
keeping the memory of Beethoven,
a deaf tortured man,
in mind;
of
the beauty that can come
from even an ugly
past.
Biografía
Diane Wakowski (California, 1937). Ha sido
identificada con los llamados “deep image poets”, con los poetas beat y con la
poesía neoconfesional. Ha merecido distinciones como el William Carlos Williams
Award.
Fuente:Círculo de poesía
8 comentarios:
¡Genial! Qué descubrimiento, María, ¡gracias!
Alba, gracias me alegra que te gustara.
Un abrazo
Un gusto conocer tu espacio.
Cariños María.
Adriana Alba,
Bienvenida, un placer tenerte.
Un abrazo
Excelente leerte, lo tomas de la mano llevandolo a un hermoso viaje con las imagenes que regalas, atra vez de tus trocitos de alma.
Saludos cariñosos.
Que bueno visitarte y deleitarse con tus letras saludos cariñosos.
Karla,
Me complace saber que te ha gustado esta entrada.
Un abrazo
Impresionante es este poema!!! Visceral, sincero, de enorme compromiso humano.
Leí tristeza, cierto desamparo, necesidad de amor, imposibilidad...Y a la vez, leo:
... "la belleza que puede venir
incluso de un horrible
pasado." Como un acto de redención, de manto de cierta clase de piedad.
Gracias por compartirla, Sole!!!! Fue un maravilloso encuentro poético y de los que más me gustan.
Un abrazo enorme para vos.
Hilda Díaz
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