domingo, 2 de octubre de 2016

Claudia Masin – Dos poemas



Imagen de Sarolta Ban

De Abrigo

Quisiera que me cuides

como se cuida a aquellas personas enfermas

que ignoran la grave naturaleza de su mal:

suavemente, sin ningún gesto rotundo

de amor que las alarme,

les revele de repente la verdad.


Del tiempo en que mi hermano y yo

crecíamos al sol, abandonados

y desbordantes como frutas salvajes,

quedó en mi pecho un viento

crudo y antiguo que no dejará de agitarse

ni aún en medio del día más apacible,

más hermoso del verano.


Cuidar lo que no tiene cura: el cuerpo,

aunque más no sea porque todavía contiene

ese secreto que nos decíamos, de niños, al oído,

y que ningún adulto recuerda.


Te di mi cuerpo y lo recibiste

del mismo modo que si un niño te hubiera ofrecido

un tesoro incomprensible como prenda de amor:

el corazón de un pájaro, un puñado de arena.



Imagen de Dominique Fortin 


El camino de los sueños

Creí que la memoria era eso: una cascada cayendo desde un despeñadero,

una corriente que arrastraría consigo al océano. No la insistencia del agua

sobre la materia, el goteo, el trabajo de años para dejar una muesca

insignificante sobre la piedra inerme. Hubiera deseado conocerte antes:

dos chicas tendidas al sol de una terraza, en la siesta de provincia,

quietas y alertas a la vez, como la vegetación del desierto,

que parece dormir o estar seca, y en cambio, cada verano

deja surgir de entre las hojas algún color sorprendente

en la monocromía de la arena. A veces te miro distraerte de mí,

inclinada hacia el interior de tus propios recuerdos, atenta

como un animal asomando la cabeza dentro de un pozo

abierto en la tierra. Siempre intento descubrir en tus ojos el contorno

del objeto prodigioso que estás viendo, y no alcanzo a distinguir de él

más que su efecto, un cambio de intensidad en tu expresión,

el temblor, la reverberación del agua tras la caída de una piedra

muy pequeña. Estamos lejos. Hasta mí llega la imagen ya disuelta,

ya velada, en la historia que cada noche vas contándome,

hilo tras hilo del tejido recompuesto, que no puede

compararse siquiera a la espléndida trama original,

de la que estoy, aunque no quiera, ausente.

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